lunes, 28 de julio de 2008

EPÍSTOLAS DE AMOR A LA DISTANCIA IV

Querida Infanta U

La aurora de su nombre es siempre reivindicación de la luz en medio de la tiniebla.

He quedado sumamente agradecida por la compañía que usted me ha brindado durante mis días de estancia en esta nuestra entrañable y mágica tierra de Oz. La hora del café, que usted ofrece con exquisitez en los jardines de palacio, se ha erigido como una imagen de belleza, blanquísimo pilar donde sostener los días de huracán que, preveo, atacarán mi viaje.

He tomado, por supuesto, las medidas apropiadas para aligerar el equipaje: voy sola, sin extrañamientos ni reproches. Usted sabe: he de concentrarme en domesticar al toro blanco, acercarme muy despacio, acercarle apenas una miguita de pan.

He hecho descubrimientos interesantes respecto del señor B, fino caballero a quien Lady I me ha presentado en la magnífica mascarada que ella ofreció en fechas recientes en el teatro de su comarca.

Creo haber mencionado a tan distinguido personaje en el último café que compartimos; me parece altamente significativo recordar que lo hice justo cuando, complacidas, admirábamos la belleza de los ejemplares del pequeño zoológico de aves y reptiles mitológicos que usted cría en los jardines de palacio.

Pero le decía que he podido realizar reflexiones sugerentes sobre la naturaleza del señor B.; y usted sabe, querida Infanta, que las meditaciones en las cuales me he enfrascado, no se refieren propiamente a tan estimable señor, por quien guardo aprecio y respeto; usted sabe, Infanta, que mis delirios recaen sobre la construcción de mi quietud.

De viva voz le he hecho saber mi esfuerzo por observar, mirar bien, sin que el toro de mi pasión infinita se abalance sobre el brillo de las lentejuelas, enrojecida de intensidad su vista: toro ciego, como el amor.

Y bien, mi ejercicio ha dado resultado, por lo cual puedo hacerle saber el reporte de los datos recabados: el señor B es un romántico, ciertamente: la lectura de sus poemas lo confirma, es un hombre que gusta de lo exquisito, amante de la complacencia, quizá hedonista (como yo), egocéntrico y caprichoso, posiblemente inconstante; con esa apariencia de caos en el vuelo de la mariposa: frágil, etéreo, fugaz. En constante estado de ausencia, en pasión y entrega… Cuántos parecidos, ¿no cree usted?

Por supuesto, muchas de mis apreciaciones son meras hipótesis. En realidad ni siquiera me acerco a la posibilidad de concebir una imagen plenamente formulada de cuál es el color de su espíritu; mucho menos puedo aspirar en este momento a mirar en vivo dicho resplandor. Apenas percibo unas pocas coincidencias, sólo alcanzo a mirar de lejos, como el caminante del desierto que descubre el brillo del agua a la distancia: ¿será de nuevo un espejismo?, ¿será que es agua de verdad? ¿Será verídico que el pozo de su carne es tan profundo como para tirarse en él y nunca tocar fondo? ¿Será verdad que puedo tardar siglos en conocerle?... Porque ya hemos conocido a más de un charlatán del tiempo, cuya palabra no es ley, cuya promesa es vulgar retórica. ¿Será o no será? ¿Me-quiere-no-me-quiere-me quiere? (sabe usted, Infanta, que adoro los juegos melódicos).

Por lo pronto, parece claro que el distinguido señor B se halla, al momento, en plenitud de su potencial, rodeado de bellezas y halagos. Y no es para menos, por supuesto; cualquiera que realice un trabajo tan comprometido como el de él, merece estar en gracia: ser agradecido. Y así me siento por la perspectiva del trabajo artístico al cual el señor B y yo nos hemos comprometido. Y es en virtud de tal plenitud que yo no puedo sino respetar con humildad el espacio que el señor B tenga a bien dedicar a dicha tarea. Me complazco en esta sola perspectiva. Y sí, mi pecho se inflama. Y sí, lo calmo con palabras. Y sí, es cierto que es el propio resplandor del señor B el que me enceguece: por ahora estoy incapacitada para ver más allá del cuento de Dandys, hermético halo gangsteril, dejado por unas pocas y apreciadas presencias verificadas.

El que ha de ser ya es, querida Infanta.

Yo no sé si en cualquier re-flexión del tiempo, el señor B y yo nos encontremos. Ignoro por completo si los muros de nuestro laberinto convergen en algún callejón sin salida, y ahí hallemos inscripta la bendición de un destino. No sé ahora si dos intensidades, como las que él y yo padecemos, pueden mirar al otro en medio del propio resplandor ciego. En la cronología de mi historia, aún no se ha registrado un hecho de tan sublime magnitud: permanezco invisible y, entonces, me doy cuenta: yo también he sido caprichosa. No bastan mis amadas palabras, no basta el instinto incandescente de mi sexo.

He sido Scarlett tantas veces. He sangrado mis manos, una herida y otra, por revivir una herencia muerta. Ya una vez alguien me construyo un espejo, para atravesar a este mundo de espectros. Una noche, fui el centro del universo y resulté ser muy aburrida. Alguno tuvo a bien convertir mi espalda en puente de fuego: y en verdad mi serpiente fue puente de fuego, para que él saciara en mí su propia imagen. No quería en verdad hacerme puente, quería mi aliento y, cuando se dio cuenta, me dejó vuelta fuego, sin romper el hechizo, así he perecido ya tantas veces: quemada en la hoguera, por la blasfemia de poseer un cuerpo…

Por eso tengo que partir, querida Infanta, con poquísimo equipaje: he dejado las joyas de Scarlett, no he querido empacar ningún verso; prescindo ahora de los espejos, me olvido de hablar con las aves: voy en busca de un nombre propio; me niego a ser depositaria de ningún desecho de cristal, por más bella y llamativa que su iridiscencia me resulte: percibo que mi deseo, más bien, es el de la carne: deseo por volverme carne y hueso, quiero contraer mis partículas de bruma y ser cuerpo presente (nunca pasado, jamás futuro, en ningún instante fantasía). Porque si alguna vez el señor B ha de mirarme, ha de ser a mí, y no a mi reflejo.

Por su imprescindible amistad, mi corazón se regocija.

Su atenta servidora


Señora C.

No hay comentarios: