miércoles, 9 de septiembre de 2009

BITÁCORA DE NAVEGACIÓN REGRESIVA

DÍA CUATRO

Nuestra nave nodriza se balancea estremecida, sorteando las rocas en punta; kilómetros de guardianas petrificadas, negrísimas y afiladas, defendiendo el paso hacia la mortífera Isla de los Efebos; es muy noche ya, tengo frío, cierro los ojos…

Es un sueño de extrañamiento; cualquier quejido recuerda la plegaria de su piel; y no, no hay tiempo, no hay nada más por decir, nada puede hacerse en este instante, más que transcurrirlo; inmóvil y silenciosa, a través de la lluvia mi palabra hueca. Él se despide molesto, muy molesto de mí, en duda se cuestiona si alguna vez creí. Nunca me la creí, que me hayas echo caso, debo confesar; me dijo en el último aliento, antes de que su amor muriera. Y yo había deseado un final feliz, el que nos dimos entre los manantiales de agua caliente, comiendo y bebiendo, inventando grandes éxitos gruperos; y así fue, hermoso. Más no sus palabras, pero ya casi no las quiero recordar, quien así me habla no es el hombre que amo…

Mi mente permanece quieta, sólo por momentos se revuelca un poco mi columna, cuando mi cuerpo extraña el suyo, su presencia reveladora de mi paciencia, de mi propia serenidad, de mi creación interna. Mi psique extraña la levedad de su entusiasmo cuando nos proponíamos crear el uno al lado del otro, y funcionaba; así fue, hermoso. Más no su mirada fría, vacía de compasión, indiferente; quien así me mira no es el hombre que amo…

Quiero seguir agradeciendo el valor de mi pasado, para que mi Dios verdadero me conduzca por la estela correcta para hallar de nuevo esas realidades tan magníficas, comprobadamente posibles… Pero vamos un nivel arriba, digo yo. Ulises sabrá dar sustento y continuidad a su amor; él sabrá renovarlo para sí. Él sabrá conducir sus propias cadencias, sus intenciones, él será un hombre libre antes de venir a mi lado, para que hable con libertad, y con esa misma libertad actué en persecución de su propio dicho; perseguir la propia palabra como quien persigue su sueño preciado.

¿Cuál era el tema? Olvido de que venía hablando (ablando el alma); ahora mismo no sé si esto lo escribo, o continúa mi delirio de fiebre, y es tal vez un sueño deslindado por aquella antigua herida, muy lejana ya, Más Allá del tiempo, en otra vida, quizá, no lo recuerdo; es quizá, como dijo mi maestra Elena, un recuerdo del porvenir. ¿Cuál era el tema? ¿Cómo eran sus ojos? ¿Alguna vez viví en aquella historia? ¿Cuál historia? ¿Cuál era el tema? ¿Qué estaba yo diciendo?

El primer Efebo aparece nítido frente a mi pasión (la del dolor, quiero decir, la de una herida que supura gusanos de seda, y teje, teje, sigue tejiendo como hacía yo antes, aferrada a la orilla del ovillo de nuestra playa lejanísima (¿La playa de quién? ¿De quién estoy hablando? ¿Cuál era le tema?))

Veo, pues, nítido, al primer Efebo; tiene el ojo morado por la última batalla de macho cabrío que emprendió contra los titanes de la oscuridad. Un Efebo elegante, siempre embobado conmigo, acechándome con su mirada seductora, impresionado en verdad por mi presencia de sirena embaucadora de tontos… Qué hermoso Efebo, sí lo es, musculoso como lo describen las antiguas cartografías de cuento que guían nuestra aventura: bronceado, alto, joven… Y toda su atención puesta sobre mi presencia, en mi cintura breve de brava sirena traidora; y puesta también en mis palabras certeras de diana cazadora de incautos… A éste sí habría que privarlo de su libertad, porque es en extremo peligroso, lo es; él mismo lo sabe, se da cuenta, conoce la punta afilada de su naturaleza de chacal, devorador de estúpidas sirenitas.

Y no estoy resistiendo, deliberadamente no estoy resistiendo nada; ejerzo mi libertad de albedrío para no forzar situación alguna, pues yo misma pierdo la línea; el Efebo proyecta su vibración viril de macho primitivo; y cualquiera cae, cualquier se embriaga… (Estoy siguiendo tus pasos Ulises, has pasado por aquí, lo sé, lo dices en tus memorias; y cada día te comprendo más, amor, cada noche quiero seguir más y más tus enseñanzas de osadía).

Aún no llegamos a la isla, y ya se aparecen los influjos de las promesas de la piel. Sus labios carnosos, su porte esbelto (se parece al cuerpo de Ulises (pero no es Ulises (todos sabemos que no es Ulises (pero se parece (¿Cuál era el tema?))))).

Son los delirios de la fiebre, soy presa fácil de los efluvios de imagen voraz de los Efebos. Cualquiera cae, cualquiera se embruja. Deliberadamente dejo de oponer resistencia. El Efebo manda, no podría yo herir susceptibilidades, porque entonces sí… Hay que dejarse llevar, sin prejuzgar los propios aborrecimientos, dicen, para tener alguna mínima posibilidad de salir ilesas de entres los brazos sin alma, los besos sin entrega. Pero acaso es momento de probar mis nuevas facultades; porque a éste sí habría que enclaustrarlo, para que a nadie dañe con su mortífera belleza; es peligroso, muy peligroso, y no es una ficción… O sí… O es una imagen del delirio. ¿Cuál era el tema? ¿De qué estaba yo hablando? ¿Por qué estoy herida? ¡Qué fue lo que hice, vive Dios¡

Mi cuerpo se balancea de un lado a otro, sin control. Y ahí frente a mí, el Efebo, sigue sonriente, penetrando con su mirada mis pensamientos más perversos. Y de nuevo: quizá yo ya no soy ésta, tal vez me he desangrado y esta voz es sólo mi alma convertida en imagen etérea; al fin descansando en paz, mirando al Efebo, sólo mirándolo, sin juzgar su presencia (dicen que es el único modo de sustraerse a sus encantos viriles).

Mi cuerpo se balancea; mi memoria también. ¿Cuál era el tema? ¿De qué venía yo hablando? ¿Por qué estoy herido? ¿Quién ha osado herirme de este modo? Que Nadie me lo diga, vive Dios, porque pirata soy, y presta está mi espada para defender-me el honor… ¿Quién ha sido el hijo de puta? ¿Quién ha sido el cabrón?... ¿Y cuál era el tema? ¿Y de quién venía yo hablando? ¿De quién? ¿¿Quién es quién??

En fiebre ilegible; con daño cerebral en las zonas del recuerdo y la bondad.
Señora... Señora ¿Quién? (¿¿Quién anda ahí?? ¿¿Quién vive?? ¡¡Identifíquese!!...

1 comentario:

Pé de J. Pauner dijo...

Más allá de las cuevas, del rumor del mar, caminando por las Playas de la Realidad, he venido. Antes se me identificaba como el Minotauro, raptor de ninfas de las orillas, de los bordes afilados de la Tierra... antes cantaba a las Vírgenes Locas con voz de Fauno. Aprendí mucho de la Carne, atravecé muros de fuego y aire pero los dedos se me quemaban. Arde ahora mi corazón como brasa... porque un día grité:
"¡Otro Dios más grande que yo buscaré!" y Eros respondió: "Yo tengo la capacidad de darte alas". Ahora puedo remontar el vuelo: ¡Tengo Dama, tengo, por fin, un alma! En nombre de ella te digo: "Ven, Dama C, acércate a la luz. Mira que ya amanece y otros ojos y otros labios te llamarán entre la bruma cansada y la decepción diaria..."