viernes, 30 de abril de 2010

BITÁCORA RETROSPECTIVA DE VUELO Y NAVEGACIÓN

30 de abril de 2010

VOZ EN OFF (REWIND)
ANTIGUOS ECOS DEL LABERINTO
PASAJE SEGUNDO

Se desliza la sílaba voluptuosa. Sus tímpanos, los de ella, animal oscurecido, sus tímpanos en instinto aprehenden la brizna de una onda perdida, atrapada en la cápsula inevitable del viento. Ruido. Un ruido. Un ruido como la textura imperiosa de la seda, pero bordada en múltiples relieves de graves, como pedrería de roca volcánica enredada en la suavidad blanca de la espuma, algo así… Un ruido. Vibración expansiva que se abre, multicolor, en bifurcaciones fantásticas, evolucionando entre el laberinto neuronal de su cerebro, al parecer, muy primitivo; se bifurca en su cerebro la voluptuosa sílaba, enredada en el viento, antes, y ahora trepando por las ramificaciones laberínticas de su primitivo cerebro, al parecer, cerebro, de ella, primitivo y peligroso animal oscurecido. Cimbra el destello eléctrico las bóvedas de su instinto, reverbera el eco grave entre las cavernas ocultas de sus entrañas.

Levanta la cara, ella, al cielo poblado por densas nubes moradas; sumergido como se encuentra su cuerpo colosal, entre los pliegues de un agua enverdecida, así, con el rostro vuelto al cielo, semeja, el cuerpo del ave sumergido en el pantano, una sombra inmortal… Olfatea, el viento, ella.

La brizna, el minúsculo ruido retumba su eco, y es vibración que baja, ahora, por su cuerda ósea: la médula entona la escala de sus vértebras en frenética alteración, y la melodía íntima enraíza brotes momentáneos en la piel: poros erectos, y enseguida revienta en su vientre la onda sonora, al modo de una ola eléctrica… Por un instante, en su mente, la sensación proyecta la imagen de un relámpago de metálico azul neón.

(((Y a la luz del rayo, al fondo indefinido, el recorte oscurecido de la gran mole del toro macho; proyectan el reflejo de la luz, en sus recuerdos por venir, sus cuernos de luna en cuna…)))

Retortijón en el estómago; y la cabeza de ella se levanta por sí, a impulso del instinto. Levanta la cara al cielo, y su oreja se eleva un poco, gira con levedad, en busca de más fragmentos del estremecedor sonido.

Y no es que ella piense al respecto, ni siquiera se trata de que le provoque recuerdos, añoranzas ni deseos; tampoco emoción. Es mucho más primitivo, es nada más una prístina imagen fugaz, transparente y precisa, la que se formula a través de su cuerpo entero cuando la gravedad del sonido la penetra y reverbera dentro y transforma el ritmo de sus funciones vitales… Así de sencillo.

Es él. Es el llamado de un gran animal macho.

Una resonancia como ésa, contenida en un fragmento tan pequeño, su poder de expansión, sólo puede provenir del rugido furioso de un poderoso animal macho.

Él está hambriento y ansioso, pero se encuentra lejos; y ella intenta escuchar la distancia, por ello busca otros copos sonoros, encapsulada en ellos la semilla del poderoso bramido del toro macho, pero no… Sólo ése. Aislado. Diminuta partícula de polvo resonante: así que, él está muy lejos…

Ella baja de nuevo la visa y bebe despacio algunos sorbos más de agua; sumerge su cabeza y extiende la lengua para atrapar las aterciopeladas y resbalosas capas de la materia verde que se acumula en la superficie y que luego, en degradado, bailotea hacia la profundidad del ojo de agua.

El macho anda lejos, pero por ahora ella no puede sino beber, refrescar su interior, lavar sus heridas, renovar su fuerza…

Ahora está ahí, ella, con su cuerpo enorme, ahora sumergido por completo en el enlamado; asoma sólo el penacho húmedo, como una extraña planta acuática forrada de piel negra; y más allá, uno de los ángulos de su ala izquierda, mucho más flexible ahora que las texturas verdosas desinflaman el nervio lastimado… Ella no recuerda bien dónde se hizo las heridas; sólo sabe del alivio de este momento, cuando el enlamado repara la rigidez de los cartílagos, la tensión en los músculos, el ardor de la carne reventada (no lo sabe) por el tajo poderoso de su fuerza ((de voluntad)) al abrir el agujero de gusano por donde penetró en el laberinto.

Detrás de ella se levanta un gran acantilado de piedra cobriza, laja tras laja, de un liso profundo, brillante al paso lento de los hilos de agua al resbalar, casi gota a gota, pero, aquí y allá, un lagrimeo constante humecta la mole de piedra natural. También aquí y allá, adensándose hacia la orilla, manojos y enredaderas vegetales, que oscurecen la profundidad de la barranca y casi forman un techo sobre el ojo de agua donde la hembra bestial de la noche azul se halla sumergida.

Para un lado del muro natural, se dijo, cierra la selva intrincada el paso de la vista; se escuchan murmullos de río furioso y cascada suicida…. Y un silencio abrumador detrás del constante murmullo del agua frenética; un silencio como otro susurro, en continuo absoluto, hacia todas direcciones; un vapor intimidante o una consistencia poderosa, apropiándose del fondo, por el momento intangible, de la selva; un susurro tan continuo y espeso que sólo el oído primitivo de ella podría distinguirlo de la masa sonora, y que otro cualquiera animal hubiera confundido con más ruido…

Del otro lado del gigantesco muro natural, casi como una continuación de sí, como una prótesis, inicia la pendiente de una cortina de lo que seguramente fue una presa; sin duda una obra de ingeniera que se quedó truncada o que dejó de funcionar hace mucho… Concreto resquebrajado por el tiempo; usufructuario de la humedad, pero menos agraciado, salpican de sus grietas algunas ondas de verdor. Y más allá, arriba, por ese lado, se alcanzan a ver las formas de un nuevo cúmulo de construcciones pelonas, reverberando la aridez del concreto al rayo caliente que ahora se cuela, casi como un reflector, sobre las edificaciones grises, y luego la claridad se derrama suave por la mole de concreto de la cortina de presa, que luce, al paso de la luz, destellos violetas entre sus poros minerales; y se desliza más abajo la iluminación, y entonces cae en lluvia cálida al centro del ojo de agua donde ella reposa su camino. Y es ella un oscuro animal entintado con motitas de luz morada.

No es que ella quiera, ni siquiera es que desee, ir en busca del toro macho, poderoso señor del laberinto, es que su cuerpo de ella sabe-no-sabe que debe ir; es todo. Así. Simple. Sin meditación, alevosía ni ventaja. Cómo podría ella aventajar a un animal igual o incluso más terrible que ella. Sólo irá hacia él. Así. Sencillo. Ha olvidado todo, ha dejado todo atrás, y no tiene sino esos reflejos, esas imágenes compuestas de vapor o descarga eléctrica y ebullición de sus funciones… Esos latidos. Sabe-no-sabe, ella, que con cada uno de esos golpes al corazón se desprende un pedazo profundo de vida, se desgasta la oportunidad; pero por eso, por eso que no sabe, por esa vida en la cual no piensa, que se desprende en cada latigazo de fuego en su corazón, ella irá tras el macho; y por eso mismo que ella ignora tan íntimamente, ignora, por eso ahora reposa sumergida en el agua verdosa. Ignorante de sí. Ignorante de ella.

((¿Hacia la selva o hacia el conglomerado de concreto?))

Ella sale despacio de entre el pantano; una decisión así no la toma su mente al azar, tampoco por deducción de nada que no sea el mismo impulso, el impulso en sí: buscar de nuevo los indicios sonoros de la dirección del macho, así, porque sí, porque no es su mente la que trabaja, es su cuerpo entero, la entraña donde reposa el recuerdo de su aroma, el de él… Pero no es un recuerdo, es el olor mismo el que se proyecta directamente sobre su vientre al recibir la descarga eléctrica, cuando algo dentro evoca la propia descarga y, con ella, el olor mismo… Y así, ola tras ola, hasta que es necesario, simplemente, salir del agua y buscar su voz, la de él…

Ella irá a buscarlo… No importa la distancia, ya sabe que está muy lejos, pero ((¿¿hacia dónde??))

Se sienta un momento en la arenilla, junto a la intersección de los muros; parece una gárgola negra, brillante ahora que la humedad se arrastra entre su piel de murciélago y reptil; parece una gárgola camuflada de modo casi orgánico con la totalidad del entorno, ahora que la lama aún se adhiere a su piel tensa y las gotas de luz violeta continúan cayéndole en diagonal.

Levanta el ala derecha y comprueba que el dolor ha cedido casi por completo; la extiende un poco más para comprobar el efecto… Y entonces nota que, al desplegarla, su ala atrapa y dirige las cápsulas de sonido; ella endereza la espalda y así, en cuclillas, abre la izquierda y busca las corrientes por donde vienen bajando los racimos de sonidos.

Sus alas extendidas hacia el cielo, la cabeza levantada, frente a la intersección de las moles de piedra y concreto; parece un ángel prehistórico rezando a los espíritus invisibles por recibir una señal, parece una pequeña cúpula de piel, los extraños pétalos de una flor carnívora…

Se está así por mucho rato, paciente, en espera de una mínima brizna de su timbre… Un capullo de su voz, de él, que le indique, a ella, para dónde está ((dónde te hallas, amor, dónde tu voz y con ella el verbo y con él tu carne?)))

Oscurece cuando ella levanta el vuelo.