lunes, 30 de junio de 2008

AUTOBIOGRAFÍA

Nací chillona, igual que usted. Así también, como a usted, me hirió la certeza de la luz, yo que fui ser de aguas tenebrosas. Así, idéntico, nací marcada con la llaga, abierta por el signo de mi pecado original…
Eso dijeron, que era original mi pecado. Único, vaya. Auténtico, pues. Pero más pronto que nunca descubrí la mentira.
Ya antes que yo una mujer había esperado a su amante durante siglos, tejiendo y deshaciendo la trama, igual que una diosa primigenia. También una mujer bajó de la cruz a su hombre muerto por amor, también ella lo vio resucitar e irse para siempre, como yo vi hacer al mío. Orlando se transformó, igual que yo, y por la misma época, de mujer a hombre y de nuevo a mujer. Por ello morí en la hoguera; la primera vez fue porque Dios me habló y me creyeron loca; la segunda, fui acusada de bruja, por la herejía de saber leer con las palmas la textura en la piel de los machos. Yo también les inventé historias, para que no me cortaran la cabeza, para que no me cortara mi chavo. Un día vi el cuadro de la Gioconda y, con mi último desencanto, comprobé que teníamos el mismo gesto de mujer, el mismo silencio. Por eso no me sorprendió saber que otras también fueron amantes del Zarco, que cientos han viajado al centro de la tierra.
Pronto descubrí la falsedad: Mi pecado nada tiene de original, ni siquiera mi origen… Salvo, quizá, que igual que usted, yo también soy hija de Pedro Páramo.