jueves, 17 de julio de 2008

ESPECTADORA

Escribí un comentario para mi amigo Alonso Barrera, joven director teatral (queretano, eh? para que no digan que no hay arte en el terruño).



ONCE UPON A TIME
IN WEST ASPHIXIA
ORIGINAL DE ANGéLICA LIDDEL

PUESTA EN ESCENA DIRIGIDA POR
ALONSO BARRERA

CARLA PATRICIA QUINTANAR

RITMO PLÁSTICO


El director logra el extrañamiento a través del ritmo dramático con que estructura la obra... Es lo que deduzco luego de meditar mi inquietud sobre la puesta en escena.

No soy capaz de decir, al inicio, si el ritmo es lento, por un instante es la palabra que cruza por mi mente, pero como un aleteo vago que, en seguida, se desvanece: me doy cuenta de que no es eso, no se trata de lentitud, sino de una cadencia particular, estructurada muy a propósito de la obra teatral.

El extrañamiento que me produce el ritmo me lleva a observarlo (por detrás del maravilloso texto de la dramaturga), y así percibo la pesadumbre; pero entendida como eje de tensión narrativa (directiva): una estructura temporal que se mantiene siempre arriba: es clímax el inicio, es clímax el final: tal como es el alma de los personajes principales: un exceso continuo, la pasión ejecutando malabares al borde del instante (como el loco suicida, dando el paso al abismo mientras respira el aroma de la rosa).

Pesadumbre entendida como padecimiento, angustia, un batimiento que pasa por la tristeza, la añoranza y, claro está: el dolor. Pero no el dolor de los personajes propiamente, sino el espanto frente a la crudeza de la obra, como la primera reacción frente a la sangre de la herida abierta: carne abierta… ¿Asfixia?

El ritmo es extraño como extraño (a los comunes) resulta la paradoja de los personajes: la plenitud en la demencia; al fin que plenitud significa instante: mantenerse en el impulso vital del instante. Plenitud en la demencia, porque quién no ha soñado en aguardar como princesa, durante 50 días, la vuelta del amado, quién no ha fantaseado con un nivel de entrega donde los amantes prenden el impulso, el ardor de escribirse una carta por cada día de ausencia, ¿no es romántico?, ¿no es envidiable una entrega así?

Con esto no estoy diciendo que la puesta resulte romántica, tampoco digo que no trate la historia de un romance; apenas boceto una aproximación a mi experiencia frente a la obra: la posibilidad mínima que las palabras me dan para compartir mi percepción.

Cada quien es el encargado de construir su propia síntesis respecto de esta puesta en escena: estoy segura de que usted tendrá algo intenso por decir (o sentir) mientras la ve: tal es la virtud lograda por efectos de la obra.

Encomiéndense a usted mismo y compruebe cómo, en materia de arte, es posible concebir el vértigo tras la cadencia detenida, intensidad de cuadro por cuadro: sutil plástica del ritmo alcanzada por Alonso Barrera.

BREVE TEMPORADA EN QUERÉTARO

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1 comentario:

Ileana Cruz dijo...

Amiga, tienes razón. Alonso es un artesano que pinta cada movimiento, cada gesto, cada reacción casi como con pincel de un pelo, y el ritmo es exacto. Más rápido y los personajes estallarían en incendio, más lento y los espectadores arderíamos en impaciencia.

Así, en el nombre de Simón, o no en su nombre, más bien gracias a Simón, contemplemos a la pasión, a la locura, a la aspixia hecha cuerpos.

Así, me uno a tu recomendación. Sientan, vivan West Asphixia con el corazón en una cajita, a salvo desde la butaca.

Felicidades por el texto!! Como siempre, de belleza estremecedora.