lunes, 28 de julio de 2008

EPÍSTOLAS DE AMOR A LA DISTANCIA III

Adorada Madame K.

Próxima a partir, inmersa en los preparativos propios del alma a punto de emprender vuelo, me he enterado con beneplácito de la breve visita que Lady I. ha hecho a su pasado. Me complace saber que hay almas viajeras acompañándome muy cerca, revoloteando sus alas de hadas y demonios alrededor de la ilusión.

Sé de cerca la pasión (el duelo) que usted ha seguido, admiro la voluntad de su entereza: es usted, Madame, una mujer completa. Dios no devuelva nunca la vista a Messie E; lo libre Dios de que mire en verdad la carne de su carne suya Madame, porque el arrepentimiento sería, para el que se ha ido, la consecuencia segura. En el pecado llevamos la penitencia, así me ha dicho varias veces el Príncipe de Q, sabio patriarca de la razón.

Como el samurai somos, queridísima Madame K: por sí o por no (por si me quiere o no me quiere): las pócimas que me ha dado a beber en su fortaleza, en mucho han menguado los síntomas del mal que me aqueja, motivo por el cual emprendo este viaje a las orillas del tiempo. Ahí he de guardar reposo, descansar en paz, como hemos de hacer los muertos.

Será que me estoy convirtiendo en un vulgar vampiro. No lo sé. Pero las últimas noches le he escuchado, a lo lejos. Es un grito miserable y aterrador: el aullido poético.

He de curarme, querida. Hemos de sanar con cada herida. Mi corazón está con usted.

Desde el comienzo del tiempo
Señora C.

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