martes, 29 de diciembre de 2009

BITÁCORA DE NAVEGACIÓN REGRESIVA









DÍA OCHO

HOY nada más tengo ganas de hablar del delirio, de tantos días metida en esta isla abominable, rodeada de jóvenes musculosos, que juguetean entre las olas, corren por la playa, caminan despacio, por la tarde, con sus herramientas a cuestas. Qué visión escalofriante la de su piel dorada y dura de faenas en el huerto, la pesca, trepados en los árboles colectando frutos. Quién puede, realmente, oh Ulises, oh Sultán, oh caballero de triste figura, quién puede, en verdad, bien habéis pre-dicho, sustraerse a las bellas caricias de las manos rudas y vigorosas. Oh, Ulises, amor mío, cuánto más y más comprendo tu sufrimiento al marcharte tras tu sueño dorado, tras los largos cabellos neón de las tentadoras Sirenitas de voz aduladora. Ulises, mi Ulises, cuánto sufrimiento el que ahora constato, víctima yo de la belleza terrible de los más nítidos encantos juveniles, los de la carne, los que el cuerpo impone a la necesidad brutal de partir en pos de tu imagen (y dejarte libre, navegante, tripulante de tus propios designios), Ulises, como una vez tú te fuiste (dejándome libre, navegante, tripulante de mis propios designios), siguiendo la ruta del cáliz sagrado, el sueño divino, la dirección de los dioses, el sentido divino.

Ya no sé, tampoco debe de saberlo la tripulación, cuántos días llevamos perdidas en los caprichos de los hombres, en la perfidia de sus palabras de dulce ronroneo, en la abundancia de sus besos lustrosos. Y resuenan en nos las voces de la tormenta: Ulises no existe, ninguno es Ulises, todos son Ulises… Oh, dioses, tened compasión de éstas, vuestras humildes seguidoras, pues es a vuestra voz en llamado que hemos acudido a la mar, en cruzada por la encomendada empresa más profunda, la empresa de amar (al-mar, a-mar)… ¿Cómo habremos de salir de aquí? ¿Es acaso que nuestros días han concluido, azoradas por uno y otro, embestidas por este y por aquel, acosadas de bellezas miles, de brazos que se enredan, piernas que buscan posición, tacto, entraña penetrada de lujurias y sudor…

Ya nadie sabe contar cuántos son, cuántos días, cuántos hombres cuentan para esta cuenta, que no es un cuento. Pero Nadie cuenta, Nadie narra, y llega la imagen vaga de Ulises, aguardando con el hogar encendido; pero nadie ahora es capaz de creer fielmente en ella, la imagen del éter, si aquí enfrente se encuentran encarnados los más exquisitos deleites de la piel dorada, la firmeza de sus quejidos, el calor de su aliento en la piel, por los labios, entre los pliegues de cada uno de los sentidos, derramados en suaves líquidos acidulados.

Si tenemos los sentidos, aquí, ahora, quién necesita ya de ningún sentimiento; cualquier capricho es cometido y saciado por la fuerza viril de los Efebos, sus cabellos largos, sudorosos; sus cuerpos duros y lubricados, donde el rostro de cualquiera de nosotras pierde la dimensión del olfato; y sus cadencias, vive Dios, ni hablar de sus cadencias, las de ellos, las que ejecuta nuestro olfato… Cuántas posibilidades pueden hallar para amansar las furias de este nuestro amor, el que alguna vez fue profundidad marina en mar abierto, y ya sólo queda, en la superficie, a la orilla salva y sana, el oleaje eufórico del placer…

Primero es la desdicha del placer puro, en bruto, penetrando en cada golpe la razón; luego es la dulzura del placer puro, en bruto, penetrando con su hierro los lindes de ningún sueño, así nada más, re-signadas al tacto de uno, la palabra dichosa del otro, la bravura del siguiente, la pintoresca mirada de aquel. Nunca nadie pensó que pudiera ser cierto, que pudiera ser sólo esto y nada más: la carne, la piel, la delicadeza del placer sin las voracidades del amor. Y qué bien se está aquí, ¿no es cierto? Libre de lazos, a rienda suelta, como se dice, las cabalgatas sin tiento del frenesí sagrado, la entrega a nuestras naturalezas sin freno, desbocadas, sin sentido, que es lo mismo que decir, sin razón, sin sueño, sin más vapores que los del aliento abriendo boquetes al tacto, los aromas fuertes en el jadeo encendido, horadando la entraña, empujando, abriéndose paso el instinto, y sólo eso, el placer puro, etéreo, sin las incómodas anatomías del amor.

Vaya una a saber cuánto tiempo llevamos aquí, o si podremos en verdad volver a la mar para seguir la ruta que alguna vez creímos verdad, imposible pero cierta, la única que podía deparar la paz para nuestros espíritus abiertos en posición de amor; o así pensamos entonces. Pero hoy, cuando al fin he conseguido deletrear unos trazos, lo único que quiero es hablar sobre el delirio, lanzarlo por el acantilado, hacia la mar, que se estrelle contra la roca y salte en mil astillas diminutas y al fin se pierda entre la marea desconocida…

No sé cuántos días llevamos aquí, he perdido de vista a la tripulación, luego que nos enfrascamos en la primera batalla, cuerpo a cuerpo con los Efebos, a orillas del mar. Por ahí, a veces creo escuchar la risa satisfecha de alguna, los cantos de fiesta en júbilo de la otra… Defendí con mi cuerpo el honor de mis doncellas, es cierto; si al salir yo de mi sopor, luego de mi herida mortal, he hallado a la tripulación transformada en prístinas y virginales damitas, no iba yo a permitir que esos hombres las acosaran, primero habrían de pasar sobre mi cuerpo… Pero no he sabido si han logrado escapar, o si se hallan también presas de los deleites sin razón que prodigan los jóvenes mancebos. Oh, Ulises; cuán dura fue tu prueba, lo sé ahora, aquí sola, con mi cuerpo en batalla tras batalla por alcanzar tu olvido. Y quién sabe si son ellas, o si lograron escapar a la mar y ahora están allá, en Lugar Común, despertando cálidos sus cuerpos a la faena del íntimo encuentro cotidiano con Ulises; ojalá, así sea… Porque yo permanezco sumergida en mis propios caldos, en el jugo empalagoso de la belleza de ellos, los Efebos, los hombres, cuántos hombres en su jugo, dispuestos siempre al capricho del placer, la carne, el instinto.

Las he perdido, no he logrado salvar a la tripulación, y no veo forma de que el ánima quiera sustraerse del delirio, no veo forma… Que Isis se apiade de nuestra carne, destazada entre los subterfugios desgarradores, a manos de nuestros pérfidos aullidos de lobas de mar en celo; desperdigada nuestra alma a lo largo del río, para ser perdida por el trafalgar de la intemperie. Y esta herida, que no para de manar.

A veces, en el rocío iridiscente del entresueño, creo escuchar el pensamiento lejano de un ánima; escucho sus pezuñas al rechinar contra el suelo, cuando anda cabalgando entre los pasillos de su laberinto. ¿Qué clase de minotauro eres, oh, ánima? ¿Por qué de nuevo intentas confundirme con las ingratas voces de un futuro sin pasado, es decir, con los gritos desgarradores de nuestro imposible presente? Sois voraz, os lo digo, y os aprovecháis de que me hallo en este nuevo delirio para presentaros en forma de mítico animal. Habéis dicho antes que erais de luz, pero el banquete vuestro, allá en Minos, consta también de jóvenes mancebos, de virginales doncellas. ¿O acaso estáis aún esperando por vuestra Ariadna? ¿También a ella queréis devorarla? ¿O p referís que sea el amante de ella quién os de fin, oh ánima sin tiempo?

¿Vais a decirme que hay un Ulises aguardando por mí, con la fogata encendida y la entrega en fresco ramillete prendido de sus manos? ¿Con cuál palabra vais a sostener semejante dicho? Vos conocéis de cuáles carnalidades os hablo cuando digo que sí, que acepto haber caído de las profundidades para venir a estrellarme en la superficie más vana de mis arrebatos. Es que duele, duele la herida, y vienen estos Efebos a lamerla igual que hace, por supuesto, la ola salada con la arena reseca. Eso hacen: lamen la herida. La untan con la sal y los ungüentos de sus propias entrañas. No me pidáis que salga de esta isla, a menos que podáis recitarme el abratesésamo, conjugarme las abracadabras, a menos que podías darme las palabras mágicas para sacarme del deleite, del delirio del deleite… Cómo me pedías que vuelva a la mar profunda, en busca de un mito, a sufrir las inclemencias del sol, la rudeza de las tormentas, el martirio de las jornadas en ruda faena por llevar el barco hacia Ninguna Parte, por tierras inhóspitas, arriesgando la vida en el enfrentamiento con los más temibles monstruos, desafiando a los dioses…

No veo cómo, oh ánima del laberinto del tiempo; no veo cómo habré de librarme de mis propios deseos, no veo cómo podría despojarme yo de esta piel, de este cuerpo, para dejarlos aquí y seguir mi ruta hacia Dónde Sea… Y, además, he perdido a mi tripulación…

¿Tenéis en verdad palabra que resista al filo agudo de vuestros propios actos? ¿Poséis realmente el ritmo de mandala que no sucumba al filo grave de la espada mortal de mis instintos?

Primer Admirante de Nave Nodriza
Pirata y Cojo

(imagen de: http://trazosenelbloc.blogspot.com/2007_10_01_archive.html)

martes, 22 de diciembre de 2009

BITÁCORA DE NAVEGACIÓN REGRESIVA

DÍA SIETE

(Aquí se está bien, en la burbuja de la ficción, donde no existe carne por dónde derramarse. Voy tras de ti, Ulises, envuelta en los halos vaporosos de mis palabras.)

La fiebre comienza a menguar, mengua también el espíritu de la memoria; y comienzo a recordar el futuro. Soy, entonces, el Primer Admirante de la embarcación que transporta nuestros frágiles cuerpos. Soy machín y voy para cínico. El costado ardiente por la herida; aun así, me levanto y ando, al tercer día me levanto y subo a cubierta.
El sol en radiación clarísima deja ver, nítidos y firmes, los colores del paisaje: rocas vivas, guardianas petrificadas de la isla de los Efebos; nos aproximamos sin remedio a la tierra fatal, es tarde ya para volver: tras de nosotros se cierran las rocas, son los cuerpos pétreos de quienes quisieron echarse atrás; así que ellos forman una cerca rocosa, tras la estela de la embarcación, y nos acosan. Imposible retroceder ahora.
Al timón continúa, imperturbable, la Infanta U. Con una mano guía el timón, con la otra recoge grácil su crinolina de rasos y satines.
Me he puesto mi levita nueva, de negro terciopelo, para hacer honor al vacío de sangre. Negro como mi condición de pirata maldito, asesino de inocencias. Ruge la ausencia de mis líquidos vitales al abrirse paso por los túneles vacíos de mis arterias. Mi piel se eriza y no sé la causa. Me desconozco. Desconozco mi paradero, como desconozco la conmiseración y la justicia. Prescinde el filo de mi espada a cualquiera que ose su deseo herir de nuevo la pulcritud de mi confianza. No se me pongan enfrente ahorita, porque me los tuerzo, antes de averiguar nada; no quiero saber nada, que nadie me diga nada… No hay consuelo posible para la ennegrecida carne de mi corazón sin luz: mueran todos los cobardes, incluido yo, que sacrifico a sangre fría, que nadie me interesa, que nada me consuela…
Que ninguno de esos Efebitos se crea que por hermoso habré de tolerar sus embustes. No tengo sangre en las venas; por la herida se ha escurrido toda sustancia posible en este cuerpo que ya no oculta juramentos, pero tampoco injurias.
Las rocas vivas, azabache, se contorsionan para tentarnos con su brillo afilado, restriegan con sus insinuaciones pérfidas, quieren debilitar mis últimas fuerzas, menguar el ánimo de la tripulación… Se ríen de mí, de nos-otros. Se burlan de mí, de mis-otros. Me echan en cara la insensatez de mis actos, la torpeza de mis intenciones, y que Ulises no existe, que nunca existió un hombre así, que Ulises es todos los hombres, ningún hombre, que es Nadie, que Ulises es Nadie y que nunca estuvo conmigo en ninguna playa, acariciando mis labios con la cadencia de sus entonaciones; que Nadie aguarda por mí con ningún fuego encendido. Y me confunden; sus injurias se proyectan en recuerdos que no recuerdo haber vivido. Y me atormentan, me arrojan el vómito del tiempo y dicen que Ulises no existe, que es una ficción, un mito, que Ulises es todos los hombres, ningún hombre, y que deje de buscarlo, que deje de seguir la estela brillantina del instante de la flama, de la estela trunca del ave sobre la mar… Si alguna vez tuve lágrima, ahora habrían de correr por dentro, pero son gránulos de sal los que se despeñan entre mis venas áridas. Hace frío, pese al rayo cristalino del sol. Hace mucho frío aquí dentro.


Nave Nodriza atraca cerca de la playa; un oleaje suave recibe nuestra visita. La tripulación desembarca en lanchas; cautas nos aproximamos a la isla del pecado. Un sol nítido abre las pupilas a un paisaje verde; muy apenas mecido el follaje por la brisa tibia.
De´Lira es primero en poner pie, yo segundo. La arena desértica fluye por mi herida, se confunde con la brillante arena de la playa; una orla suave de mar se lleva el montoncito de mis entrañas, granuladas y frías, resecas; desarma la mar el montoncito de polvo de mí, suavemente, con su humedad, lo abraza para conducirlo mar adentro, dispersarlo, llevarlo hacia esos lugares donde yo nunca estaré.
Escuchamos ahora el relincho de un corcel y, enseguida, los redobles inconfundibles de risas masculinas. Por un costado de la bahía viene el tropel. Aun de lejos, brilla la piel desnuda de los jóvenes varones. Vienen a trote medio, con las cabelleras abiertas a la caricia de la velocidad y el viento, enredadas en el subir y bajar, subir y bajar, subir y bajar de sus caderas al conducir el paso fervoroso de la bestia.
Lady I suspira, busca ya, precavida como es, los pañuelos blancos en su bolso de mano; practica ya, ahora, a dejar caer los blanquísimos bordados, como no queriendo, grácil, estudiada, finísima.
Se distinguen ya, acá, las ondulaciones de los cabellos largos y rizados de los hombres, ondeando como banderas terribles, con brillos de relámpago, igual que iridiscentes lenguas de fuego, ágiles serpientes de cobre y rayo de sol.
La Condesa L afina su laúd encantador de ratas, muy apenas; y ahora ha encontrado una gran roca donde se asienta sin prisa, recogiendo su larga cabellera, como una gran valquiria lunar, marina, henchida igual que montaña, como una gran ola de mar.
Es posible ver ahora las facciones afiladas, los pliegues del músculo en el vientre de los Efebos al galope, su piel firme, curtida de sal, deseosa de sol, ardiente de andar, ansiosa de amar, la piel, por supuesto dorada y húmedo atardecer.
La Infanta U apresta sus huestes de animales míticos, prepara hierbas y piedras mágicas para defenderse; la Duquesa D se oculta tras las rocas, salvaguarda las provisiones, prevé las salidas, busca las posibilidades…
De´Lira delira, recoge su enagua y comienza la carrera al encuentro de los jóvenes gallardos. Tengo que taclear a mi Capitán antes de que llegue a últimas consecuencias su delirio de chica frágil; pero ellos ya están aquí, rodeándonos con el alboroto de sus caballos, amedrentándonos con el tintineo de sus risas de hombre en celo.
Un joven, de rasgos finos, nariz afilada, cuerpo esbelto, se apea; le clava una mirada profunda a la doncella De´Lira; De´Lira cierra los ojos, se desmaya, como compete proceder a una chica en apuros; y queda su cuerpo grácil sobre la arena, ya veo a tres acercarse a ella…
Lady I arroja pañuelos con polvos de brillantina; corre por la playa dejando caer blancos pañuelos perfumados con polvos de ilusión; algunos Efebos caen en la trampa, se entretienen persiguiendo los trapitos que revuelan al viento, por toda la playa, como traviesas, aunque frágiles, mariposas.
La Condesa L entona melodías y cantos de amores heroicos, embelesa a otros tantos hermosos, con sus notas y versos de antiguas hazañas, los confunde con la belleza inaudita de sus tan increíbles voces de románticos encuentros de amor y pasión.
Y yo, sin sangre en las venas, desenvaino espada con las últimas fuerzas que me restan. Pongo mi resto, como quien dice. Pero ya uno de ellos baja del caballo, cerca de mí, me mira con su sonrisa impúdicamente relajada, sus ojos brillantes, también risueños; doy un paso atrás, él extiende sus brazos fuertes, me ofrece un coco con ginebra, sonríe más lindo aún…
Y ya no es posible hacer más. El mejor modo, el único modo de vender la tentación, es cayendo en ella, y pagando, claro, luego, cuando el instante fenece, pagando, decía, y casi es mi último pensamiento, pagando en carne las dádivas del tan divino pecado de la tentación…

Sin razón aparente.
Primer Admirante de nave Nodriza.
Soy Pirata, y cojo.

martes, 29 de septiembre de 2009

POTAJE EXÓTICO NO. 3


DES.NUDOS METAMÓRFICOS

Queridas y queridos todos señores y señoras mías de nuestro Mágico Reino de Voz; nuestro barco toca puerto en Querétaro.

Zarpamos los días jueves 1, viernes 2 y sábado 3 de octubre.
A las 20:00 horas en la Escuela de Laudería
Tres únicas funciones del POTAJE EXÓTICO NO. 3 DES.NUDOS METEMÓRFICOS
Ultima muestra artística de las artes vivas en Querétaro...

No se pierdan la oportunidad de abordar la Nave Nodriza, conocer en vivo a algunos de sus tripulantes y des.anidar el alma para lanzarnos a a la mar (al amar)...

Los esperamos.

"Y como además sale gratis soñar, y no creo en la reencarnación, con un poco de imaginación, partiré de viaje enseguida..."
Primer Admirante a Bordo de Nave Nodriza: Pirata Cojo

domingo, 20 de septiembre de 2009

BITÁCORA DE NAVEGACIÓN REGRESIVA

DÍA SEIS

El Capitán De´Lira y su Primer Admirante a bordo en preparación para abordar la Isla de los Efebos...


jueves, 10 de septiembre de 2009

BITÁCORA DE NAVEGACIÓN REGRESIVA

DÍA CINCO

Caballero de los muros de Mi-nos, animal del bosque lúbrico, monstruo del latido de la sangre, demonio del fuego profundo de mis oscuridades. Tú que aprendes y emprendes recién el vuelo de vuestras alas por tu Dama conducidas; vos que decir haberos ganado al fin un alma en brazos de la mujer amada: ¿Decís que soy una dama? ¿Me llamáis maricón acaso? Yo no recuerdo los besos de los que me habláis, pues si decís “otros labios”, he de suponer que antes hubo entregas… Y no lo recuerdo, oh espíritu de la lejanía. Vos decís que soy una dama, pero he aquí que mi vestimenta es de pirata, mi alma una valquiria, mi razón la del samurai, mi corazón un águila guerrera… ¿Luz? ¿Osas hablarme de la Luz, oh espíritu de raíces tenebrosas? Decís que “otros” ojos habrán de llamarme, si yo no recuerdo haber acudido al llamado de Nadie, soy pirata y no tengo amigos. No recuerdo haber tenido un amigo nunca. ¿No veis que soy un malhechor, un patán de la noche que por sorpresa embauca a las tontas damiselas para robarles la joya preciada de su dignidad? Tengo herido mi costado, oh silueta de la realidad virtual, oh, ánima del deseo en carne. Y he preguntado entre el delirio de la fiebre: ¿Quién ha osado? ¡Quién ha sido el hijo de su reputa madre que me ha hecho un dolor así?... ¡Y sabéis qué me ha contestado la tripulación! ¡Que he sido yo, vive Dios! He sido yo mismo quien por mi propio honor he rajado mi carne… Que he permanecido encerrado durante días, escribiendo unas cartas y lanzando botellas vacías al mar; que luego he salido del camarote así, herido; pero que Nadie había conmigo ahí dentro… Que he debido caer presa del delirio… He preguntado, ahora, en el espejismo de la fiebre por la herida engusanada; casi a punto de una lágrima, ¡por Dios, qué soy machín!... He preguntado quién, quién ha sido; y mi capitán De´Lira, creo que ha sido él, al borde de mi lecho de moribundo, me ha dicho que Nadie me ha herido, que he sido yo mismo, por mi propia espada. Una dama, decís. Las damas, oh, amo del batir nocturno del vuelo de las entrañas, son crédulas. Decidme, os lo exijo; os lo exijo de hombre a hombre: negadme que nuestra naturaleza es desear, desear siempre Más Allá y Más Allá y Más Allá; y una carne y la otra, y un exceso y el otro… ¿Está una dama a salvo de vos mismo?... No os creo, demonio; veo tu sonrisa incierta, el tanteo dudoso de tus alas de negra piel: ¡Mentís, no sois ser de luz!... O no existís, tentadora visión, sois un extremo de mi conciencia perversa, sois el cabo más profundo de mis deseos de venganza, traición y blasfemia. Os aprovecháis de que he perdido la memoria y queréis llamarme Dama… Dama… O no existís, sois producto de la fiebre; o mentís: veo el celo de la noche en tu memoria. ¡Sois un Demonio de la Oscuridad, vive Dios! ¡Desenfundad, defenderos!

Remitente Desconocido

miércoles, 9 de septiembre de 2009

BITÁCORA DE NAVEGACIÓN REGRESIVA

DÍA CUATRO

Nuestra nave nodriza se balancea estremecida, sorteando las rocas en punta; kilómetros de guardianas petrificadas, negrísimas y afiladas, defendiendo el paso hacia la mortífera Isla de los Efebos; es muy noche ya, tengo frío, cierro los ojos…

Es un sueño de extrañamiento; cualquier quejido recuerda la plegaria de su piel; y no, no hay tiempo, no hay nada más por decir, nada puede hacerse en este instante, más que transcurrirlo; inmóvil y silenciosa, a través de la lluvia mi palabra hueca. Él se despide molesto, muy molesto de mí, en duda se cuestiona si alguna vez creí. Nunca me la creí, que me hayas echo caso, debo confesar; me dijo en el último aliento, antes de que su amor muriera. Y yo había deseado un final feliz, el que nos dimos entre los manantiales de agua caliente, comiendo y bebiendo, inventando grandes éxitos gruperos; y así fue, hermoso. Más no sus palabras, pero ya casi no las quiero recordar, quien así me habla no es el hombre que amo…

Mi mente permanece quieta, sólo por momentos se revuelca un poco mi columna, cuando mi cuerpo extraña el suyo, su presencia reveladora de mi paciencia, de mi propia serenidad, de mi creación interna. Mi psique extraña la levedad de su entusiasmo cuando nos proponíamos crear el uno al lado del otro, y funcionaba; así fue, hermoso. Más no su mirada fría, vacía de compasión, indiferente; quien así me mira no es el hombre que amo…

Quiero seguir agradeciendo el valor de mi pasado, para que mi Dios verdadero me conduzca por la estela correcta para hallar de nuevo esas realidades tan magníficas, comprobadamente posibles… Pero vamos un nivel arriba, digo yo. Ulises sabrá dar sustento y continuidad a su amor; él sabrá renovarlo para sí. Él sabrá conducir sus propias cadencias, sus intenciones, él será un hombre libre antes de venir a mi lado, para que hable con libertad, y con esa misma libertad actué en persecución de su propio dicho; perseguir la propia palabra como quien persigue su sueño preciado.

¿Cuál era el tema? Olvido de que venía hablando (ablando el alma); ahora mismo no sé si esto lo escribo, o continúa mi delirio de fiebre, y es tal vez un sueño deslindado por aquella antigua herida, muy lejana ya, Más Allá del tiempo, en otra vida, quizá, no lo recuerdo; es quizá, como dijo mi maestra Elena, un recuerdo del porvenir. ¿Cuál era el tema? ¿Cómo eran sus ojos? ¿Alguna vez viví en aquella historia? ¿Cuál historia? ¿Cuál era el tema? ¿Qué estaba yo diciendo?

El primer Efebo aparece nítido frente a mi pasión (la del dolor, quiero decir, la de una herida que supura gusanos de seda, y teje, teje, sigue tejiendo como hacía yo antes, aferrada a la orilla del ovillo de nuestra playa lejanísima (¿La playa de quién? ¿De quién estoy hablando? ¿Cuál era le tema?))

Veo, pues, nítido, al primer Efebo; tiene el ojo morado por la última batalla de macho cabrío que emprendió contra los titanes de la oscuridad. Un Efebo elegante, siempre embobado conmigo, acechándome con su mirada seductora, impresionado en verdad por mi presencia de sirena embaucadora de tontos… Qué hermoso Efebo, sí lo es, musculoso como lo describen las antiguas cartografías de cuento que guían nuestra aventura: bronceado, alto, joven… Y toda su atención puesta sobre mi presencia, en mi cintura breve de brava sirena traidora; y puesta también en mis palabras certeras de diana cazadora de incautos… A éste sí habría que privarlo de su libertad, porque es en extremo peligroso, lo es; él mismo lo sabe, se da cuenta, conoce la punta afilada de su naturaleza de chacal, devorador de estúpidas sirenitas.

Y no estoy resistiendo, deliberadamente no estoy resistiendo nada; ejerzo mi libertad de albedrío para no forzar situación alguna, pues yo misma pierdo la línea; el Efebo proyecta su vibración viril de macho primitivo; y cualquiera cae, cualquier se embriaga… (Estoy siguiendo tus pasos Ulises, has pasado por aquí, lo sé, lo dices en tus memorias; y cada día te comprendo más, amor, cada noche quiero seguir más y más tus enseñanzas de osadía).

Aún no llegamos a la isla, y ya se aparecen los influjos de las promesas de la piel. Sus labios carnosos, su porte esbelto (se parece al cuerpo de Ulises (pero no es Ulises (todos sabemos que no es Ulises (pero se parece (¿Cuál era el tema?))))).

Son los delirios de la fiebre, soy presa fácil de los efluvios de imagen voraz de los Efebos. Cualquiera cae, cualquiera se embruja. Deliberadamente dejo de oponer resistencia. El Efebo manda, no podría yo herir susceptibilidades, porque entonces sí… Hay que dejarse llevar, sin prejuzgar los propios aborrecimientos, dicen, para tener alguna mínima posibilidad de salir ilesas de entres los brazos sin alma, los besos sin entrega. Pero acaso es momento de probar mis nuevas facultades; porque a éste sí habría que enclaustrarlo, para que a nadie dañe con su mortífera belleza; es peligroso, muy peligroso, y no es una ficción… O sí… O es una imagen del delirio. ¿Cuál era el tema? ¿De qué estaba yo hablando? ¿Por qué estoy herida? ¡Qué fue lo que hice, vive Dios¡

Mi cuerpo se balancea de un lado a otro, sin control. Y ahí frente a mí, el Efebo, sigue sonriente, penetrando con su mirada mis pensamientos más perversos. Y de nuevo: quizá yo ya no soy ésta, tal vez me he desangrado y esta voz es sólo mi alma convertida en imagen etérea; al fin descansando en paz, mirando al Efebo, sólo mirándolo, sin juzgar su presencia (dicen que es el único modo de sustraerse a sus encantos viriles).

Mi cuerpo se balancea; mi memoria también. ¿Cuál era el tema? ¿De qué venía yo hablando? ¿Por qué estoy herido? ¿Quién ha osado herirme de este modo? Que Nadie me lo diga, vive Dios, porque pirata soy, y presta está mi espada para defender-me el honor… ¿Quién ha sido el hijo de puta? ¿Quién ha sido el cabrón?... ¿Y cuál era el tema? ¿Y de quién venía yo hablando? ¿De quién? ¿¿Quién es quién??

En fiebre ilegible; con daño cerebral en las zonas del recuerdo y la bondad.
Señora... Señora ¿Quién? (¿¿Quién anda ahí?? ¿¿Quién vive?? ¡¡Identifíquese!!...

lunes, 7 de septiembre de 2009

BITÁCORA DE NAVEGACIÓN REGRESIVA

DÍA TRES

No hay modo ya de sufrir más: la bruma seca nos talla los brazos, raspa la lengua, empolva los cabellos, colma con su desierto los rincones sagrados de la mente, erosiona el ánimo, desteje el instinto. Ya no hay modo de sufrir más en el tedio de la sospecha y el arrebato de rencor, en la traición y el pillaje, en la indiferencia… Así que, tras el último hueso resquebrajado, justo cuando creíamos que ya éramos polvo mismo de esta bruma seca, cuando ya no fue posible sufrir más, de pronto he aquí que la niebla comienza a disiparse: hemos llegado al final del bosque de bruma inhóspita; allá lejos, en efecto, se divisa, tan lejano y apenas pre-sentido, un breve montículo de tierra.

No toda la tripulación ha sobrevivido, nos percatamos ahora que la claridad vuelve a nos y hacemos recuento de los caídos… Algunos se han quedado atrás. Las más tímidas de nosotras (las que habitan dentro de cada una), se han disecado en su propia sal de llanto, las más aferradas se arrojaron contra las rocas filosas de la desesperación y las incautas se deshicieron en ellas mismas, devoradas por la humillación, víctimas de la más absurda flagelación de sí. Sólo quedamos algunas, éstas, las precisas.

Lady I arregla de nuevo la peineta que sujeta la crin desbocada de sus cabellos de ilusión, recoge los polvos de brillantes fantasías, desperdigados entre las velas rasgadas, en los filos de los cristales rotos por la furia de la bruma; seguida por las campañitas gráciles de sus dos capullos de cristal, sus pequeños hijos. La Condesa L carraspea la voz, busca la nota para afinar de nuevo la tesitura de su fortaleza de diva, mientras hurga ya entre los escombros en busca de una magia para sustituir la cuerda perdida de su violín encantador de ratas, el complemento original de aquella famosa flauta, rescatado por ella misma de las grutas del silencio, allá muy adentro, en la entraña de un cuento. La Duquesa D organiza las faenas, recuenta los víveres; limpia las mejillas de sus hijos, les da un barco de papel de re-uso para que jueguen con los charquitos que restan aún sobre cubierta, mientras ella termina de poner orden. La Infanta U es la más escéptica, claro, no confía para nada en que esa porción mínima de tierra sea verídica; pero ella es, ciertamente, la más activa, así que apresta la intención de tomar timón hacia la dichosa isla; prepara té para quitar el susto a todas, regaña a las sobrevivientes histéricas que no dejan de revolcarse en el piso, presas del vómito de sus entrañas congestionadas por el frío de la indiferencia; la pequeña Infanta recoge luego su enagua de niña traviesa y se va a ver cómo les quedó el ánimo a sus hordas de animales míticos. ¿Yo? Yo asomo el torso por la boca del camarote hacia cubierta, veo lo que acabo de ver, y noto de inmediato el calor de la herida en mi costado izquierdo, cerca del corazón; no he salido ilesa del trance: me he rebanado con mi propia espada, sin darme cuenta cómo ha sido el descuido fatal que me ha llevado a hacerlo.

Sin embargo es cierto: aquello es definitivamente tierra, una Isla quizá, lo más probable si podemos creer en las crónicas de viaje de nuestros predecesores de ficción, quienes antes navegaron por este nudo de la trama. Es tierra y, por el rumor del nuevo viento que inflama el tejido de las velas, pudiera ser la isla de los Amazones, la tierra de los Efebos. Qué lugar peligroso es, si es que es, si es que existe y está ubicado en la islita de posibilidad que se halla frente a nuestras narices, muy lejos aún, pero ahí, en la mira. La Isla de los Efebos. Cuarenta hombres cabalgando desnudos por la playa, cuarenta Efebos como cuarenta eran aquellos ladrones que una vez nos hallamos a la entrada de la cueva del tesoro y el genio. Una puede perderse para siempre en la piel desnuda de éste y aquel joven encantador, siempre vigoroso y bronceado y macho alfa, el moreno y también el mulato, macho alfa el rubio y el negro macho alfa es… Dicen, eso dicen. Y entonces perderíamos el rumbo de la intención que nos conduce: encontrar a Ulises en un Lugar Común…

Quiero disuadir a la tripulación de enfilar hacia el islote terrible, pero la herida de mi costado continúa empapando los holanes de mi levita, así que el capitán De´Lira, luego de inspeccionar la herida, determina que no hay remedio, que el remedio es llegar a la Isla, y lo más rápido posible, antes que mi cuerpo quede seco, vacío de humedades, estéril como la bruma reseca que en mí ha hecho sus efectos malignos… Resultar blanco fácil este viejo lobo de mar, venir a pasarme a mí.

Quiero que al menos conste que ha sido por un hombre que bien ha valido el placer de amarlo. Así comienzan las palabras que dicto a mi capitán Anónimo De´Lira, quien durante el día se ha dado sus vueltas para asistirme en la fiebre y echarme alcohol para combatir la infección que ha dado inicio en la herida. También me informa que la Infanta U está llevando el timón con la fortaleza que su estirpe de zootecnia le impone a su andar; o sea que sabe mucho de animales, pues, y esquiva con pericia la zona de rocas que comenzamos a atravesar al atardecer…

Ahora es noche, pasadas las once, y dicto testamento en pluma de mi capitán Anónimo De´Lira; por si no llega mi alma en cuerpo a la Isla Tentadora. Que conste, al menos, que he caído herida entre los brazos de un hombre que bien vale el gozo de la entrega. Que mi cuerpo es una prisión, dijo; y yo abrí mi carne para que viera que mi entraña es vuelo de canto abierto, para que pudiera salir y no sufriera los embates de las contracciones abrasadoras de mi sexo. Porque no hubo forma de explicar que cualquier enamorada se abre en dos cuando la persona amada la mira a una con indiferencia, cuando a una la ignoran desde dentro, por completo, hasta hacerla a un lado, hasta desaparecer… No, no hay celo en mi palabra, hay sorpresa terrible frente al abismo… No es, ni será nunca, motivo de queja que un hombre se pueda ir o se vaya con otra: si se va a ir lo hará; si se ha ido ya para qué luchar. Es la forma como ocurrió la que me ha trastocado: perder su respeto hacia mi presencia; es el dolor del espasmo interno de contemplar a mi amigo amado convertido en una persona desconocida, por influjo de la misma niebla de la duda, con su mirada atravesándome como si fuera yo un fantasma, como si yo no existiera; y más: como si estorbara mi latido sus maniobras…

Esta madrugada, antes del amanecer en el cual saldríamos al fin de la zona de niebla abrumadora, ha encallado una botella con un mensaje suyo, de mi amigo más preciado… Todo se corrobora: soy prisión y desconfianza… Y no quiero ser la cárcel de ninguna fantasía, por estrambótica que resulte, por descabellada que parezca la hazaña; me niego a ser como Barrera para el hombre que amo, el más querido, el más entrañable. Así se lo hice saber, lo que ha sido y es, y seguramente será por mucho tiempo: el más amado y respetado más allá y Más Allá de Más Allá… No puedo, señoras mías, concebir un hombre mejor para haberme acompañarme en el cierre de mi ciclo más importante; he sido afortunada por compartir la plenitud más grande de la que soy capaz con mi amigo del alma; sé que no hay nadie más como él en este viaje, el personaje más maravilloso que mi imaginación disoluta hubiera podido imaginar jamás. Así se lo dije y así es. Por eso es pérdida para mí. Una muy grande. Una pérdida insustituible. Su capacidad para encantar, su gran sentido del humor, su fuerza para contagiar la levedad, la calma, la cadencia de sus voces, la magia de sus dedos, su apoyo, su talento, su inteligencia…

Por ello es pérdida insustituible. Porque, honorables miembros del jurado celestial, a mi amigo lo he escuchado incontables veces hacer citas con sus amigas, con sus amicos y sus comadres, siempre interesantes, siempre especiales, para invitarlos a trabajar juntos, para echar el cotorreo necesario, para recordar los tiempos por venir; siempre encantadas con la maravillosa ligereza de mi amigo, si por lo mismo me encanté yo, vive Dios, que tal es su don divino; tuve el privilegio de contemplar a mi amigo hermoso al charlar, con pasión y risas, con innumerables amigas y amigos de sus entrañas, quienes lo amamos y gozamos de su ingenio y su gracia. Al más preciado de mis amigos lo he visto hacer y recibir la lluvia iridiscentes de llamadas, de correos, de mensajes de mujeres, de hombres, de quimeras, y él siempre cordial, siempre risueño, siempre presuroso a dar apoyo, a entregarse, a emocionarse y fascinarse, a participar, a trabajar, a confortar, a brindar por la vida; y tal ha sido otra de las enseñanzas preciosas por las cuales me entregué a sus melodías distorsionadas. He sido testigo de la cualidad invaluable que mi amigo añorado tiene para hacer nuevos amigos, jóvenes y viejos, ricos y pobres, sanos y enfermizos, de luz y de oscuridad, de fama y de anonimato, mujeres y hombres de toda condición, porque él encuentra en todos nosotros la belleza: y yo lo he admirado por tan grande ser, por tan bello impulso de su ser…

Lo ocurrido fue otra cosa, fue su mirada y su ánimo atravesándome como si fuera yo un fantasma, o como si mi presencia fuera la de un ave de mal augurio, o como si yo no existiera, o como si hubiera sido mejor que no estuviera ahí, para no partirme en dos con su indiferencia, con sus ganas de irse ya con aquella sirena… Y no es ella, no es la sirena voraz, pues soy también estudiosa de los animales y bien sé que cada ser de estas tierras extravagantes tenemos nuestra propia naturaleza; y las sirenas cantan artilugios de alabanza para embrujar a los hombres, y lo hacen bien, lo hemos comprobado; magnifico ha sido mirar a esta criatura, perfecta depredadora, actuar en su hábitat natural. Y no se crean, señoras, que no anoté más de tres modos que le admiré a ella: qué manera de disuadir, qué maestría para agandallar y de plano convertirla a una en polvo de bruma seca. Pero por eso mejor ni tratos, temería caer yo misma en el hechizo de la ceguera por adulación mortífera (de verdad, sin ficción).

Y aún así, con mi transparencia impuesta, quise yo pensar que el altercado había sido un simple encandilamiento repentino; pese al mareo y el dolor provocados por mi transmutación en nada translúcida, traté de articular algunas posibilidades, tartamudo y torpe mi pensamiento nebuloso… Pero mi amigo querido me ha sacado de mi error de percepción: no es libre conmigo, mi cuerpo resulta una suerte de jaula. Tener pareja da claustrofobia, se desesperó su voz cuando le dije que sí, que me mantendría abierta, que quería sanar mi turbación, recuperar mi corporeidad para poder abrazarlo sin temor a contagiarlo de indiferencia, para que la sospecha no hiera presa de nos… Tener pareja da claustrofobia, casi llora al decirlo… Y resulta que yo fui su pareja durante nueve meses…

Así que él se despidió de mí, y ahora me corrobora en su carta que soy una prisión y una desconfianza, y yo no quiero ser eso tan nauseabundo: reniego de haber sido la maldita que tal vez nunca confió en él, por no haber callado mi queja de dolor al transformarme en nada. Rotundamente me niego a privar de la libertad a nadie, si es verdad que en mí está la maldición de un poder tan nefasto como ése: el poder de quitar la libertad (sólo espero que, si sobrevivo y tal poder es verídico, logar dominarlo para hacerlo funcionar a voluntad, entonces sí: ¡venga a nos tu reino!; pero ni en mis más perversas debilidades se halla la de humillar a nadie de un modo tan brutal como resulta privarlo de el don más preciado de Dios: nuestro libre albedrío; y él estuvo en claustrofóbica pareja durante nueve meses conmigo, qué horror).

No he preguntado nunca a mi amigo hermoso con quién sale ni cuáles son los pormenores pervertidos o gloriosos de quienes forman su vida; ni siquiera he tenido interés en conocer si la sirena y él se sumergieron en mayores o menores profundidades. A veces, eso sí, he tenido la debilidad de entusiasmo de compartir el gusto por las personalidades extravagantes que mi amigo me presenta, las personas que lo quieren, sus reinas y sus amigas, y los cuates entrañables de su ser que tanto he amado, a quien muchos hemos entregado nuestro respeto y devoción a su amistad bellísima. Lo que ocurrió en mí fue el dolor por la mutación en transparente indiferencia, experimentada durante un lento proceso que duró cuatro horas, imperceptible al inicio, cuando me salí a fumar, incluso con la idea de dar espacio para que mi amigo conversara con la nueva amiga, a quien habíamos invitado al íntimo convite, antes de salir hacia la aventura rumbo a un Lugar Común, pues las semanas anteriores habían estado colmadas de emociones y plenitudes, de trabajo arduo, de apoyo y logros comunes e individuales, de la más magnífica, nítida y cachonda plenitud imaginada desde siempre, y creí prudente la cortesía de retirarme un momento, lo mismo que había hecho la noche anterior, durante el convite de despedida en el castillo de De´Lira, mientras mi amigo conversaba con sus conocidos queridos.

He confiado plenamente, es por ello que bendigo el momento en que este hombre se cruzó por mi camino, ese momento ha sido mío y de él y, sobre todo, de un espíritu creativo que surgió por el contacto de nuestras miradas; por ello os digo que he caído en besos de un hombre que bien ha valido mi confianza en pleno, mi entrega más profunda, mi pasión más extrema, mi sueño más dorado… He sido muy feliz, soy muy feliz de que haya sido mi amigo quien me acompañara en este momento maravilloso de mi vida. Por eso es dura la pérdida que experimento… Que Dios te bendiga, amigo, que nadie te diga nunca quién has de ser ni cuáles debieran ser tus facultades o tu sueños, que tú sabes ser un gran hombre, un magnífico amigo, un estridente y suave amante, tu talento es enorme y tu trabajo continuo… Y tu entereza para seguir un camino, tu convicción para no apartarte; te he dicho cómo admiro eso, es motivo de ejemplo: tu constancia, tu congruencia con tus ideales, que me imbuye de fortaleza para con mi camino que bien conoces; amo tu búsqueda de perfección, tu ser de renovación e invención constante, la magia redentora de tu humor, de tu sonrisa, de tus increíbles personajes. Qué fantástico has sido y eres para mí.

He tajado, señoras, muy a propósito, el costado de mi cuerpo abierto en dos. Para dejar salir a mi amigo y no causarle más ofensa. Yo creí siempre que la libertad se refería a nuestra capacidad, nuestra fortaleza, nuestro derecho íntimo e inalienable de decidir entre las opciones que se nos presentan, nuestra capacidad para hacernos responsables de nuestros actos y de las consecuencias favorables o nefastas que ellos causen en nos o en los demás; libertad como responsabilidad por los caminos que por voluntad emprendemos; libertad, pensaba crédula, es el poder divino del albedrío que se nos ha concedido para decidir, que ya es mucho decir, que mucho hay que agradecer cuando la vida nos da el regalo de ofrecernos opciones para ejercer nuestra libertad de ser, de pensar y de actuar por nosotros mismos, bajo nuestra cuenta, riesgo y placer. Siempre creí que la libertad era un derecho propio, detentado por nosotros mismos en nuestro carácter de personas responsables de nuestro paso, del bienestar propio y de nuestra gente amada… Tal ha sido mi error fatal, haberme mantenido en la credulidad de que por la fuerza nadie va, a menos que la vida o la integridad se hallen bajo la amenaza de un arma o por el uso de la fuerza bruta o el poder de la coacción o la tortura; y eso, hasta donde sé, es reprochable e ilegal en todo sentido, es una violación profunda del espacio del cuerpo, la mente y el ánima… Y mi amigo, que siente claustrofobia al tener pareja, se mantuvo durante tanto tiempo encarcelado, sufriendo por mi mala causa… O algo como eso, que yo he debido ocasionar por un influjo maligno desconocido, con el cual dominé su mente para meterlo en una jaula, para hacerlo mi pareja aunque él tenga fobia al claustro que una relación así le provoca; porque tonto no es mi amigo, pero para nada, así que seguro no fue por la voluntad de su cinco sentidos que se metió en una situación tan indeseable, tan baja, tan agresiva, brutal y reprobable: nueve meses de claustrofobia conmigo en pareja… Seguro ha de ser un hechizo fortísimo el que pende sobre mi cabeza para haber logrado yo convencerlo de vivir conmigo una experiencia tan inhumana y asquerosa.

Nada defiendo y no tengo por costumbre aburrir-me con la explicación de mis actos, soy pirata y voy para machín. Yo ya entendí muy claro lo que mi amigo me dijo, una vez y otra, para que yo no tuviera más dudas sobre la fobia de claustro que provoco. Yo ya entendí que he sido torpe y no he sabido decir con claridad cómo es el dolor y cuál es el tiempo de recuperación para sanar cuando una ha resultado sometida a la invisibilidad... No me defiendo más. El maestro ha dejado a la escritora sin palabras. (Ve usted, Condesa L, cómo es que dejar al narrador sin dicho es cosa de lo más común; pura vulgaridad que somos los de letras, parece ser, qué desgracia la nuestra, bola de desgraciados).

Denme los santos óleos, por si acaso; y hago aquí la ofrenda de mi amor profundo, de mi respeto entregado (no puede ser de otro modo, no puede ser de otra manera: profundo y entregado), he aquí mi oración de confianza en él: Ejerzo mi libertad de abrirme el costado, para que con este acto simbólico se libere la voluntad de mi amigo, y de nuevo pueda hacer a su placer, que mi amigo quede libre de mi presencia carcelaria. Ejerzo mi libertad de amarlo y la libertad de atenerme a las consecuencias del desánimo, a las noches en plegaria de sexualidad anhelante, a la ausencia malvada de su risa encantadora; me responsabilizo de la ansiedad provocada por las batallas que se avecinan, en lucha contra las Arpías de la desorientación y el miedo. Ejerzo mi libertad de responsabilizarme por mantenerlo lejos de mi maldición de cárcel, ejerzo mi libertad de respetar su petición de liberarlo de mi presencia de pareja claustrofóbica. Ejerzo mi libertad de aceptar, en plenitud de mis facultades, que sobre mí recae el gravamen de poner en peligro a la tripulación, al no dejarles más salida que la de encaminarnos a la playa terrible, por su amor a mí, por su afán de salvarme, por la libertad que ejercí al tomar la decisión de abrirme mi carne para liberar a mi amigo, motivo por el cual me desangro, por lo cual se dirige nuestra embarcación hacia la tierra perversa de los Efebos, donde he de ver si puedo controlar mi nueva naturaleza de piraña enclaustradora, de voraz carcelera…

La mancha de sangre en mi levita es tan abundante que se ha vuelto negra mi vestimenta, la cual, por convocar a amigo, elegí siempre en rojo sangre, rojo fuego, rojo vino tinto, rojo lecho de rosas, rojo quemado por el incienso de la entrega a cada mínimo instante que gocé con su presencia, con saberlo mi confidente, mi confesor, mi pareja, mi compañero, mi Amigo del Alma. El rojo siempre me gustó para vestirlo con él; es el tono en el cual vi batir a mi corazón su ritmo inflamado de la confianza plena que tanto me gustó ofrecer y recibir de mi amigo, mi jade precioso, mi pluma de quetzal, el canto del cenzontle…

Lo imagino apacible, tumbado en su habitación; ligero, lleno de sí, liberado del claustro de tener pareja. Lo imagino escuchando el dictado inspirador de su piano; lo intuyo apasionado, un rato después, volcado su ser pleno en la creación de sus ritmos microscópicos. Lo imagino radiante, saludando aquí, conversando allá, contestando como siempre sus mensajes, sus llamadas que son campanillas de amistad y trabajo, haciendo reír a la chica del mostrador, animando al cuate en apuros. Lo veo en su amada soledad, tomando su café cargado o en su complicidad con el piano a quién él escucha quejarse con paciencia, hasta curarlo del achaque de sus afonías, hasta afilar de nuevo las puntas de su voz. Y me da mucha paz pensar que al fin se halla en recuperación su bella alma, malamente poseída por mis viejas presencias…

La nave nodriza se balancea estremecida, sorteando las rocas en punta; kilómetros de guardianas petrificadas, defendiendo el paso hacia la mortífera Isla de los Efebos; es muy noche ya, tengo frío, cierro los ojos…

En sangre, siempre de sí:
Señora C.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

BITÁCORA DE NAVEGACIÓN REGRESIVA

DÍA DOS

Yo no estoy para juzgar a nadie, mucho menos a mí misma, ser de debilidades, frágil perversión, matiz profundo de un instante. No os había escrito, queridas, porque he visto, por un instante, mi rostro reflejado en los ojos de mi amigo, quién si no habría de venir a perderse conmigo en Más Allá, quién si no tocaría de ese modo estridente la puerta misma de mis entrañas, como si de algún vulgar infierno se tratara; y se relamen las fauces de mi sexo abierto, los colmillos afilados de mi alma entregada: he tenido la dicha inmemorial de vivir la plenitud del gozo, el placer del encuentro, la marejada de hormonas contagiando de sudor al tiempo: he pasado una noche enamorada, en el más pleno esplendor de la locura… Os escribo esta confesión ahora que nuestra embarcación se halla al fin mar adentro, mar abierto (abierto en dos, en tres, en cuantos cuentos sea necesario arribar)…

Y no he perdido la cabeza esta vez, hermanas; he seguido relatando, haciendo el malabar de la palabra para no perder la cabeza a manos de un Sultán de hadas… No, sólo prosigo, en canto abierto, porque mi amigo se ha lanzado en pos de un Lugar Común, ha subido a sus hombres a la nave y ha partido en busca de los cánticos de embeleso de los monstruos marinos, la piel blanquísima de las diosas de los Olimpos, se ha ido a ver si puede sustraerse a los embrujos, y me ha pedido que aguarde en puerto su regreso triunfal de la aventura, que aguarde, que aguante vara, que me aliviane… Pero tanto no dijimos, y yo sigo, en palabra abierta, siempre, en busca de Ulises, tras sus pasos; porque es verdad, Ulises, es cierto: ¿quién se resiste al canto mortal de la sirena aduladora? Sirena aulladora, como la que a cada rato pasa bajo la ventana virtual, por la mar de asfalto, en busca de un herido, en canto por un muerto, entre la espuma acelerada de la ciudad... Tras ella se ha ido Ulises, mi querido amigo, el más preciado, tras el primer chillido vulgar que de sus oídos hizo presa. Y me he quedado en puerto, con la inútil palabra al viento…

Es que no es posible hablar de amor sin caer en el abismo ilegible del cliché, en la cursilería… Bienaventurada sea la palabra cursi, pro que en ella quepan todos y más, y muchos e infinitos gozos… Por eso nos hemos hecho a la mar, nos hemos hecho a la imagen y la semejanza de la mar, nuestro eterno germen de hembras… Y no sé si alguien en el barco cree en verdad en la ruta; parecemos dudar los unos de las otras, de vez en cuando, cada vez más, al momento del sol calentando nuestras cabezotas… Por momentos sólo queremos ir Más Allá y Más Allá, sin ton ni son, sin melodía, vaya; porque embrujan las aguas del bosque de bruma seca, porque tal es el peligro que corremos hoy, mientras atravesamos este inhóspito tramo… Hay síntomas de confusión entre la tripulación, hay hostilidad, desconfianza; corroe la sequedad de esta bruma sobre un mar de sal… En el aire se huele la sequía, se palpan sus gránulos de arena.

Después de Más Allá sólo hay Más allá, por extensiones interminables de tierra estéril; eso nos dijo el sabio, cuando vio la seriedad en el intento de zarpar. Pero era esto o lo mismo a la orilla, esperando a Ulises, acosada por musculosos y patanes, por sucios de amplia sonrisa y palabra aduladora. No es posible resistir más, Ulises: te amo, y por ello he tenido que saber por dónde navegan tus instintos… Y entiendo, comprendo lo difícil que ha sido mi osadía de aguardar tanto, pero necesitaba fabricar las velas, el tejido, el textil, el texto que habría de funcionar como una vela, a modo de ala para impulsar la nave…

Nadie avisó al capitán De´Lira que él habría de comandar la hazaña, hasta que fue tarde; De´Lira deniega el cargo, y la verdad es que ninguna hemos querido tomarlo, así que nadie va al timón, cada quien se ha sumergido en la bruma reseca de la duda. Apenas, para no dejarme llevar del todo pro los influjos del desierto, escribo estas líneas…

Tierra a la vista, tierra a la vista; grita alguien en cubierta, pero puede tratarse de una alucinación más de la Infanta U, alguna nueva exégesis enfermiza de De´Lira, alguna visión mística de la Condesa L, cualquier espejismo de Lady I o de la Duquesa D, quizá otro acto fallido de mis oídos sordos…

Incierta: Señora C.

martes, 1 de septiembre de 2009

BITÁCORA DE NAVEGACIÓN REGRESIVA

DÍA UNO

No os fiéis de mi palabra, que os hablo desde la febrilidad de la mar abierta; en ruta sobre la cartografía de Más Allá. Han sido los preparativos para este viaje los que me han impedido escribir hasta ahora, ardua ha sido la faena de levar anclas y soltar las amarras para arriesgarnos en esta aventura que, de ya, suena imposible, un acto suicida en pos de una tierra de la cual no tenemos certeza ninguna.

Por la otra ventana, queridas, vino a tocar, en efecto, mi amigo entrañable; me he quedado una noche apenas, entretenida en su aliento, charlando con él a la ventana, convidándole unas pocas viandas para confortarle del viaje que había emprendido para venir a buscarme a las orillas inciertas de Más Allá, mi lugar de retiro definitivo.

Grato ha sido el encuentro, estimadas señoras de la Real Realeza; pero es que él había viajado por un lapso tan densísimo con la única comisión de traer novedades de nuestro mágico Reino de Voz. Y ha venido a tañer las cuerdas de su voz bajo la ventana virtual para tejerme juglarías de entrega, llantos de porvenir, quejidos de amor en pleno… Y ha venido su voz a tañer sus cuerdas a orillas de Más Allá, para confirmar rumores que de antes se habían posado en el cristal de los murmullos nocturnos.

Ha venido, con su regalo de entrega, este tan grande amor que es cosa de no creerse, para salir huyendo, desplegar las alas y partir, irnos, alejarnos de la tempestad… Porque él quiso venir conmigo a las orillas de Más Allá, y después de Más Allá sólo hay Más Allá y Más Allá, por extensiones interminables de tierra estéril... Siempre lo otro, siempre mañana, siempre después, siempre queremos más y más y Más Allá y Más Allá... Y él ha venido porque quiere más, por querer más y Más Allá al fin ha tocado a mi ventana, ha venido hasta aquí a reclamar un destino.

Y he aquí, oh, Sultanas, que este hombre ha venido a mi corazón con murmullos de Voz.

Más allá de Más Allá, sólo hay Más Allá y Más Allá, por extensiones interminables de tierra estéril, de deseos incontrolables, de lujurias intangibles, de quimeras desobedientes… Más allá de Más Allá, sólo hay Más Allá y Más Allá; pero dicen, cuentan, que existe un mítico lugar Más Allá de Más Allá, un lugar donde el encuentro es posible: un Lugar Común.

Por debajo de la ventana se había colocado ya el descabellado rumor; y he aquí que es mi amigo quien ha venido con su arpón de cazar cantos de ballena a traer idéntico rumor de espuma, proveniente de nuestro mágico Reino de Voz.

Si fuera posible la existencia de un Lugar Común, si fuera tan sólo una posibilidad… Y he aquí que entonces, llegados de las regiones del desamparo, han arribado al borde de Más Allá las hordas implacables de navegantes, otros más, atraídos hasta los pantanales, al borde del mundo, por la sola sustancia de un murmullo: Lugar Común…

Hemos zarpado ya, queridas todas; lo hemos hecho sin premeditación, sin alevosía y sin ventaja, pues nos mueve el desatino antes que la razón, nos lleva la locura antes aun que la pasión, vive Dios… Hemos zarpado ya, e imposible nos resulta volver, pues nuestro capitán re-a-signado ha extraviado el camino, que por demás era ya una simple suposición de ruta, apenas un boceto, más bien una intuición, más bien la alucinación por la premura de una esperanza vacilante, como la flama de una vela al primer soplo de la tormenta... Hemos zarpado tras los paso de Ulises, a por él, a engendrar la estela de nuestras propias naves; hemos usado como velas el tejido que antes debimos confeccionar en espera vana, mirando a hacia las regiones de Lontananza; hemos zarpado, a ver si nosotras podíamos ser capaces de resistir al canto mortífero de los tritones, a ver si éramos capaces de sustraernos al deseo de convertirnos en piedra ante la presencia de cualquier alimaña rastrera; tal fue el cometido que la tripulación nos propusimos antes de subir… Pero tal ímpetu caducó no bien habíamos levantado el ancla, a pocos metros de puerto, quizá unos dos... Nuestro capitán De´Lira se arrojó por la borda, en triple mortal, de cabeza en clavado a la mar, tras el canto hipnótico del primer tritón que acechaba ya a rompe ola.

¡El capitán de lira, el capitán delira!, advertía yo a grandes voces, mirando cómo el capitán se embelesaba ya por el cántico sinuoso del monstruo marino, pero la confusión hizo presa en nos, y la tripulación sólo atinaba responder: Sí, sí, el capitán De´Lira, y me tiraban de a loco. Hube de izar a nuestro querido capitán lazándole el tobillo con la cuerda de anudar, tras cuyo acto, por demás carente de gracilidad, ha resultado herida nuestra nobilísimo guía, quien aún renquea mientras divisa a estribor, mirando a través de su calidoscopio lunar… Qué magnifico horizonte, delira De`Lira, al otear a través de los espejos, mirando figuras mágicas por el iris fantástico…


Suya. Señora C.
Polizón a bordo.

martes, 7 de julio de 2009

50 EPÍSTOLAS REGRESIVAS

EPÍSTOLA 42

Tal vez en dos o tres epístolas más, tal vez en dos o tres vidas más, tal vez en dos o tres años más, tal vez en dos o tres semanas, tal vez en dos o tres palabras más, yo me arrepentiría de sentir lo que siento. O no.

Pero no es cierto, nada es cierto aquí, lo he dicho hasta el fastidio. Nadie puede arrepentirse de su propia naturaleza. ¿Cómo arrepentirme de ser mujer, de ser esta mujer? Acaso no sería ello blasfemar contra los designios de quien así me ha dotado, con tan mala figura para sostener apenas un par de mis tibias oraciones.

Es que no puede una, Condesa L, arrepentirse de lo que simplemente es, o ha sido, o hubiera sido y sería y será… Es que no habéis perdido el tiempo, hermosísima Condesa; es que ese tiempo también ha sido vuestro: “Una puede decirse, maldito el día en que lo conocí; o bien, una puede decirse, ese momento también fue mío, y no agregar nada, nada de nada, no hay de qué”, como rezan las sabias palabras de mi maestra Valenzuela. ¿Acaso no ha sido la propia alma nuestra quien se ha regocijado entre esos brazos amados? Bendito sea nuestro creador, que con tan maravilloso don de entrega y esperanza nos ha concebido en piel de estas hembras, siempre en busca del amor. Bendita sea la fuerza que nos impulsa a sentir la cadencia de sus dedos en peregrinación por los pliegues erectos de nuestra ansiedad. No os ceguéis con la alucinación de la culpa, del reproche, del mal humor de vuestros nobles sentimientos, que si nobles han sido, nada tenemos que agregar a la dicha de que hemos sido capaces.

Vos no sois quien padece disfunción en vuestros afanes, querida Condesa L; el vigor de vuestros impulsos está intacto, lo demuestra la gran pasión que manifestáis al conducir vuestras palabras por los pliegues del hubiera, del fue, de la entrega que vos misma encarnáis.

Porque tiene mirada de águila, vuestro hombre os verá, querida; porque tiene oído fino, vuestro hombre escuchará el canto suyo, amada Condesa; y porque tiene vuestra misma enorme pasión, el que ha de ser vuestro hombre os deseará con el mismo vigor que vos concebís la entrega plena. El que ha de ser ya es, querida y hermosa amiga.

Una sólo debe remitirse, en estos casos, querida, a narrar con objetividad la situación; tal cuenta o cuento os da en sí mismo la realidad, y cuando una tiene ojos, mira; y cuando una tiene oídos, escucha: vuestro ilustre y muy real saltimbanqui os lo ha dicho en plenitud de la potestad de sus propias palabras: sus sentimientos están confundidos; y, mirad, Condesa, vos bien lo sabéis: el amor no es confusión, es claridad suprema, es entrega y voluntad de ser con el otro. ¿Os sentís clara cuando estáis con él, os sentís entregada, plena? ¿Es que puede vuestra voluntad entregarse a las condiciones que un amor tan desapegado os ofrece? Perdonad el atrevimiento de mis interrogatorios, pero vos sois también un espejo de mis dudas, querida Condesa L.

Señora, se trata de volver en sí; regresar a una misma, quiero decir. Una y otra vez y de nuevo: regresar al centro de una misma. Yo, sin sexo, por ejemplo, bueno… De algún modo, por Dios, porque la carne es carne de nuestra alma, vehículo divino de nuestros impulsos vitales; y heme aquí citando a mi querido amigo, Maese E, pintor de los Reales Corazones de nuestra corte de ficción. Es en cuerpo y alma que nuestra ánima se entrega, soplo divino y animal que somos, en una misma nomenclatura, individuales nuestras partes concomitantes: mujeres de una sola pieza: mujeres, éstas mujeres, en lo propio, en lo peculiar, en lo común y en lo vulgar, en la salud y en la enfermedad.

Es que quizá algunos de entre ellos puedan habernos engañado, querida, ciertamente, tampoco les justifico nada; pero no podemos caer nosotras en la misma desgracia: desgraciadas, infelices no podemos ser también nosotras, querida: no debiéramos, pues, engañarnos; debiéramos permanecer fieles nosotras sí, debiéramos sostener nuestra palabra y nuestro amor, por encima de cualquier impotencia propia. ¿O es que por considerarla inútil, habremos de amputarnos la esperanza? ¿O es que, como a él, a vos tampoco os excita ya nada? Os lo pregunto porque me lo pregunto a mí, porque tal ha sido la circunstancia de terrible desapasionamiento que he vivido en estos días, antes de tan inesperada visita acecina en este recinto que es el Más Allá…

Ah, DeLira, por cierto, monotemáticamente hablando: cuán grande pasión he descubierto al filo de vuestras agudas palabras (que siguen siendo graves, pero en tersura de oculta y frágil caracola bajo la apariencia agresiva de vuestras brillantes armaduras de caballero delirante. ¿Acaso vos mismo sois un funámbulo también?)

Ha sido mi amigo amado quien ha tocado con la punta de sus dedos el cristal líquido de mi ventana. Es que no puede una sustraerse a sus propios impulsos, DeLira; es que la gravedad me seduce, y caigo a tierra cual manzana de la tentación… No hallo aún las palabras para narrar el tiempo: si vos escucháis el galope contundente de los tiempos por venir, alisto yo en acto de fe mis pocos ajuares para emprender de nuevo el camino, la peregrinación de estas aves de fuego que somos, al reencuentro con nos, con cada una y en la comunión de nuestra carne vuelta verbo por influjo de nuestro cuerpo, recinto encantado donde moran nuestras ansias de mujer…

Dadme la venia de vuestra paciencia, queridas todas jijas de la noche de luz intensa…

En preparativos para cruzar los interminables reinos de Más allá en busca de mítico Lugar Común
Más suya. Señora C.

martes, 30 de junio de 2009

50 EPÍSTOLAS REGRESIVAS

EPÍSTOLA 43

Dios, quítame el dolor. El dolor de saber que no hay dolor. Lo extraño. Qué extraño. Mi alma es gitana y gusta de seguir las melódicas distorsiones del viento entre los ventanales de asfalto. Tic-tac. Es el tiempo quien rasguña tu puerta como la garra de un demonio. Tic-tac. Es el tiempo quien gime bajo tu cama, a la espera de que duermas para caerte encima y desgarrar tu vientre. Sí estoy bien, y en apariencia mi amado también lo está, eso nos dicen, dan parte por ahí los cortesanos tras las tardes de tertulia y salón de juegos. Que, en definitiva, no se nos ve devastados, a ninguno. Es cierto: nadie se muere de amor. Y sí, amigo, la boca se te llena de razón: qué infinitamente más simple es de este modo: cada quien. Pero qué infinitamente más tibio, también, me resulta. Soy así. Me gustan las grandes hogueras, jugar al hogar, danzar al fuego del ritmo. Por eso te extraño. Por eso me extraño en esa entrega, más bien; la intensidad que ha surgido a tu contacto. Y ahora temo sentirla de nuevo. Sin embargo, ahí está el tic-tac que me indica el camino. Es que, justo, no es feminismo: nosotras no somos la mujer maravilla, somos una mujer, eso estamos diciendo: una mujer, y necesitamos un hombre. El que se desvele a nuestro lado para apoyar la faena, junto a quien hemos de desvelarnos para ayudarle en la propia. Des-velarnos. De-velar-nos. Develarnos los unos a los otros: des.nudarnos los unos a los otros, des-anudarnos los unos a los otros.

Dios, quítame el dolor de saber que no hay dolor, dame serenidad. Yo quería el amor, queridas: el amor está conmigo. Ojalá esta vez sea yo más sabia, mucho más sabia que nunca, para saber guardar silencio. Y no, con mi amigo no se trata de que queramos cosas distintas, queremos lo mismo, sólo que yo lo quiero con él, y él sin mí o conmigo aparte. Así es hoy. Sólo por hoy. Y si de tal modo hubiera sido su actuación y su palabra, yo quizá no tendría ahora esta desazón, o sí. Pero ningún guerrero se conforma con ausencias cuando ha sido invitado a la revolución: un guerrero es carne de cañón, no musa inepta. Lo lamento, lamento en lo profundo que mi alma también sea de guerrero; escuchad, DeLira: tenéis la boca atascada de razón; por eso me aguanto: como los machines. Y porque ni siquiera tengo el amparo del rencor, sólo la tristeza del famoso hubiera… Porque ahora yo quisiera poder aceptar la propuesta de mi amigo hermoso, verlo de vez en vez, cuando se pueda, charlar o hacer el amor y ya, sin mayor trámite; pero no puedo hacerlo, porque vivimos ya otra cosa y el alma no se con-forma con menos. Es así esta alma tontuela, que prefiere quedarse con las manos vacías antes que prostituir de ese modo un amor que es de entrega. Y por eso lo extraño. Y por eso me extraño a mí en tan maravillosa vía.

Por hoy, resguardar el ánima. Esta metamorfosis, queridas, me está costando la gravedad. Quitarle gravedad, para volar. Porque mi amigo tiene razón: está hermosa la vida. Así sea. Así es. Y porque es frágil la vida, nos toca salvaguardar los cristales iridiscentes de la intensidad, amadas brujas.

Nos toca salvaguardar la fe, intentarlo una vez y otra, hasta la crucifixión: revolución, hoy, es decir cuánto nos amamos. Condesa L, es verdad: en el mundo no hay tanto amor como parece, nos toca plantar la semilla, para reforestar los bosques de la comunión entre el hombre y la mujer, entre los unos y los otros: por eso nos travestimos, somos mujeres, feministas, femeninas, madres, hijas, hadas, caballeros andantes, señoras de la calle y machines. Nos toca ofrendar el amor, una y otra vez, aunque caigamos por tierra y en los abismos: tener fe, para que se cumpla la profecía de la Infanta U, y otras generaciones tengan oportunidad de conocer el amor. El amor también es verbo y algunos le llaman Dios, sólo por contemplarnos en una imagen común. Y nosotras, amadas, pertenecemos a una nueva tribu femenina posmoderna global y neoliberalizada a güevo. Formamos un clan, para sobrevivir, frente a los monstruos que acechan nuestras cuevas sin hombre. Sacamos la garra por los hijos que no tenemos, compartimos la ración que nosotras mismas cazamos, juntas recolectamos los pocos frutos de la jornada para regalarnos el dulce de nuestras palabras de aliento. Es el plan B, queridas: sin el señor B; cuál feminismo ni qué mi abuelita en triciclo, como dice mi padre. Falta el compañero, y falta entrañablemente, encarecidamente falta el compañero, Dios, DeLira, Infanta U, Condesa L, Duquesa D, Isthar… No me juzguéis, os lo ruego; no lo juzguéis a él, os lo suplico. El corazón va donde quiere ir, nada lo obliga, nadie puede forzarlo. Y mi corazón está con mi amigo y con vosotras…

Por rumores que atraviesan el tiempo y llegan provenientes de las tertulias de la corte de nuestro mítico Reino de Voz, sé que mi amigo ha vuelto a tierra nuestra. Perdonad todos, también tú amigo, pero no está mi alma para contemplar presencia tan amada. No puedo todavía. Casi me avergüenza decirlo. Pero es mi deber declarar todos mis bienes frente a la hacienda celestial de vuestra corte Real. Y voy a lamentarlo las horas que sea necesario que así fluya el llanto. Es el agua que todo lo purifica y hace brotar la semilla de la tierra. Hoy hay que llover-se. Me ancla la silla por el tendón de las vocales. Hay parálisis general de mis sustancias. Necesito soltar amarras. Soltar el nudo que amarra las velas a la verga e izar los sentidos al tiempo. Silencio.

Dice mi pretendiente, el poeta del sexo y el amor, que el luto se acaba quitándose la ropa, cambiando de hábitos. Pero el luto es también el tiempo de la esperanza, es el tiempo de la espera. El luto es la oscuridad donde el subsuelo protege la semilla.

Por lo pronto, hoy es la jodidera, no hay inspiración desde hace unos días, ando desapasionada. Y en realidad en este momento no se trata de contar con un muso. Pero sí. Un muso inspirador, no un muso inepto. O no. Tal vez no…

Aguardad, queridas, silencio: alguien toca por la otra ventana, vive Dios. ¿Quién puede llamar a estas alturas? ¿Quién ha llegado a visitarme hasta Más Allá?

lunes, 22 de junio de 2009

50 EPÍSTOLAS REGRESIVAS

EPÍSTOLA 44

Domingo


Un punto. A veces la tibieza de una lágrima, evaporada al instante, bajo el tormento del asfalto enardecido. Llueve el tiempo. Cada segundo es renuncia. La terrible claridad de la ausencia. Cada vez más distante el tañer de las campanas en el sitio que va quedándose vereda abajo.

¿Qué tengo en el rostro que ofende tanto mi presencia? Es negarlo todo, negar la estridencia de mi cuerpo al tacto de sus yemas. Por ese tacto en mi nuca pensé, supuse, desee que fuera esa una de las dos noche del encuentro. No puedo relatar nada, y no por moral, las imágenes en mi ánima no hallan signo para contenerse.

Es la misma historia donde mi hombre me deja en casa para irse él a hacer su vida, su fiesta, el amor con otra… Es la misma historia donde no he podido quedarme sin él, y además en casa, y además sola. Que debo dejar de aguardar por un hombre que se con-prometa en un proyecto de vida conmigo, me dicen, casi todos, hombres y mujeres, jóvenes y experimentados, amantes e indiferentes, homosexuales y heteroflexibles… Escucho, estoy escuchando con atención, la cabeza recogida sobre mi pecho, para que nadie vea la abstracción miserable del llanto.

Luego (dato empírico): quiere amarme un poeta que pretende morir pronto (ojo DeLira), que en ocasiones el señor caballero entra en periodos místicos, dice, y no hace caso de sus admiradoras, porque a veces se satura de amor y sexo… ¿Cómo podría amarme bajo tales consideraciones? Y no, no valdría la pena vivir en el gozo por vivir conmigo, agrega luego, cuando le hago ver el detalle, y se da cuenta de que en realidad no quiere amarme, quiere morir pronto, hastiado de sexo y amor.

Una fórmula, por favor, para no caer en la tentación de la depresión. Toc-toc: ¿hay alguien en casa?, ¿hay un alma gemela por ahí? Tocar ventanas virtuales como quien toca los acordes de una serenata hipotética bajo el balcón donde sueña el amado. Tocar el cristal de los dígitos como quien tañe campanas a fiesta. ¿Y por qué no, por qué no podemos con-formarnos juntos? ¿O es que huir es perverso placer de nuestras entrañas heridas? Tal vez hubiera o habría que renacer, inocentes las estructuras, flexibles los conductos, en espera la experiencia, como un latido lejano, tibio como un llamado de amor en medio de la oscuridad. Oscuro total. (Hermoso título para espectáculo de arpa láser y pequeña historieta de androides enamorados, hipotético también).

Y es que, a veces, como este domingo hastiado de mediodía, la jornada anda en busca de unos brazos donde refugiar su cansancio. En la fatiga la guardia anda baja, y es menester compañero para velar la entrada de la cueva, librarnos del depredador que cada tanto acude en su intento por devorarnos los misticismos. Y en reciprocidad, la entrega de velar cuando toca el turno. (Si pudiera ser él, si pudiera ser pronto, antes de que todos perdamos la capacidad de ver por los demás, la capacidad de vernos a los ojos).

No es una imagen, queridas, la que he admirado en mi amado amigo. Ha habido posibilidad verídica. Por ello resulta tan caro nuestro extravío. Por eso enloquezco en el auto de guardar silencio. Porque viene a mí esa posibilidad del hubiera, y no me deja escuchar…

Esta soledad no es la que busco. Esta tristeza no es lo que busco.

Guardar y aguardar en el silencio, para escuchar el llamado.

Anclada la razón frente al mando de las palabras. Nada suscribe mi interrogatorio. Y es nada más el vacío, nada más el instante. Y en ese silencio, mi alma llora sus ausencias. Es así: no se contenta con su solitud, quiere compañía para incinerar el tiempo, el alma.

Porque, justo: no reniego, por el contrario, he disfrutado cada tramo de su aroma al enlazar la brevedad de la aventura. Qué dicha. Si justo por eso me hallo ahora al centro del silencio, en veneración por la hermosura que es el amor.

Caballero DeLira: ¡desenmascaraos!, al menos descaraos, vive Dios: ¿Es que habremos de seguir hablando con voz de machín, cuando el creador, a quien tanto convocáis, nos ha dado sortilegios de mujer? Os pregunto con legitimidad, Caballero Anónimo: ¿debemos negarnos, como machines, los placeres del amor?

La Infanta U propone que, en efecto, hemos de abstenernos de emotividades especiales para con ellos; la Duquesa D dice que por eso ella no busca (pero se muere de ganas, ciertas tardes, al anochecer, dice), y vos decís que ni siquiera hay que nombrarlos; yo, instalada en esta tibieza detestable (la náusea, acaso). ¿Y mi Lady? Bueno, Lady I, como siempre radical en sus dulzuras, no ha dudado en lanzarse de cabeza en pos de un vuelo…

Y si Ulises ha zarpado a la mar, y si no estamos dispuestas a tejer tramas exóticas a la espera de su vuelta, ¿no será menester preparar nosotras el equipaje para levar anclas e ir en busca de nuestro amado corazón? A ver si nosotras podemos evadir el canto de los tritones, la seducción de los dioses eróticos de las montañas sin tiempo, los celos alevosos de cíclopes hipnóticos, la tentación de convertirnos en piedra por mirar los ojos de algún monstruo rastrero. A ver: embarquémonos en pos de la fantasía, que en nosotras es siempre con ellos (con él, con el muy distinguido Señor B (de bueno, el bueno, (y también que esté bueno (amén))).

Para vos la epístola, Cabello DeLira, ya que en vuestro afán de intensidades me convocáis a duelo: máscara contra cabellera (aunque, ciertamente, vuestro cabello es de elogiar, querido DeLira). Pero temo que vos insistís en permanecer a la sombra de vuestro Anónimo personaje, y no es tal la crítica, que mismo proceder compete a este trazo lúdico, pero: ¡confesad vuestro travestismo anímico!

Me pregunto, a veces de verdad, por qué no puedo aceptar las convenciones en materias amorosas (ni en otras áreas)… Y me pregunto por qué no puedo aceptar los libertinajes en idénticos menesteres citados… Qué generación indefinida la mía, señor. Para ningún lado nos hacemos, en la medianía nomás (y luego esta sangre semidesértica, carajo).

La obra que he deseado hacer, queridas mías, la hago de a poquito, con más reciedumbre en los últimos dos años. Es simple mi obra, y tan escueta y poca, pero es la que he podido construir. Es claro el camino del oficio, aunque doloroso y lento, pero voy cumpliendo. Más Allá sólo existe Más Allá, por extensiones inconmensurables. O sea que esto es lo que hago, esta palabra sin destinatario. Es todo. Cada punto es punto final. Es todo. Esto es.

Voy caminando sin renunciar por esta línea. Cambio epístolas o leo cartas a cambio de cerveza que les sableo a los mismos amigos que mareo con el monotema crónico…

Porque, veréis, Caballero DeLira, he aquí el recuento al que he llegado ahora mismo: pequeña obra concluida, imprescindibles amigos, noble familia, bellísimo techo, autito compacto, dos perros hermosos, vicios moderados pero en arraigo, dos compus viejitas pero jaladoras, acceso a Internet, crédito en el celular, viajes en perspectiva… Y bien, DeLira, revisad y completad el artilugio de la lista y concededme un poco: me falta el compañero.

Es tan simple, De Lira, que me abruma, me marea la sencillez de la circunstancia. Por ello mi corazón ha delirado con la perspectiva del hermoso encuentro con mi amigo. Por eso me brillaron los ojitos cuando me invitó a hacer la revolución y el amor en un mismo acto de placer creativo… O a eso lo habré invitado yo (y fijaos en la delicadeza con que empleo el modo de mis verbos: decidme si no es femenino el detalle de no comprometer ni pasados ni futuros). ¿O a eso los habremos habríamos hubiéramos invitado más bien nosotras?

A mí sí me gustaría invitar a mi hombre a acuartelarse conmigo en medio de la selva, y hacernos la revolución con frenesí sensual: ¡ha por la causa social, DeLira!!

Pero por el momento corresponde a mi signo renovar sus fortalezas. No puedo pretender mantenerme en la tibieza cuando es de arrojo mi sangre bravía. No puedo pretender mantenerme en la dureza cuando es de fragilidad mi canto, y también mi cuerpo pide su arropo. ¿No necesitar de nadie? No, imposible, no os vayáis, queridas: yo os necesito: sois mi respiración, mi voz, mis musas, la entonación de este adjetivo que también es sustancia. ¿No necesitar de nadie? La referencia de mi madre, la enseñanza de mi padre, la fortaleza de mi hermana, la congruencia incompresible de mi hermano: no os vayáis: yo os necesito, sois mi guía, mi latido, la sustancia de mi carne, el transporte cósmico de mi ser en carne del instante ahora convertido. ¿No necesitar de nadie? Si hasta Dios necesita de sus criaturas para existir. Tanto no dijimos: yo necesito: yo me fundo en lo otro, en el otro, en los otros, para ser, para con-formarme.

¿La soledad? La soledad es el mal augurio de nuestro tiempo corrompido. Estar hablándole a una computadora en vez de acurrucarme a descansar de mí, junto a la respiración de mi hombre, y saber que dos estamos alerta para protegernos del mal. No es posible pensar la unidad (la in-divi-dualidad) sin la dualidad, los dos que crean el tercero que es el amor, que es los tres en uno y es la unidad de sí, en sí, para sí, pero siempre en los otros, con los otros, para los otros. Al final, como bien dice la Condesa L, en el mundo no hay tanto amor como parece. Y nos seguimos vendiendo simulacros, para citar poetas líricos tan amados. Solos ya estamos, haga recuento: falta el compañero.

No, no vamos a morir de amor, y sí, sí nos interesa la situación internacional, por eso mismo: nos falta el compañero. Porque no vamos a morir de amor, no nos va a dar tiempo, compañeros: nos vamos a morir de hambre, de peste, de calor y desconcierto antes de que alguien en verdad pueda morir de amor, lo que se llama morir de amor, que no es quitarle la vida a nadie ni la nuestra propia menos (en ningún sentido de quitar vida: y sigue faltando el compañero de armas blancas, blancas y al vuelo, como vulgares pero siempre eficientes y míticas palomas de paz).

Y de nuestro buen Duque de Efe nada se sabe, sólo que ha partido hacia sus propias mitologías. Auguramos que su silencio, Duque, signifique gozo supremo para vuestras tempestades de oscuridad sin tregua, y que vuelva usted, si vuelve, más liviano, señor mío, le deseamos por acá; pero sobre todo, Duque, recuerde: 1) No tema; es decir: no tópico: no trate de conquistar mujeres con poemas delirantes: carnita y tacto ligero. 2) Vuele, Duque; y no olvide primero enderezar los alerones: derechito y sonriente que así es como se ve chulo de guapo. 3) Las mujeres no son machines; repito: las mujeres no son machines, Duque: atento atento: no son machines 4) Los animales sí tienen sentimientos y razonamiento y, Duque: las mujeres también (nomás que no son machines y más que áridas demostraciones de poder, preferimos abrazos y besos húmedos: y de nuestras preferencias habla nuestra obra). 5) Se le estima. Cambio.

Y, amigo querido, el de las melodías distorsionadas: si no ha habido palabras es porque hay quizá muy poco por decir. Sea como haya sido o sea, lamento la pérdida, eso sí. Y no te la achaco a ti, ni a mí, sólo digo que lamento la pérdida. Porque la imagen que vi entre nosotros fue tan hermosa y tan poderosa que no pude sustraerme a su encanto. Un encanto de imagen, con eres tú un encanto de hombre, a cuya hermosura tampoco pude sustraerme (ni hubiera querido hacerlo). Lamento la pérdida de tan bella perspectiva. Oscuro total. Y porque tu carácter apacible ha moderado mis ímpetus, por ello lamento la pérdida. Y por lo bello de tu tacto, y por tu sonrisa. Y porque en este momento tampoco tengo nada que ofrecerte, ninguna certeza. Y no porque me la pidas, que no lo haces, sino porque me gustaría tener una brillante y hermosísima certeza para ofrecer a eso tan bello que ha existido, y existe, entre nosotros. Qué hermoso lo que me mostraste, por eso lamento no participar ahora de ello.

Yo no tengo ningún problema contigo, amigo. Es sólo que me he enamorado de ti. Y ya no pude verte sólo como mi “amigo”. Hacer lo que llamas tu vida ha implicado mantenerme fuera de tu vida, cada vez más, hasta que en los últimos días de plano ya no supe de ti, de tus cosas, de tu vida… Pues sí, sí quería participar más de cerca, como había sucedido en las propuestas y las acciones de los primeros tiempos. Y sí, entiendo que uno cambia de opinión, como bien me has dicho en varias ocasiones. Y es el corazón quien te dice dónde y con quién estar, eso tú lo sabes muy bien, por eso tienes ese hermoso don de gentes, que le llaman; y como es el corazón, no se le puede engañar, el corazón va donde él quiere.

Pero si es delirante mi presencia porque te distrae de tu vida, y si mis ímpetus por subirme contigo a cualquier escenario, por amor de Dios, resultan en afrenta para tu soledad, y si mi cuerpo que quiere dormir junto al tuyo resulta ser un invasor… Ninguna mujer enamorada quiere ser eso para su hombre amado: una mujer enamorada siempre va a desear entrega, es una ley. Para sostener la distancia que me impones, mi alma precisa mutilar su querencia. Segmentarla epístola tras epístola.

Cada quien sus cosas, dicen; cada quien que se levante como pueda, arguyen; pero de lejitos y sin compromiso, decretan… A ver: si no podemos sostener ni una célula social básica, como la pareja, de dónde sacamos que podemos hacer comunidad. Lo que estamos haciendo como parásitos humanos no parece desmentir mi cuestionamiento (que nomás es pregunta legítima para los estudiosos de lo humano).

Y lástima que los doctores en filosofía anden a la baja, porque estoy enferma de existencia y lo único que me calma el padecimiento son estas recetas. No ha poco le escribí al noble facultativo, presentándole mis síntomas a través de una sencilla representación paródica de algunos supuestos de Nietszche; pero sospecho que el doctor no ha querido tomar mi caso por verídico, pues no he recibido siquiera un desaliento de su parte, debe de creer, junto con el resto, que estoy loca delirante; pero si por ello es que quería yo consultarle, vaya pues con mi pequeña comedia de enredos, pero ¿pos no que es doctor?

Y al menos, Caballero DeLira, reconocedme, orientadme al respecto, y celebrad conmigo: de roce he tocado algún mustio humor...

Este ha sido un domingo de seis días, y es sábado al concluir la carta: ¡tenía razón la maestra Garro!: ¡y no eran ficción los colores de su semana!

Desde algún recuerdo de Más Allá del porvenir.
Señora C.

P.D. para DeLira y Lady I: la florecita inter-textual es para vosotros, que tanto gustáis de la referencia.

jueves, 11 de junio de 2009

50 EPÍSTOLAS REGRESIVAS

EPÍSTOLA 45

Ya el cuerpo no constriñe esta hendidura del tiempo: mi sexo deshabitado, mi alma vela el oscuro temblor de tu silencio: vacío. Vacío y un minuto de silencio por mí; queridos: he llegado a Más Allá, y sí, es verdad lo que dicen de tan noble destino: es el vacío eterno, es el silencio con que mi vientre azota los murmullos de la pasión. He llegado a Más Allá, glorioso arribo el que mi creador le concede a mi blasfemo espíritu.

Esta noche niego todo mal, me apego a la palabra de la luz para alabar el tiempo y la circunstancia que me ha sida concedida: nadie ha pecado: así sea: que a partir de hoy estemos libres de toda culpa, de toda perturbación: si el sueño de mi amado se consigue conmigo en la periferia: venga, amor: hágase tu voluntad, corazón mío: quiero verte arriba, rodeado de luces de neón, volando ingrávido a través de la micro velocidad del ritmo: así sea: los dioses te lo concedan punto a punto, ruego por ello, porque así puedo justificar el dolor de la renuncia, sólo en mi profundo deseo por que así sea me es dado ejecutar la maniobra terrible de evacuar las pertenencias de mi amor, del amor que eso mismo desea para ti, en cualquier circunstancia.

Díganme, os lo suplico: ¿cómo le explico a él la conformación de mis materias de amor???? Cómo le digo que ninguna de estas palabras es rencor ni amenaza, que no es venganza el tiento por no pasarme de emoción, que no es berrinche apartarme cuando él me indica tal suceso (acaso por momentos es destello de lujuria, la pasión encendida en mis entrañas en pos de sus besos, pero es sólo eso, señor juez, sólo eso)…

Alguien dígaselo, para que no me juzgue con dureza ahora que he de disolver a esta que muere por arder con él. Es hermoso mi amigo, lo he dicho tanto y tanto, si por eso duele abandonar sus encantos… Háganle saber que es verídico mi sentimiento y en profunda buena voluntad mi acto de silencio. Infórmele, si a alguien le es posible, que haberle dicho que está liberado de mi presencia ha sido porque he escuchado con suma atención las delimitaciones que su amor requiere, que he comprendido muy bien cuando me ha dicho que ahora él se está reconstruyendo…

Amor: lee con tono dulce esta partitura, que no hay en mis signos ni un pedacito de reproche. Comprendo: la reconstrucción es un camino que se emprende por sí, en sí, dentro de sí; y a veces necesitamos la compañía que nos refiera por un momento a la vida nueva, la que renace al término de un gran ciclo, y a veces necesitamos la soledad, el tiempo de la búsqueda: tú ya resucitaste, corazón, ¿recuerdas que nos acurrucamos juntos entre la mortaja de sábanas que tejí para que muriéramos los dos? Tu nuevo tiempo arriba dichoso: ¿cómo podría no llenarme yo misma de gozo por tu felicidad, amado amigo? Sólo que tu dicha implica mis ausencias, el detalle donde las mil bendiciones que te auguro se entrelazan con la desolación que ello significa para mí.

Y no, no soy la víctima, no lo fui antes y no lo soy ahora, y no lo seré después. Ni tampoco es víctima mi entrañable amor mío, no ha sido y no será víctima. Y tampoco nos vamos a victimar entre nos.

Cuando digo desolación es porque ocurre: hay que devastar el universo concebido. Yo también tengo mi sueño, querido, pero al conocerte soñé mi sueño contigo y tu sueño conmigo, y lo hice porque nuestras presencias posibilitaban tal visión, nunca antes contemplada… Mis anhelos contigo no están predeterminados, ocurren al conocerte, por intermedio de tus palabras, de tus propuestas, de tu presencia: lo he intentado explicar.

Para mí, no es que sea tarde para jugar a la casita, es que nunca me han gustado los roles tradicionales: no es lo mío ser la gran mujer tras el gran hombre, busco pareja-pareja, hombro a hombro como alguna vez te escuché decir de nuestro amor; ¡y con qué gozo recuerdo la dichosa sensación al timbre de tus palabras!

((Voy a necesitar su ayuda, queridas; voy a necesitar que ustedes tampoco me juzguen si no estoy del todo en mis antiguos cabales))

¿Quién, querido, podría reprochar que tus sueños no incluyan la cercanía que yo deseo? ¿Quién, querido, podría reprochar que mis sueños incluyan la cercanía que no deseas? ¿¿Quién violenta a quién?? Y si además intermedia entre tú y yo este amor tan poderoso… Ninguno queremos jugar a lo que ya jugamos con otros: cualquiera nos comprende, cualquiera se pone de nuestro lado, del suyo y del mío: qué razón tan grande nos asiste.


Pero no es precisamente razonable lo que siento por él, queridas (no me juzguen, os lo suplico). No nos suena razonable lo que cada quien pide al otro (no lo juzguen a él, os lo suplico, que tampoco sabe nada, que también todo lo confunde, igual que yo, mi amadísimo amigo). No hemos querido hacernos daño, sólo queríamos hacernos el amor, su señoría, os lo juro.

Queridas, he llegado a Más Allá entre jirones de piel, arrastrando tras de mí la jauría de monstruos que confunden y pueblan de miserias a los hombres que toca mi instinto de luna plena. Queridas, he llegado a Más Allá, austera, procurando causar el menor daño posible: he llegado al desierto, donde sólo me queda este silencio, este, este silencio.

Más allá de Más Allá no hay nada, sólo Más Allá y Más Allá, por extensiones interminables de pastizales llanos donde mi toro ha de apaciguar su íntima tristeza de poderosa flama.

Necesito, por el instante, queridos todos, reposar algunos días para reponer mi espíritu del tránsito con que he recorrido el camino. Un paso torpe el mío: he dejado a mi amigo saturado de mí ))) agacho la cabeza para no mirar sus ojos )) me voy lo más rápido posible para no mirar sus ojos )) lo más rápido posible para que no me dé tiempo de hacerla de pedo, de musitar, para no gritarle: aguarda, espera; para no acosarlo con el delirio de mis esperanzas siempre en flor… )) no quiero mirarlo porque no me voy, porque si dudo por un acorde más, me quedo y acepto cualquier miga por temor (pero no hay temor, hay claridad, triunfa la luz sobre la oscuridad).

Querido Caballero DeLira: tenéis razón: no es la inmortal quien duda: ejecutad en lo inmediato vuestra voluntad de cambiarnos el final.

Venga nueva convocatoria, queridas: al encontrarme con mi amigo he dado un paso para aceptar-me: sí, he sido yo quien ha pronunciado las palabras para librar a mi amigo de mí, soy yo quien no ha sido capaz de acoplarse a la propuesta de pareja que mi amigo me hace, y es porque mi alma, en efecto, lo desea con una intensidad… Ni cómo describirla. Con la intensidad de las palabras que se me desbordan a cualquier provocación de este destino de soledad al que ahora libero: quiero un compañero.

He viajado en sol-edad a través de los tiempos, ha sido el llamado que mi creador me ha dado para construirme: me acepto. Dios: aguardo la señal con que tu mano ha de guiarme hacia mi compañero. Mi alma suplica por el favor de un hombre que sostenga la voluntad del tiempo junto a mí, mi alma ya necesita su apoyo y su complitud, señor.

Sé que he de ser paciente, me lo dijo hoy un poderoso enviado divino, heredero de las potencias de Isthar la del nombre impronunciable; y que ha sido ella misma quien me ha conducido hasta él. Sé paciente, me dijo en voz cristalina y gozosa, y el pequeño lobo-nahual siguió jugando futbol como si nada, entre risas y entusiasmos. Dame, señor, tu serenidad. Sabes que soy torpe y sorda, sé paciente también conmigo, señor, tolera mis tropiezos de aprendiz.

Dios: hágase tu voluntad, en tus manos estoy. Hágase en nos tu reino.

Paciencia… Y tal vez mi sueño es, invariablemente, el de la ficción. Pero sí veo a mi amado leyendo mientras yo escribo, sí me asomo a la ventana y veo Manhatan, París o Tepiji del Río, y siento el brazo de mi hombre reptar por mi cintura y esa tarde daremos un concierto o leeremos un relato o daremos una conferencia los dos. Y pasado mañana sale nuestro avión a Nayarit, a pasar tres meses para crear y coger, coger y crear, comer y crear y coger… El sueño lúbrico de toda artista.

Paciencia Fe Serenidad

Sólo sé con-formarme con la entrega plena. Y, ay, querida Condesa L, igual que vos con vuestro saltimbanqui, yo también pensé en mi hermoso amigo para ser, en uno solo, un mismo deseo: alguien para coger, alguien para charlar, alguien para filosofar, alguien para parrandear, alguien para crear, alguien para vivir con él… Todavía queremos que sea uno solo. Pues es bien cierto que sí hay alguno para coger, otro para bailar, quien se apunta para charlar… Pero esos son fragmentos. ¿Por qué no podemos con-formarnos con retazos?

Y que se aviente al tú por tú, al mí por ti y al ti por mí. Y jugar a las casitas: tú en la mía, yo en la tuya, y a veces cada quien en la suya. Hombro a hombro para bailar y llorar. Y que sepamos estar en lo cotidiano, que sepamos los dos respetar y entregar a manos llenas, entregar-nos sin pudor y sin moral.

Y ahora, cómo he de enviar la petición al universo. Cómo he de matizar la imagen para no endosársela a cualquiera. Paciencia. Y re-signación.

)) he de dominarme para no correr y lanzarme de bruces por un abismo que no es mío, que es de otra mujer, de otro pasado que no soy yo, de una casita que yo no he jugado )) he de dominarme para no arrojarlo de cabeza por un abismo que no es de él… Me libero de mi pasado. Así sea. Para amar con entrega. Para que me amen con entrega. Hombro a hombro para trasnochar y consolar.

Y sigo pensando en mi querido amigo, deseando que no se tome a mal mi palabra (alguien dígaselo, pero con otra voz, con otros sentidos, porque yo no he sabido transmitir nada). Porque no se trata de que yo salga corriendo a buscar un tipo. No. No se trata de otra persona. No es que yo desee estar con “alguien” más… Es sólo que he comprendido con claridad cuando me ha dicho que ahora él no puede ofrecer. Es tan nítido, y comprensible. Cualquiera hemos estado ahí.

Sí, amor, tú sólo has delimitado tus terrenos. Es justo, lo aplaudo, lo celebro. Es sólo que tú tienes claras tus cadencias, tus paraderos y tu destino de llegada. Y es verdad: he sido yo quien no se ha con-formado con el territorio que tu hermosísima intensión me asigna. Quisiera poder hacerlo. Con otro no me importa que sean dos noches o una sola, cada tres meses o en fin de semana o una sola vez en la vida… Pero contigo, amor, mi alma se incendia de pasiones. No es lo mismo. No eres las putas de quienes vengo huyendo. Tú me resultas admirable, respetable, besable, amable, tocable, hablable, deseable, contable y vivible: no le pidas a mi corazón que te quiera por fragmentos moderados, le resulta imposible al momento. Si por tus encantos es que deseo tu presencia…. Qué le vamos a hacer. Y si estoy cerca te voy a seguir hostigando. Si me conozco un poco, casi no, pero algo.

((Chicas: deténganme si ven que sucumbo)). Impídanme ser la neurótica histérica del cuento, por favor: que no llame yo a las imprudentes tres de la mañana, buscando alcoholizada los tonos de su voz: si ya sabemos que nos choca que nos hagan algo así.

Por supuesto, queridas, no estoy convencida de nada, no me convenzo ni a mí. Pero tengo muy claro que he de hacer un esfuerzo mayúsculo para construir-me un pequeño espacio de congruencia (A ver si como ronco duermo). Y no es por orgullo, alguien déle el parte, os lo suplico; es más bien en acto de humildad.

Hemos llegado a Más Allá. Detrás, la montaña impenetrable del pasado; delante, los abismos profundos del instante. Hemos llegado al límite de nuestras expectativas. Es el punto sin retorno. Mi amigo y yo nos jugamos el todo o nada. Ni siquiera es necesario dar interpretación a estas palabras (todo-nada): carecen de sentido, no se esfuercen. Pero es innegable que es así para nosotros. Amada Lady I, entrañable Caballero DeLira, vos que conocéis el destino de la historia: mi amigo y yo estamos en la escena de la batalla final de los inmortales (vendría música épica-dramática que mi amigo hubiera improvisado).

No hay ni una pizca de falso orgullo ni atolondrada modestia en lo que os escribo en mi primera noche en Más Allá… Si yo pudiera conservarme así, etérea como en esta letra, impronunciable como el nombre de Isthar. Pero mi cuerpo corrupto se niega a ser musa inepta o cosa que parece una novia. Soy una mujer, sólo eso. No soy una reina ni una madre. Soy una mujer. Ésta mujer, sin más designios extraños ni qué casita feliz.

Tampoco estoy haciendo feminismo, amor mío. Estoy haciendo mis palabras nomás, las que me dicta el cuerpo. No hago feminismo: soy mujer, soy de signo femenino. Ni lo ensalzo ni lo reniego. Soy una mujer. Ésta mujer nomás. Como decir llueve cuando el aguacero arrecia. Como decir hace frío cuando la nieve nos contempla. Como decir es de noche cuando es de noche: soy mujer.

Necesito que Dios me dé mucha sabiduría para encender mi sol en medio de la breve oscuridad de un destino adverso: el de esta noche cuando al fin arribo a Más Allá. Necesito que mi creador me otorgue la gracia de la paciencia para generar la energía que enardezca mis cenizas y resurja el ave de fuego, alas de dragón, piel de salamandra; y de nuevo se haga en mí el milagro de la resurrección.

No voy a hacer la fiesta del olvido, queridas (véanse Instrucciones para abandonados). Por esta vida me impele el instinto a hacerlo de otra manera. No sé de cuál, porque sin duda se trata de algo que nunca he experimentado. Paciencia. Y no es una esperanza vana la que me sostiene en la espera. No exigen mis palabras a nadie. No he de hacer la fiesta del olvido. Nada hay por olvidar. Sólo debo con-vertirme, trans-formarme…

Dios: dame ojos para ver cuando él me vea, dame oídos para escuchar cuando él me escuché: porque tiene oído fino y escuchará, porque tiene mira atenta y me verá.

Me derramo, queridas, aquí. Yo no sé si alguno ha llegado hasta este punto conmigo. Sé que comprenden la necesidad de mis letras. Veo mis propios límites en este asunto, me delimito, me conformo, me contemplo y me contengo )) y apenas esta tarda erizabas mi sentidos a la insinuación de tu tacto. Paciencia. Desnudez. Líneas de sangre. Diarrea existencial. Vómito de la psique.

Ya necesito, mi querida Condesa L, estar dentro: renuncio a la periferia, a la clandestinidad, a que vivan con otra antes y después, y no conmigo. Va o no va, dicen los prácticos; y nosotras, tan quiméricas, nos desbarrancamos en el “buen gusto” de negar nuestro lugar, en la tibieza por no resultarles inapropiadas, inoportunas, incómodas, perturbadoras, abrumadoras, distractoras de sus afanes. También qué torpe tibieza la nuestra, ¿no es cierto? A ver: ¿por qué no vamos una noche de estas, armadas con nuestra mentada intensidad de hembras, a reclamar esos hombres que amamos? ¿Por qué nos quedamos confundidas, paralizadas, llorosas, sin ninguna puta idea de qué hacer? ¿Acaso adolecemos todos de mutua cobardía? ¿O es que esa batalla, usted y yo, la hemos perdido ya?

O será, simplemente, que no nos gusta hacer papeles secundarios. Por eso nos tachan de divas caóticas; aunque usted, Condesa, en ello lo es por oficio. Así que, bien, acaso sea verdad la tachadura.

Va o no va. Porque cuentos no hacemos: relatamos el tiempo. ¿Vos sabéis con claridad, querida Condesa L, a cuáles parajes queréis convidar a vuestro amante amor? Me parece que también he sido clara al expresar los sueños que embisten mi carne ante la presencia de mi amigo hermoso. Me parece que él ha deducido con claridad que deseamos construir universos distintos. ¿Qué podemos hacer con eso ninguno de los dos? Porque no se trata de elegir lo uno ni lo otro. No es un problema moral, es un pequeño detalle técnico que imposibilita la fusión de los deseos.

A mí, corazón mío, también me gusta mi vida como es. Pero pensaba en ti para tocar la apoteosis de tan dichoso gusto. A mí me gusta mi vida, y sé, sin embargo, que restan aún trabajos por elaborar mi transición. Porque tal vez, vivir mi sueño de entrega absoluta me conduzca a la consumación de mis fuerzas, pero sólo así muere un fénix con dignidad: envuelta en llamas. Y es que, querido amor, el sueño contigo es posible vivirlo sólo contigo. Y sí, queridas, ya otro sueño será o sería o hubiera sido con otro, pero eso es otra cosa. No es lo mismo.

Lo que ha de ser, ya es. Vigente el verso.

O cómo, cómo hacer el sueño a la distancia, cómo aceptar ser la amante de los domingos o la novia de los lunes… Diga usted, Condesa L, ¿aceptar la propuesta no sería colocarlos nosotras mismas a ellos en idéntica mísera posición: el amante de los domingos, el novio de los lunes? Y si decimos que tanto los amamos, Condesa, oriénteme: ¿no es una falta de respeto aceptar una cosa semejante? Yo no veo a mi amado siendo el que viene a dormir alguna vez, a las tres de la mañana, en fatiga de una fiesta de la que yo no he participado: vengo huyendo de eso, ya lo recuerdo…

Y tampoco es cosa de que me dedique a la abstinencia, amada Condesa L, pero primero necesito que el amor distienda sus alas y emigre junto conmigo. En realidad, amiga, el arrebato de un amante y otro y ahora aquí y mañana allá, en mi soledad, es una vida que ya me ha sido concedida. En verdad deseo encontrar un nuevo sino de compañía.

Pernoctando en Más Allá
Señora C.