martes, 7 de julio de 2009

50 EPÍSTOLAS REGRESIVAS

EPÍSTOLA 42

Tal vez en dos o tres epístolas más, tal vez en dos o tres vidas más, tal vez en dos o tres años más, tal vez en dos o tres semanas, tal vez en dos o tres palabras más, yo me arrepentiría de sentir lo que siento. O no.

Pero no es cierto, nada es cierto aquí, lo he dicho hasta el fastidio. Nadie puede arrepentirse de su propia naturaleza. ¿Cómo arrepentirme de ser mujer, de ser esta mujer? Acaso no sería ello blasfemar contra los designios de quien así me ha dotado, con tan mala figura para sostener apenas un par de mis tibias oraciones.

Es que no puede una, Condesa L, arrepentirse de lo que simplemente es, o ha sido, o hubiera sido y sería y será… Es que no habéis perdido el tiempo, hermosísima Condesa; es que ese tiempo también ha sido vuestro: “Una puede decirse, maldito el día en que lo conocí; o bien, una puede decirse, ese momento también fue mío, y no agregar nada, nada de nada, no hay de qué”, como rezan las sabias palabras de mi maestra Valenzuela. ¿Acaso no ha sido la propia alma nuestra quien se ha regocijado entre esos brazos amados? Bendito sea nuestro creador, que con tan maravilloso don de entrega y esperanza nos ha concebido en piel de estas hembras, siempre en busca del amor. Bendita sea la fuerza que nos impulsa a sentir la cadencia de sus dedos en peregrinación por los pliegues erectos de nuestra ansiedad. No os ceguéis con la alucinación de la culpa, del reproche, del mal humor de vuestros nobles sentimientos, que si nobles han sido, nada tenemos que agregar a la dicha de que hemos sido capaces.

Vos no sois quien padece disfunción en vuestros afanes, querida Condesa L; el vigor de vuestros impulsos está intacto, lo demuestra la gran pasión que manifestáis al conducir vuestras palabras por los pliegues del hubiera, del fue, de la entrega que vos misma encarnáis.

Porque tiene mirada de águila, vuestro hombre os verá, querida; porque tiene oído fino, vuestro hombre escuchará el canto suyo, amada Condesa; y porque tiene vuestra misma enorme pasión, el que ha de ser vuestro hombre os deseará con el mismo vigor que vos concebís la entrega plena. El que ha de ser ya es, querida y hermosa amiga.

Una sólo debe remitirse, en estos casos, querida, a narrar con objetividad la situación; tal cuenta o cuento os da en sí mismo la realidad, y cuando una tiene ojos, mira; y cuando una tiene oídos, escucha: vuestro ilustre y muy real saltimbanqui os lo ha dicho en plenitud de la potestad de sus propias palabras: sus sentimientos están confundidos; y, mirad, Condesa, vos bien lo sabéis: el amor no es confusión, es claridad suprema, es entrega y voluntad de ser con el otro. ¿Os sentís clara cuando estáis con él, os sentís entregada, plena? ¿Es que puede vuestra voluntad entregarse a las condiciones que un amor tan desapegado os ofrece? Perdonad el atrevimiento de mis interrogatorios, pero vos sois también un espejo de mis dudas, querida Condesa L.

Señora, se trata de volver en sí; regresar a una misma, quiero decir. Una y otra vez y de nuevo: regresar al centro de una misma. Yo, sin sexo, por ejemplo, bueno… De algún modo, por Dios, porque la carne es carne de nuestra alma, vehículo divino de nuestros impulsos vitales; y heme aquí citando a mi querido amigo, Maese E, pintor de los Reales Corazones de nuestra corte de ficción. Es en cuerpo y alma que nuestra ánima se entrega, soplo divino y animal que somos, en una misma nomenclatura, individuales nuestras partes concomitantes: mujeres de una sola pieza: mujeres, éstas mujeres, en lo propio, en lo peculiar, en lo común y en lo vulgar, en la salud y en la enfermedad.

Es que quizá algunos de entre ellos puedan habernos engañado, querida, ciertamente, tampoco les justifico nada; pero no podemos caer nosotras en la misma desgracia: desgraciadas, infelices no podemos ser también nosotras, querida: no debiéramos, pues, engañarnos; debiéramos permanecer fieles nosotras sí, debiéramos sostener nuestra palabra y nuestro amor, por encima de cualquier impotencia propia. ¿O es que por considerarla inútil, habremos de amputarnos la esperanza? ¿O es que, como a él, a vos tampoco os excita ya nada? Os lo pregunto porque me lo pregunto a mí, porque tal ha sido la circunstancia de terrible desapasionamiento que he vivido en estos días, antes de tan inesperada visita acecina en este recinto que es el Más Allá…

Ah, DeLira, por cierto, monotemáticamente hablando: cuán grande pasión he descubierto al filo de vuestras agudas palabras (que siguen siendo graves, pero en tersura de oculta y frágil caracola bajo la apariencia agresiva de vuestras brillantes armaduras de caballero delirante. ¿Acaso vos mismo sois un funámbulo también?)

Ha sido mi amigo amado quien ha tocado con la punta de sus dedos el cristal líquido de mi ventana. Es que no puede una sustraerse a sus propios impulsos, DeLira; es que la gravedad me seduce, y caigo a tierra cual manzana de la tentación… No hallo aún las palabras para narrar el tiempo: si vos escucháis el galope contundente de los tiempos por venir, alisto yo en acto de fe mis pocos ajuares para emprender de nuevo el camino, la peregrinación de estas aves de fuego que somos, al reencuentro con nos, con cada una y en la comunión de nuestra carne vuelta verbo por influjo de nuestro cuerpo, recinto encantado donde moran nuestras ansias de mujer…

Dadme la venia de vuestra paciencia, queridas todas jijas de la noche de luz intensa…

En preparativos para cruzar los interminables reinos de Más allá en busca de mítico Lugar Común
Más suya. Señora C.