miércoles, 30 de julio de 2008

EPÍSTOLAS DE AMOR A LA DISTANCIA V I

Su Excelentísimo Príncipe de Q, Ministro de la Razón.
Mis respetos para su valerosa y bella Dama; flores para sus pequeñas Principessas.

Usted, Sabio Príncipe, sabe que a tras algunos años dedicados a mi labor de Tutora de los infantes de la corte del reino de Oz, y dadas las alturas académicas que vuestra enseñanza me ha concedido percibir, estoy en condiciones de justificar el amor por casi cualquiera de sus aristas (artistas); soy ecléctica rémora: puedo apegarme a cualquier miga de explicación que las ciencias y las metafísicas expresen.

Es verdad: el amor acude como patología de la propia carencia psíquica. Parece resultar igualmente verídico que se trata de la reacción química de nuestras sustancias, del llamado eléctrico entre las neuronas de nuestro pequeño cerebro. Hay condición social en la conformación de los juramentos amatorios; es antropológica la explicación del rito de la unión (como que quiere y no puede, como que sí, como que no), y es biológico el ritmo en el baile de apareamiento: la sonrisa es instinto, la cadera abierta, el latido acelerado. Ello tiene explicación. Encuentro también razones del místico instante y la poderosa cábala para atender el llamado a la devoción. Es posible, incluso, hablar del punto de vista pedagógico en la concepción del amor: breve tratado de los signos con quienes (ellos, los otros y yo) nos con-formamos: re-signación eterna. Y, mire usted, Su Majestad del Positivo Polo: henos aquí ya en la pauta de la plegaria religiosa. Alabanza. Y es sólo cuestión matemática para dividir el verbo y clonarnos en ecuación, poesía algebraica: Alabanza. Ala y balanza. Ala y danza. Alá y se abalanza el Toro en su laberintode historiador. Vuelo y equilibrio. Planeación estratégica, que también le llaman. Marketing de plaza y producto (a qué hora y dónde nos hemos de citar, qué atuendo será el indicado, que no comprometa mucho el alma dichoso encuentro). Es el amor efímera constancia de la doble negación que soy, y estos son ya terrenos de la lógica. Ser o no ser (me-quiere-no-me-quiere-me-quiere: hermoso lugar común de la sabiduría popular, el mítico relato y la voluptuosa filosofía de la estética). Ser o no ser. Y basta un parpadeo para ingresar en los dominios del Tao. No soy. Sólo amo. No soy. Amo. Amo, luego: existo. De los cuentos de hadas inmiscuidos no vale la pena hablar con usted, Su Excelencia de Q: la suya y la que Dios le confiere: estratificación estadística de divorcios, uniones libres, matrimonios clandestinos, otro Romeo que muere en Venecia antes de consumar el acto. La cuestión no es que vivan felices para siempre; la interrogante es cómo hacen para conseguirlo.

Su Ilustrísima Razón: como mi confesor: he cometido perversión científica, incesto metodológico y herejía didáctica. En verdad Os digo: es preciso que ingrese al cuidado de las Hermanas del Silencio. Por ello, suplico, desde el fondo de la más íntima de mis dudas: la metódica, en flagelo sobre la misericordia de la Tábula Rasa, pido Su Altísima Venia y ruego para que usted encomiende mi alma a San Vigotsky y San Piaget, a San Buda y San Francisco; que por intermediación de Su Santo Escepticismo pueda yo hallar la materia de mi técnica poética y estas epístolas sean.

Su Excelencia: con método aplicaré las enseñanzas de al episteme que, en materia de amor, usted ha heredado de su Amantísimo Señor Padre, quien en paz descanse y desde Su Misterio le vele a usted. He de ingresar al convento, porque cierta estoy que no he dominado el rigor para disciplinarme en la práctica de los tres momentos del ascenso positivista a la gloria de Dios, menester en el cual Su Magnificencia ha tenido a bien instruirme para construir el amor (constructivistas soy, hay sustento filosófico para mi dicho, y cita a pie de página, como quien se postra al pie de la Santa Cruz).

A saber, si he comprendido bien la trinidad aleatoria: verle comer, mirarle en traje de nado y asistirle en la enfermedad. Recopilación de datos sobre muestra aleatoria.

Bien hablado su Ilustrado Padre al depositar en usted tan sabio y hermético conocimiento, dado en el turbio tamiz de la prueba y el error, reivindicación por donde las ciencias sirven en la vida del común misterio cotidiano y dejan de ser meras concreciones del objeto. Si al comer se embute, signo de pobreza eterna: ningún dinero podrá saciar el exceso, mucho menos el de esta pobre plebeya. Si al aligerar su ropa encuentro gusto en mis sentidos, podré hilvanar el cronograma de una pasión sobre el implacable tiempo. Y si es en bien mirarle enfermo, y si mis ojos no se apartan de su debilidad, y si en la palidez encuentro mi propia misericordia en vez de repugnancia, si en el hedor del tiempo encuentro mi responsabilidad y mi complacencia en el bien común (de Su Real Sociología cito), si en entonces puedo con la mística serenidad de la constancia, y puede el otro haberme visto ahí, entonces habré hallado un ser humano empíricamente comprobable.

Porque siendo el amor todo lo anterior citado, es mucho; razón más compleja aún de lo que mi mundano espíritu había contemplado al través de la ficción; y no está en mí abarcar tantísimas y tan extenuantes materias como su dominio requiere, si apenas soy aprendiz de Tlacuilo, bocetos burdos del paisaje de estas tierras, dominio de la Nuestra Señora Serpiente Emplumada (por quien nuestro pueblo sigue esperando su regreso glorioso). Así sea… Pero hasta no ver, no creer. Porque mucho pienso en el distinguido señor B, pero no es mi pensamiento signo de sustancia; son delirios, pecado de sesgo en las pruebas de la experiencia, cuestionable falta de ortografía en el acento de la pasión. He de saber ver lo que es y no lo que supongo. A las pruebas. A ello he de encomendarme, Su Majestad. Y por ello: rigor al denunciar el objeto de estudio (((objeto de curiosidad, objeto a desentrañar…

Por ello, en lid de voluntad, arropo la hipótesis con el zarape veteado de antedicha estructura teórico-conceptual y en bien por tal método me es dado suponer: que no contrapone el juicio a la permanencia en la luz del instante místico: aquí y ahora. No he sido y no seré: soy. El señor B no ha sido y no será: es.

Parto con mi vara donde apoyar el camino y azuzar los frutos del huerto que he de cultivar. Llevo apenas mi cuenca, depósito del sagrado alimento, la santísima bebida, el bautizo de mi frente. Mi hábito empobrece y mi deseo mengua. Así sea. Así se transforme mi alma en humildad (((qué soberbia desearlo, que paradoja es este abismo???

Confío en recibir Su Salvoconducto para internarme, sin contratiempos y a la brevedad que mis urgencias exigen, en el Sanatorio de las Purísimas Hermanas del Silencio en la muy Real y Noble Provincia de Puerto Final.

Siempre en admiración de su Majestad del Razonamiento Puro.
Su atenta y respetuosa discípula: señora C.

martes, 29 de julio de 2008

EPÍSTOLAS DE AMOR A LA DISTANCIA V

Apreciada Duquesa D.

Mi escrito debió ser de regocijo, pero no puedo dejar de sentirme profundamente desconcertada. Me impactan los malévolos rumores sucedidos en la corte la noche de ayer.

Parece, querida Duquesa, que la sombra de la desolación me persigue. Tal vez se trata del impuesto que debo pagar por recuperar mi alma: por más que lucho, los muertos me persiguen. Mis muertos. Los que fueron.

Una razón más que se hilvana a la trama por la cual he de emprender mi viaje al inframundo de la ficción. Y esta vez no puedo huir de mi destino. Querida Duquesa: he de lanzarme al abismo, tras el loco de la rosa; he de aceptar mi locura. Usted ya lo sabe: todo lo que toco se convierte en bruma. El ánima de Midas me posee.

En este momento de mi vida, no hay mayor lamento que encarnar su indignación, Duquesa. Yo sé. Yo he estado habitando los últimos meses en el oscuro reino de la indignación. Y pese al dolor, querida amiga, sigo pensando que quien ha de ser no tendrá reparo en mostrar su amor al mundo: en mostrar su amor al ser amado. Menos que eso es mera grosería; una burla a Dios. ¿Cómo puede un hombre horrorizarse del amor? ¿Acaso hemos enloquecido todos: prohibido amarse en público, prohibido que tu sexo se vuelva carne, prohibido que tu carne se vuelva espíritu?

Por amor a usted me atengo, querida Duquesa, a la posibilidad de que usted deje de amarme. Asumo mi responsabilidad. Observo. Y percibo con claridad. He sido torpe… Y con este último tropiezo, caigo al abismo, me dejo ir.

Lamento que su trabajo en la corte, Duquesa, no tenga el reconocimiento que merece. Cuando hablo de re-conocer no me refiero a la superficie de los halagos, me refiero al acto de sabiduría de quien aprecia lo otro, lo verdadero: la entrega. Yo no trabajaría como usted lo hace, yo no podría entregarme de ese modo al servicio, como usted lo hace. Usted es superior, Duquesa, por su capacidad de organización y decisión. Pero nuestro mundo humano se mueve a través de subjetividades.

Es increíble, lo sé, pero es cierto que un alto ministro decide con base en su corazón. Si el corazón es amargo, amargura traerán sus actos. La pasión es quien nos traiciona, no el otro. ¿Puede un adulto sano arreglar su frustración a gritos y berrinches? Una corte donde todo es rumor, no es corte, es apenas un viento extraviado. No es artista el caprichoso. Todos nos sentimos con derecho a juzgar… Y a mí me cuesta cada día más trabajo hacerlo. Todo lo que toco se convierte en bruma: ¿cómo he de juzgar un milagro así?

He decidido, querida Duquesa, internarme en un convento. Es preciso que me aparte del mundo, para así apartar de mí la sombra maligna que ahora me condena. Estoy en pecado, Duquesa, en el mayor de los pecados. Por ello debo dejar se ser. Es urgente que me aparte de todo, que me aparte de usted, de mi Lady, de la pequeña Infanta…

Anoche lo supe. Luego de que usted dejara el salón de baile de modo tan repentino, decidí salir también, para que la luna diera luz a mis impresiones, que fueron muchas, que fueron todas las impresiones que he vivido, cada una de ellas, repetida por siempre en la vibración efímera de mi paso hueco sobre la cantera. Serían las tres de la mañana y yo estaba sola.

El dolor en su voz fue acto suficiente para iluminar el pozo profundo de mi soledad: he de estar sola, porque sola estoy ya. Mis letras son el sacrificio y mi soledad el medio. Siempre pensé que sería al contrario.

Ya he amado, Duquesa. Y, quizá, alguien también me amaría. He cumplido. He cosechado lo que sembré en mi tierra. Y ya había olvidado que mi tierra es Tara, hasta que, por intermediación del respetable señor B, he recordado. Tara: la tierra prometida. La tierra de los duendes. La tierra de la fantasía.

Ahora debo abandonar esa tierra baldía, terregal de muertos. Soy hija de la Ilustre Chingada; mi padre, don Pedro Páramo me ha heredado la propiedad, me ha heredado el mal. Y estoy cansada. He llegado al final de la inscripción, a la entrada del laberinto: hay advertencia de locura. Pero he de entrar: ahí está mi hogar: el fuego eterno al centro de mis arterias: mi corazón de nahual.

Yo no creo que pueda explicarle mucho, amada Duquesa. No puedo hablar de lo que ignoro. Las palabras nunca dicen nada, jamás han dicho nada, se lo digo yo que llevo tanto tratando de arrancarles una mínima verdad. Pero las palabras son silencio: las palabras son la cripta donde reposan los recuerdos. En cuanto la escribo, escapa el tiempo; en cuanto intento decir, ya ha pasado el acto. El dolor es intransmisible por medio de la razón. No son las palabras el amor, ni alcanzan sus trazos para dar cuenta de él.

No hay explicación posible, Duquesa; para justificar mi extravío. Por ello debo recoger mis pasos, recoger mis hábitos, y marcharme ahora. Debo ir a dejar al mar la ceniza de mis muertos, para que al fin descansen en santa paz. Por eso estoy recogiendo la enagua de mis hábitos, Duquesa, para exponerme aquí, frente a quienes han de juzgarme.

Éste es mi juicio final, Duquesa: aquí me presento con mis culpas ante usted y ante toda la corte. He aquí el recuento del proceso, porque he mentido: no soy Scarlett, soy una charlatana del tiempo, no es ley mi palabra. He mentido: no soy escritora, no escribo para nadie, escribo para ser. Egoísta. He sido egoísta. Y, lo peor: es mentira que alguna vez yo haya amado, porque de todos he renegado, y es ofensa renegar del más sagrado de los dones.

Por ello agradezco la bondad de mi ángel (el que me ama aunque yo sea pecadora), porque me ha puesto frente ustedes (como frente a un espejo), para darme cuenta de quién soy yo. Ustedes me conforman.

Ya no quiero la máscara, por más brillantina y lentejuela verde que sea. Ya no tengo más ovarios por empeñar; he apostado mi última carta y, al darle vuelta, aparece la muerte. Soy yo frente al más terrible de los monstruos: mi imagen en el espejo. Todo ha sido una fantasía: piratas, juglares, místicos xamanes, misterioso Dandy, bruma carnívora, hombres lobo y diablos, muchos diablos.

Debo marcharme sola, sin comparsa, un pobre Sancho sin su Quijote. A lo mejor un día sí termino mi novela, o alguno de los dos o tres libros de cuentos que avanzan siempre y nunca concluyen… El señor B asevera que al texto se le abandona, yo diría que nunca he dejado de escribir la primera historia que al inicio alguien comenzó. Y no he de ser yo quien la concluya.

Ayer en el salón de baile, Duquesa, luego de que usted partiera como si un carruaje de fuego le esperara, alguno de los comensales se acercó para preguntar por mi identidad. Le he dicho que escribo, y el hombre ha abierto los ojos, desmesurada la expresión, al decirme: pobrecita pequeña, qué vas a hacer, qué vas a hacer, no puede ser, necesitas trabajo, necesitas hacer algo, no puedes vivir así… Y sin embargo, así he vivido siempre, a expensas de mis letras. He vivido tan torpemente como mis letras. A tontas y a locas, dirían: soy torpe y soy loca. Ayer, mademoiselle M lo dijo con claridad: tú también estás loca.

Y sé que reconocer mi locura no me exime de la responsabilidad de mis actos. Haber actuado bajo el resplandor de la ignorancia no añade gracia a mis obras. He estado ausente de mí misma, Duquesa, por ello ahora debo en verdad ausentarme. Partir. Partir en dos y en tres, hasta que no quede nada de lo que he sido, porque la visión del pasado es sólo eso: el reflejo de Narciso, petrificado en su visión, como una Medusa. Todo lo que miro se convierte en piedra, querida Duquesa: es la maldición que hoy me llaga.

El nefasto incidente de ayer me ha abierto los ojos: soy un muerto: en mi alma es donde habita el demonio. Por eso me está doliendo tanto: me quemo en la hoguera de la bruja. No sé si aún quede algo de mi nahual fénix, pero ahora debo convertirme en ceniza. Ahora debo consumirme por completo en mi propia llama de pasión: mi amor ha muerto en cumplimiento del deber y yo, como el samurai caído en deshonor, he de morir por mano propia.

No puedo justificarme, sólo puedo exponer los hechos: he pecado de inocente. Olvidé que somos envidiosos. Olvidé que casi siempre queremos poseer la vida de los otros. Creemos saber el momento y el lugar, queremos hacer justicia, pero sólo la propia. Yo no pertenezco al mundo real, el de la realeza, en el que usted se desenvuelve, querida Duquesa; yo habito los barrios bajos, por ello no tengo título nobiliario, sólo soy una señora, una cualquiera, una de la calle, en el más amplio espectro que abarque la expresión. Acá abajo no veo las redes con que se urde la trama de la corte real. Olvidé que los intereses propios siempre ganan por sobre la razón, y casi siempre también sobre el espíritu.

Yo no pertenezco a este mundo, Duquesa, por ello no he sabido dimensionar; se ha vuelto amenaza lo que fue un acto de entusiasmo. Y sostengo lo dicho: ignoraba la magnitud de las pasiones que se confabulan en la corte, pero mi ignorancia nada disculpa. De ningún modo reprocharé las medidas que usted tome respecto de su relación con mi persona. Justificaré en usted cualquier juicio.

Ya no puedo huir más de mí misma. Me está afectando. Estoy afectada, infecta de un terrible mal. Y sigo siendo egoísta, porque me voy para salvarme, y me voy para no arrastrar conmigo a quienes amo. Por ello ha sido una generosa coincidencia del destino que Lady I me haya presentado al estimable Señor B justo en vísperas de mi viaje: así no puedo tocarlo, para que no se vuelva bruma. No puedo tocar a nadie ahora, porque los contagio con mi terror.

Puedo confesar que aún guardo algunas sensaciones, que en mi ser recaen en la figura del Señor B. Sin embargo, las reacciones de anoche me sustraen aún más de emitir posibilidad de otra índole que no sea la estrictamente profesional. Así debe ser porque así es ahora. Mi trabajo ya no es escombrar la tierra, prepararla para echar una nueva cimiente; me corresponde el paso anterior (paso cadencioso): emprender el camino en busca de una nueva tierra, un nuevo sexo (el poético).

Ya no pertenezco a esta tierra. En lo que fueron mis posesiones no quedan ni las ruinas. Mi universo ha colapsado sobre sí mismo y me he vuelto un agujero negro. He de caminar hacia mi propia oscuridad. Como el pequeño príncipe: he de viajar a otros mundos en busca de un nuevo universo por construir.

Me consuela, sin embargo, la dicha de haber llegado al final de mi camino con usted tomando mi mano. No he muerto sola: usted, Duquesa, me ha sostenido en el último aliento. Usted y otros ángeles de luz que me han encaminado hasta el borde de mi destino.

He vivido en el sueño de mis letras, debo cumplir ahora mi signo de mujer, mi signo de carne. No puedo estar en el mundo ahora, debo enloquecer por completo, morir por completo, ir al reino de los muertos, porque he de mirarles a los ojos y ver que están vacíos. Debo ver por mí misma, debo ver por mí, cuidar de mí, para dejar de temerles.

Necesito descender al infierno, tocar el fondo del abismo por el cual caigo (como por un agujero de gusano (a otros mundos, al país de las maravillas)). Estrellarme contra la roca del fondo, es la única fórmula viable para levantarme, si sobrevivo al impacto, levantarme y tomar de nuevo la escalinata hacia la luz.

Desde hace días las moscas invaden mi casa, Duquesa D. Otro síntoma de la infección que me aqueja. Sólo una vez en mi prehistoria hubo cuenta de una plaga similar; sucedió en mi antigua comarca. Y entonces también implotó mi universo (imploró mi universo). Son diez años desde entonces. Ya ha sido.

Cómo, querida Duquesa, podría pensar en dañar al ángel redentor que ha obrado por intermediación de su presencia en mi vida. Es también gracias a usted que ahora soy capaz de ir sola. Las puertas de la oscuridad se han abierto ante mí, bajo el ábrete sésamo que usted me ha ayudado a descifrar. Voy como toro al matadero, a la fiesta brava de mi sacrificio: por mi ceguera al embestir lentejuelas y figurines, es mi sentencia perecer.

Debo irme para no volver. Debo irme para no ser. Me aterra ver que mi palabra sin capricho se volvió maleficio en boca de los injustos, de otros que ignoran tanto como yo. La corte celeste nos ampare de cualquier séquito de corte mortal… Y sin embargo es justo a esta última ante quien me presento, con absoluta reverencia, asumida como una cabeza más del terrible monstruo que nos acecha. Que me juzguen los mismos a quien he juzgado, que me juzguen igual que yo los juzgaría.

He tocado todo, y todo se ha convertido en polvo, también el polvo, incluso mi tacto es polvo, y así mi pensamiento polvo es. No sé si esta es mi última epístola, no sé si mi aliento sea capaz de sostener una epístola de amor por cada día de ausencia: no sé si yo soy capaz de contener un amor así. Porque por ahora no soy capaz de nada.

Sin embargo, Duquesa, debe saber que detrás del perjurio siempre está usted, eterna, íntegra. Usted puede permanecer en la certeza de que su persona merece mi más profundo respeto: siempre admiraré su fuerza, su halo de animal salvaje, la bravura con que usted enfrenta sus propios territorios indomables. Quizá no me es dado acompañarle más en el camino. No lo sé. Pero en la ausencia, y por amor a la ausencia, usted debe saberse bella, usted debe saberse digna. Nadie tiene derecho a levantar la voz contra la prestancia de usted. Aparte su corazón de quienes abusan de su entrega. Sé que en usted, Duquesa querida, se encuentra la potencia para que en su alma no arraiguen las malas hierbas.

No deje que la amargura le sobrepase, como lo ha hecho conmigo. ¿Sabremos mirarnos de verdad, Duquesa? ¿Sabremos amar el derecho y el revés, el arriba y el abajo, de igual modo? Yo no he podido: de todo he renegado, como un ángel caído… Y en el vértigo de mi caída he debido perder a mis amigos, he debido olvidar a mis amores. Yo no he querido que fuera así, sólo es de este modo, sin que yo intervenga, sin que yo pueda hacer nada por remediarlo.

Yo no sé si usted ha llegado hasta aquí en la lectura de mi carta, Duquesa, sé que es mucho lo que digo, y sé que no suena a nada. Pero yo he sentido el llamado a vaciar mi alma frente a su fortaleza, incluso frente a su ira, no he de defenderme. Sólo sé que debo vaciar aquí el dolor que me doblega, la dicha que me llena, el vacío del féretro donde reposo.

Querida Duquesa, es mucho lo que he guardado en el alma, y sin embargo es tan miserable lo que puedo expresar al respecto. Miserables son mis palabras. Pálidas migas de pan a las que he confiado el resguardo de mi ruta. Inocente de mí. Dios perdone el pecado que los mortales no podrán justificarme. La razón les asista y su boca se llene de gloria al emitir mi sentencia. Su voluntad se haga. La de Dios. Y que él colme de bendiciones su espíritu, amada Duquesa.

Ya en la ausencia.
Señora C.

lunes, 28 de julio de 2008

EPÍSTOLAS DE AMOR A LA DISTANCIA IV

Querida Infanta U

La aurora de su nombre es siempre reivindicación de la luz en medio de la tiniebla.

He quedado sumamente agradecida por la compañía que usted me ha brindado durante mis días de estancia en esta nuestra entrañable y mágica tierra de Oz. La hora del café, que usted ofrece con exquisitez en los jardines de palacio, se ha erigido como una imagen de belleza, blanquísimo pilar donde sostener los días de huracán que, preveo, atacarán mi viaje.

He tomado, por supuesto, las medidas apropiadas para aligerar el equipaje: voy sola, sin extrañamientos ni reproches. Usted sabe: he de concentrarme en domesticar al toro blanco, acercarme muy despacio, acercarle apenas una miguita de pan.

He hecho descubrimientos interesantes respecto del señor B, fino caballero a quien Lady I me ha presentado en la magnífica mascarada que ella ofreció en fechas recientes en el teatro de su comarca.

Creo haber mencionado a tan distinguido personaje en el último café que compartimos; me parece altamente significativo recordar que lo hice justo cuando, complacidas, admirábamos la belleza de los ejemplares del pequeño zoológico de aves y reptiles mitológicos que usted cría en los jardines de palacio.

Pero le decía que he podido realizar reflexiones sugerentes sobre la naturaleza del señor B.; y usted sabe, querida Infanta, que las meditaciones en las cuales me he enfrascado, no se refieren propiamente a tan estimable señor, por quien guardo aprecio y respeto; usted sabe, Infanta, que mis delirios recaen sobre la construcción de mi quietud.

De viva voz le he hecho saber mi esfuerzo por observar, mirar bien, sin que el toro de mi pasión infinita se abalance sobre el brillo de las lentejuelas, enrojecida de intensidad su vista: toro ciego, como el amor.

Y bien, mi ejercicio ha dado resultado, por lo cual puedo hacerle saber el reporte de los datos recabados: el señor B es un romántico, ciertamente: la lectura de sus poemas lo confirma, es un hombre que gusta de lo exquisito, amante de la complacencia, quizá hedonista (como yo), egocéntrico y caprichoso, posiblemente inconstante; con esa apariencia de caos en el vuelo de la mariposa: frágil, etéreo, fugaz. En constante estado de ausencia, en pasión y entrega… Cuántos parecidos, ¿no cree usted?

Por supuesto, muchas de mis apreciaciones son meras hipótesis. En realidad ni siquiera me acerco a la posibilidad de concebir una imagen plenamente formulada de cuál es el color de su espíritu; mucho menos puedo aspirar en este momento a mirar en vivo dicho resplandor. Apenas percibo unas pocas coincidencias, sólo alcanzo a mirar de lejos, como el caminante del desierto que descubre el brillo del agua a la distancia: ¿será de nuevo un espejismo?, ¿será que es agua de verdad? ¿Será verídico que el pozo de su carne es tan profundo como para tirarse en él y nunca tocar fondo? ¿Será verdad que puedo tardar siglos en conocerle?... Porque ya hemos conocido a más de un charlatán del tiempo, cuya palabra no es ley, cuya promesa es vulgar retórica. ¿Será o no será? ¿Me-quiere-no-me-quiere-me quiere? (sabe usted, Infanta, que adoro los juegos melódicos).

Por lo pronto, parece claro que el distinguido señor B se halla, al momento, en plenitud de su potencial, rodeado de bellezas y halagos. Y no es para menos, por supuesto; cualquiera que realice un trabajo tan comprometido como el de él, merece estar en gracia: ser agradecido. Y así me siento por la perspectiva del trabajo artístico al cual el señor B y yo nos hemos comprometido. Y es en virtud de tal plenitud que yo no puedo sino respetar con humildad el espacio que el señor B tenga a bien dedicar a dicha tarea. Me complazco en esta sola perspectiva. Y sí, mi pecho se inflama. Y sí, lo calmo con palabras. Y sí, es cierto que es el propio resplandor del señor B el que me enceguece: por ahora estoy incapacitada para ver más allá del cuento de Dandys, hermético halo gangsteril, dejado por unas pocas y apreciadas presencias verificadas.

El que ha de ser ya es, querida Infanta.

Yo no sé si en cualquier re-flexión del tiempo, el señor B y yo nos encontremos. Ignoro por completo si los muros de nuestro laberinto convergen en algún callejón sin salida, y ahí hallemos inscripta la bendición de un destino. No sé ahora si dos intensidades, como las que él y yo padecemos, pueden mirar al otro en medio del propio resplandor ciego. En la cronología de mi historia, aún no se ha registrado un hecho de tan sublime magnitud: permanezco invisible y, entonces, me doy cuenta: yo también he sido caprichosa. No bastan mis amadas palabras, no basta el instinto incandescente de mi sexo.

He sido Scarlett tantas veces. He sangrado mis manos, una herida y otra, por revivir una herencia muerta. Ya una vez alguien me construyo un espejo, para atravesar a este mundo de espectros. Una noche, fui el centro del universo y resulté ser muy aburrida. Alguno tuvo a bien convertir mi espalda en puente de fuego: y en verdad mi serpiente fue puente de fuego, para que él saciara en mí su propia imagen. No quería en verdad hacerme puente, quería mi aliento y, cuando se dio cuenta, me dejó vuelta fuego, sin romper el hechizo, así he perecido ya tantas veces: quemada en la hoguera, por la blasfemia de poseer un cuerpo…

Por eso tengo que partir, querida Infanta, con poquísimo equipaje: he dejado las joyas de Scarlett, no he querido empacar ningún verso; prescindo ahora de los espejos, me olvido de hablar con las aves: voy en busca de un nombre propio; me niego a ser depositaria de ningún desecho de cristal, por más bella y llamativa que su iridiscencia me resulte: percibo que mi deseo, más bien, es el de la carne: deseo por volverme carne y hueso, quiero contraer mis partículas de bruma y ser cuerpo presente (nunca pasado, jamás futuro, en ningún instante fantasía). Porque si alguna vez el señor B ha de mirarme, ha de ser a mí, y no a mi reflejo.

Por su imprescindible amistad, mi corazón se regocija.

Su atenta servidora


Señora C.

EPÍSTOLAS DE AMOR A LA DISTANCIA III

Adorada Madame K.

Próxima a partir, inmersa en los preparativos propios del alma a punto de emprender vuelo, me he enterado con beneplácito de la breve visita que Lady I. ha hecho a su pasado. Me complace saber que hay almas viajeras acompañándome muy cerca, revoloteando sus alas de hadas y demonios alrededor de la ilusión.

Sé de cerca la pasión (el duelo) que usted ha seguido, admiro la voluntad de su entereza: es usted, Madame, una mujer completa. Dios no devuelva nunca la vista a Messie E; lo libre Dios de que mire en verdad la carne de su carne suya Madame, porque el arrepentimiento sería, para el que se ha ido, la consecuencia segura. En el pecado llevamos la penitencia, así me ha dicho varias veces el Príncipe de Q, sabio patriarca de la razón.

Como el samurai somos, queridísima Madame K: por sí o por no (por si me quiere o no me quiere): las pócimas que me ha dado a beber en su fortaleza, en mucho han menguado los síntomas del mal que me aqueja, motivo por el cual emprendo este viaje a las orillas del tiempo. Ahí he de guardar reposo, descansar en paz, como hemos de hacer los muertos.

Será que me estoy convirtiendo en un vulgar vampiro. No lo sé. Pero las últimas noches le he escuchado, a lo lejos. Es un grito miserable y aterrador: el aullido poético.

He de curarme, querida. Hemos de sanar con cada herida. Mi corazón está con usted.

Desde el comienzo del tiempo
Señora C.

EPÍSTOLAS DE AMOR A LA DISTANCIA II

Estimada Lady I.

Ahora que mi partida parece proclamarse inevitable, me resulta grato escribirle unas cuantas líneas de agradecimiento: la exquisitez de su velada de máscaras puede compararse sólo con una buena puesta en escena.

Me parece que mis palabras serán pocas para manifestar la gratitud por haberme presentado al apreciable señor B; está por demás ponderar su buen gusto, mi Lady, el cual ha demostrado ser indudable en más de una ocasión.

Las palabras del señor B me han impactado, debo admitirlo; la sinrazón que comienza a manifestarse en mí es razón (y paradoja), suficiente su fuerza para sumarse a la contundencia de mi deseo por emprender cuanto antes el viaje de regreso a mi tierra natal: las orlas próximas del mar… Porque usted sabe, mi Lady, de la grave enfermedad del alma que me aqueja, usted sabe que mi voz no puede sino pronunciar maldiciones, que temo por la cordura de mis palabras… Usted sabe que debo ir a encontrar mi otra mitad dentro del mar, más allá del linde con mi soledad infinita: sólo así mi voz podrá ofrecer aunque sea una mínima bendición, un buen decir, una palabra mágica que me redima del pecado de la tristeza.

Pero, mi Lady, el motivo de mi carta a usted no es hablar del leve temblor que siento al partir, sino decirle que usted es parte de la vibración con que me impulso hacia el abismo: su amistad de cascabeles y polvos brillantes me provee de las fantasías necesarias para volar rumbo al país de nunca jamás.

No puedo expresar mi gratitud.
Su atenta amiga: señora C.

viernes, 25 de julio de 2008

EPÍSTOLAS DE AMOR A LA DISTANCIA

Estimado señor B.

Bien sabe usted que me encuentro en vísperas de emprender el viaje de regreso a mi origen: las tierras cercanas al mar. Es cierto que me encuentro feliz por el emprendimiento: mi salud demanda que me acerque a las orillas del tiempo, el que sólo encuentro en la humedad de la costa (las costas profundas de mi piel). Es momento de repliegue, lo sé bien, así lo indica la estación.

Y estaba por lamentar su ausencia, cuando he comprendido que es en el tiempo donde lo he de encontrar.

Me he quedado prendada de su país de maravillas, no he podido dejar de pensar en los relatos que escuché acerca de los mundos oscuros que usted ha explorado. Debo decirle, querido amigo, que la belleza de su narración me invita a visitarle de nuevo, en cuanto mi ánima esté libre de pecado, libre de ilusión y pueda verle como es.

Desde la orilla del mar.
Su atenta amiga: señora C.

jueves, 17 de julio de 2008

ESPECTADORA

Escribí un comentario para mi amigo Alonso Barrera, joven director teatral (queretano, eh? para que no digan que no hay arte en el terruño).



ONCE UPON A TIME
IN WEST ASPHIXIA
ORIGINAL DE ANGéLICA LIDDEL

PUESTA EN ESCENA DIRIGIDA POR
ALONSO BARRERA

CARLA PATRICIA QUINTANAR

RITMO PLÁSTICO


El director logra el extrañamiento a través del ritmo dramático con que estructura la obra... Es lo que deduzco luego de meditar mi inquietud sobre la puesta en escena.

No soy capaz de decir, al inicio, si el ritmo es lento, por un instante es la palabra que cruza por mi mente, pero como un aleteo vago que, en seguida, se desvanece: me doy cuenta de que no es eso, no se trata de lentitud, sino de una cadencia particular, estructurada muy a propósito de la obra teatral.

El extrañamiento que me produce el ritmo me lleva a observarlo (por detrás del maravilloso texto de la dramaturga), y así percibo la pesadumbre; pero entendida como eje de tensión narrativa (directiva): una estructura temporal que se mantiene siempre arriba: es clímax el inicio, es clímax el final: tal como es el alma de los personajes principales: un exceso continuo, la pasión ejecutando malabares al borde del instante (como el loco suicida, dando el paso al abismo mientras respira el aroma de la rosa).

Pesadumbre entendida como padecimiento, angustia, un batimiento que pasa por la tristeza, la añoranza y, claro está: el dolor. Pero no el dolor de los personajes propiamente, sino el espanto frente a la crudeza de la obra, como la primera reacción frente a la sangre de la herida abierta: carne abierta… ¿Asfixia?

El ritmo es extraño como extraño (a los comunes) resulta la paradoja de los personajes: la plenitud en la demencia; al fin que plenitud significa instante: mantenerse en el impulso vital del instante. Plenitud en la demencia, porque quién no ha soñado en aguardar como princesa, durante 50 días, la vuelta del amado, quién no ha fantaseado con un nivel de entrega donde los amantes prenden el impulso, el ardor de escribirse una carta por cada día de ausencia, ¿no es romántico?, ¿no es envidiable una entrega así?

Con esto no estoy diciendo que la puesta resulte romántica, tampoco digo que no trate la historia de un romance; apenas boceto una aproximación a mi experiencia frente a la obra: la posibilidad mínima que las palabras me dan para compartir mi percepción.

Cada quien es el encargado de construir su propia síntesis respecto de esta puesta en escena: estoy segura de que usted tendrá algo intenso por decir (o sentir) mientras la ve: tal es la virtud lograda por efectos de la obra.

Encomiéndense a usted mismo y compruebe cómo, en materia de arte, es posible concebir el vértigo tras la cadencia detenida, intensidad de cuadro por cuadro: sutil plástica del ritmo alcanzada por Alonso Barrera.

BREVE TEMPORADA EN QUERÉTARO

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miércoles, 2 de julio de 2008

EL LENGUAJE SENTIPENSANTE

EDUARDO GALEANO
“LA PLENITUD DE LA PALABRA”
Entrevista con Mauricio Ciechawer. Fragmento.
Revista Cultural El Acordeón. UPN Número 6 Otoño 91 ISSN 0188-3291

No me gusta que me encierren en ningún frasquito ni me gusta que me peguen una etiqueta en la frente. Yo creo que lo mejor que le puede ocurrir a lo que escribo es que no sea clasificable para que o me enjaulen. Hay una tendencia entre los eruditos de la literatura a clasificar a la palabra y a los autores, como si esa palabra les diera miedo. Yo pienso que la palabra,, cuando es de veras digna de sonar, es libre y por lo tanto peligrosa. Siempre me llamó la atención ese respeto sacramental por las fronteras que separan a los géneros literarios entre sí. Gente que muestra una tremenda osadía en el arte de vivir y, sin embargo, a la hora de escribir se detiene con pánico sagrado a los pies de esos muros que los eruditos han levantado para compartimentar la palabra humana. Entonces nos dicen: “No, no, cuidado, hasta aquí llega la poesía, aquí empieza el género documental, esto es testimonio o novela o crónica… Pero no, no se puede mezclar…” Yo siento un enorme placer en violar esas fronteras y en meterme donde no debo, pues me gustaría recuperar la perdida unidad del mensaje humano. Pienso que el lenguaje ha sido roto, que tenemos la voz rota, fracturada por una cultura dominante que rompe todo lo que toca y que separa los géneros literarios como separa el alma del cuerpo, la bella y la bestia, o como separa al vida íntima de la vida pública, de tal modo que más de un revolucionario puede portarse impunemente como Pinochet en su propia casa… Y que separa también el mundo de las emociones del mundo de las razones. Yo invocaba en la charla de Bellas Artes el derecho, y hasta diría el deber, de usar un LENGUAJE SENTIPENSANTE para decir los adentros del alma. Esa palabra muy linda –SENTIPENSANTE- que inventaron los pescadores de la costa colombiana para definir el lenguaje que dice verdad, que es un lenguaje que ata a la razón y al corazón, al mundo de las ideas y al mundo de las emociones…
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NOTA: El subrayado en mayúsculas es mío.