lunes, 7 de septiembre de 2009

BITÁCORA DE NAVEGACIÓN REGRESIVA

DÍA TRES

No hay modo ya de sufrir más: la bruma seca nos talla los brazos, raspa la lengua, empolva los cabellos, colma con su desierto los rincones sagrados de la mente, erosiona el ánimo, desteje el instinto. Ya no hay modo de sufrir más en el tedio de la sospecha y el arrebato de rencor, en la traición y el pillaje, en la indiferencia… Así que, tras el último hueso resquebrajado, justo cuando creíamos que ya éramos polvo mismo de esta bruma seca, cuando ya no fue posible sufrir más, de pronto he aquí que la niebla comienza a disiparse: hemos llegado al final del bosque de bruma inhóspita; allá lejos, en efecto, se divisa, tan lejano y apenas pre-sentido, un breve montículo de tierra.

No toda la tripulación ha sobrevivido, nos percatamos ahora que la claridad vuelve a nos y hacemos recuento de los caídos… Algunos se han quedado atrás. Las más tímidas de nosotras (las que habitan dentro de cada una), se han disecado en su propia sal de llanto, las más aferradas se arrojaron contra las rocas filosas de la desesperación y las incautas se deshicieron en ellas mismas, devoradas por la humillación, víctimas de la más absurda flagelación de sí. Sólo quedamos algunas, éstas, las precisas.

Lady I arregla de nuevo la peineta que sujeta la crin desbocada de sus cabellos de ilusión, recoge los polvos de brillantes fantasías, desperdigados entre las velas rasgadas, en los filos de los cristales rotos por la furia de la bruma; seguida por las campañitas gráciles de sus dos capullos de cristal, sus pequeños hijos. La Condesa L carraspea la voz, busca la nota para afinar de nuevo la tesitura de su fortaleza de diva, mientras hurga ya entre los escombros en busca de una magia para sustituir la cuerda perdida de su violín encantador de ratas, el complemento original de aquella famosa flauta, rescatado por ella misma de las grutas del silencio, allá muy adentro, en la entraña de un cuento. La Duquesa D organiza las faenas, recuenta los víveres; limpia las mejillas de sus hijos, les da un barco de papel de re-uso para que jueguen con los charquitos que restan aún sobre cubierta, mientras ella termina de poner orden. La Infanta U es la más escéptica, claro, no confía para nada en que esa porción mínima de tierra sea verídica; pero ella es, ciertamente, la más activa, así que apresta la intención de tomar timón hacia la dichosa isla; prepara té para quitar el susto a todas, regaña a las sobrevivientes histéricas que no dejan de revolcarse en el piso, presas del vómito de sus entrañas congestionadas por el frío de la indiferencia; la pequeña Infanta recoge luego su enagua de niña traviesa y se va a ver cómo les quedó el ánimo a sus hordas de animales míticos. ¿Yo? Yo asomo el torso por la boca del camarote hacia cubierta, veo lo que acabo de ver, y noto de inmediato el calor de la herida en mi costado izquierdo, cerca del corazón; no he salido ilesa del trance: me he rebanado con mi propia espada, sin darme cuenta cómo ha sido el descuido fatal que me ha llevado a hacerlo.

Sin embargo es cierto: aquello es definitivamente tierra, una Isla quizá, lo más probable si podemos creer en las crónicas de viaje de nuestros predecesores de ficción, quienes antes navegaron por este nudo de la trama. Es tierra y, por el rumor del nuevo viento que inflama el tejido de las velas, pudiera ser la isla de los Amazones, la tierra de los Efebos. Qué lugar peligroso es, si es que es, si es que existe y está ubicado en la islita de posibilidad que se halla frente a nuestras narices, muy lejos aún, pero ahí, en la mira. La Isla de los Efebos. Cuarenta hombres cabalgando desnudos por la playa, cuarenta Efebos como cuarenta eran aquellos ladrones que una vez nos hallamos a la entrada de la cueva del tesoro y el genio. Una puede perderse para siempre en la piel desnuda de éste y aquel joven encantador, siempre vigoroso y bronceado y macho alfa, el moreno y también el mulato, macho alfa el rubio y el negro macho alfa es… Dicen, eso dicen. Y entonces perderíamos el rumbo de la intención que nos conduce: encontrar a Ulises en un Lugar Común…

Quiero disuadir a la tripulación de enfilar hacia el islote terrible, pero la herida de mi costado continúa empapando los holanes de mi levita, así que el capitán De´Lira, luego de inspeccionar la herida, determina que no hay remedio, que el remedio es llegar a la Isla, y lo más rápido posible, antes que mi cuerpo quede seco, vacío de humedades, estéril como la bruma reseca que en mí ha hecho sus efectos malignos… Resultar blanco fácil este viejo lobo de mar, venir a pasarme a mí.

Quiero que al menos conste que ha sido por un hombre que bien ha valido el placer de amarlo. Así comienzan las palabras que dicto a mi capitán Anónimo De´Lira, quien durante el día se ha dado sus vueltas para asistirme en la fiebre y echarme alcohol para combatir la infección que ha dado inicio en la herida. También me informa que la Infanta U está llevando el timón con la fortaleza que su estirpe de zootecnia le impone a su andar; o sea que sabe mucho de animales, pues, y esquiva con pericia la zona de rocas que comenzamos a atravesar al atardecer…

Ahora es noche, pasadas las once, y dicto testamento en pluma de mi capitán Anónimo De´Lira; por si no llega mi alma en cuerpo a la Isla Tentadora. Que conste, al menos, que he caído herida entre los brazos de un hombre que bien vale el gozo de la entrega. Que mi cuerpo es una prisión, dijo; y yo abrí mi carne para que viera que mi entraña es vuelo de canto abierto, para que pudiera salir y no sufriera los embates de las contracciones abrasadoras de mi sexo. Porque no hubo forma de explicar que cualquier enamorada se abre en dos cuando la persona amada la mira a una con indiferencia, cuando a una la ignoran desde dentro, por completo, hasta hacerla a un lado, hasta desaparecer… No, no hay celo en mi palabra, hay sorpresa terrible frente al abismo… No es, ni será nunca, motivo de queja que un hombre se pueda ir o se vaya con otra: si se va a ir lo hará; si se ha ido ya para qué luchar. Es la forma como ocurrió la que me ha trastocado: perder su respeto hacia mi presencia; es el dolor del espasmo interno de contemplar a mi amigo amado convertido en una persona desconocida, por influjo de la misma niebla de la duda, con su mirada atravesándome como si fuera yo un fantasma, como si yo no existiera; y más: como si estorbara mi latido sus maniobras…

Esta madrugada, antes del amanecer en el cual saldríamos al fin de la zona de niebla abrumadora, ha encallado una botella con un mensaje suyo, de mi amigo más preciado… Todo se corrobora: soy prisión y desconfianza… Y no quiero ser la cárcel de ninguna fantasía, por estrambótica que resulte, por descabellada que parezca la hazaña; me niego a ser como Barrera para el hombre que amo, el más querido, el más entrañable. Así se lo hice saber, lo que ha sido y es, y seguramente será por mucho tiempo: el más amado y respetado más allá y Más Allá de Más Allá… No puedo, señoras mías, concebir un hombre mejor para haberme acompañarme en el cierre de mi ciclo más importante; he sido afortunada por compartir la plenitud más grande de la que soy capaz con mi amigo del alma; sé que no hay nadie más como él en este viaje, el personaje más maravilloso que mi imaginación disoluta hubiera podido imaginar jamás. Así se lo dije y así es. Por eso es pérdida para mí. Una muy grande. Una pérdida insustituible. Su capacidad para encantar, su gran sentido del humor, su fuerza para contagiar la levedad, la calma, la cadencia de sus voces, la magia de sus dedos, su apoyo, su talento, su inteligencia…

Por ello es pérdida insustituible. Porque, honorables miembros del jurado celestial, a mi amigo lo he escuchado incontables veces hacer citas con sus amigas, con sus amicos y sus comadres, siempre interesantes, siempre especiales, para invitarlos a trabajar juntos, para echar el cotorreo necesario, para recordar los tiempos por venir; siempre encantadas con la maravillosa ligereza de mi amigo, si por lo mismo me encanté yo, vive Dios, que tal es su don divino; tuve el privilegio de contemplar a mi amigo hermoso al charlar, con pasión y risas, con innumerables amigas y amigos de sus entrañas, quienes lo amamos y gozamos de su ingenio y su gracia. Al más preciado de mis amigos lo he visto hacer y recibir la lluvia iridiscentes de llamadas, de correos, de mensajes de mujeres, de hombres, de quimeras, y él siempre cordial, siempre risueño, siempre presuroso a dar apoyo, a entregarse, a emocionarse y fascinarse, a participar, a trabajar, a confortar, a brindar por la vida; y tal ha sido otra de las enseñanzas preciosas por las cuales me entregué a sus melodías distorsionadas. He sido testigo de la cualidad invaluable que mi amigo añorado tiene para hacer nuevos amigos, jóvenes y viejos, ricos y pobres, sanos y enfermizos, de luz y de oscuridad, de fama y de anonimato, mujeres y hombres de toda condición, porque él encuentra en todos nosotros la belleza: y yo lo he admirado por tan grande ser, por tan bello impulso de su ser…

Lo ocurrido fue otra cosa, fue su mirada y su ánimo atravesándome como si fuera yo un fantasma, o como si mi presencia fuera la de un ave de mal augurio, o como si yo no existiera, o como si hubiera sido mejor que no estuviera ahí, para no partirme en dos con su indiferencia, con sus ganas de irse ya con aquella sirena… Y no es ella, no es la sirena voraz, pues soy también estudiosa de los animales y bien sé que cada ser de estas tierras extravagantes tenemos nuestra propia naturaleza; y las sirenas cantan artilugios de alabanza para embrujar a los hombres, y lo hacen bien, lo hemos comprobado; magnifico ha sido mirar a esta criatura, perfecta depredadora, actuar en su hábitat natural. Y no se crean, señoras, que no anoté más de tres modos que le admiré a ella: qué manera de disuadir, qué maestría para agandallar y de plano convertirla a una en polvo de bruma seca. Pero por eso mejor ni tratos, temería caer yo misma en el hechizo de la ceguera por adulación mortífera (de verdad, sin ficción).

Y aún así, con mi transparencia impuesta, quise yo pensar que el altercado había sido un simple encandilamiento repentino; pese al mareo y el dolor provocados por mi transmutación en nada translúcida, traté de articular algunas posibilidades, tartamudo y torpe mi pensamiento nebuloso… Pero mi amigo querido me ha sacado de mi error de percepción: no es libre conmigo, mi cuerpo resulta una suerte de jaula. Tener pareja da claustrofobia, se desesperó su voz cuando le dije que sí, que me mantendría abierta, que quería sanar mi turbación, recuperar mi corporeidad para poder abrazarlo sin temor a contagiarlo de indiferencia, para que la sospecha no hiera presa de nos… Tener pareja da claustrofobia, casi llora al decirlo… Y resulta que yo fui su pareja durante nueve meses…

Así que él se despidió de mí, y ahora me corrobora en su carta que soy una prisión y una desconfianza, y yo no quiero ser eso tan nauseabundo: reniego de haber sido la maldita que tal vez nunca confió en él, por no haber callado mi queja de dolor al transformarme en nada. Rotundamente me niego a privar de la libertad a nadie, si es verdad que en mí está la maldición de un poder tan nefasto como ése: el poder de quitar la libertad (sólo espero que, si sobrevivo y tal poder es verídico, logar dominarlo para hacerlo funcionar a voluntad, entonces sí: ¡venga a nos tu reino!; pero ni en mis más perversas debilidades se halla la de humillar a nadie de un modo tan brutal como resulta privarlo de el don más preciado de Dios: nuestro libre albedrío; y él estuvo en claustrofóbica pareja durante nueve meses conmigo, qué horror).

No he preguntado nunca a mi amigo hermoso con quién sale ni cuáles son los pormenores pervertidos o gloriosos de quienes forman su vida; ni siquiera he tenido interés en conocer si la sirena y él se sumergieron en mayores o menores profundidades. A veces, eso sí, he tenido la debilidad de entusiasmo de compartir el gusto por las personalidades extravagantes que mi amigo me presenta, las personas que lo quieren, sus reinas y sus amigas, y los cuates entrañables de su ser que tanto he amado, a quien muchos hemos entregado nuestro respeto y devoción a su amistad bellísima. Lo que ocurrió en mí fue el dolor por la mutación en transparente indiferencia, experimentada durante un lento proceso que duró cuatro horas, imperceptible al inicio, cuando me salí a fumar, incluso con la idea de dar espacio para que mi amigo conversara con la nueva amiga, a quien habíamos invitado al íntimo convite, antes de salir hacia la aventura rumbo a un Lugar Común, pues las semanas anteriores habían estado colmadas de emociones y plenitudes, de trabajo arduo, de apoyo y logros comunes e individuales, de la más magnífica, nítida y cachonda plenitud imaginada desde siempre, y creí prudente la cortesía de retirarme un momento, lo mismo que había hecho la noche anterior, durante el convite de despedida en el castillo de De´Lira, mientras mi amigo conversaba con sus conocidos queridos.

He confiado plenamente, es por ello que bendigo el momento en que este hombre se cruzó por mi camino, ese momento ha sido mío y de él y, sobre todo, de un espíritu creativo que surgió por el contacto de nuestras miradas; por ello os digo que he caído en besos de un hombre que bien ha valido mi confianza en pleno, mi entrega más profunda, mi pasión más extrema, mi sueño más dorado… He sido muy feliz, soy muy feliz de que haya sido mi amigo quien me acompañara en este momento maravilloso de mi vida. Por eso es dura la pérdida que experimento… Que Dios te bendiga, amigo, que nadie te diga nunca quién has de ser ni cuáles debieran ser tus facultades o tu sueños, que tú sabes ser un gran hombre, un magnífico amigo, un estridente y suave amante, tu talento es enorme y tu trabajo continuo… Y tu entereza para seguir un camino, tu convicción para no apartarte; te he dicho cómo admiro eso, es motivo de ejemplo: tu constancia, tu congruencia con tus ideales, que me imbuye de fortaleza para con mi camino que bien conoces; amo tu búsqueda de perfección, tu ser de renovación e invención constante, la magia redentora de tu humor, de tu sonrisa, de tus increíbles personajes. Qué fantástico has sido y eres para mí.

He tajado, señoras, muy a propósito, el costado de mi cuerpo abierto en dos. Para dejar salir a mi amigo y no causarle más ofensa. Yo creí siempre que la libertad se refería a nuestra capacidad, nuestra fortaleza, nuestro derecho íntimo e inalienable de decidir entre las opciones que se nos presentan, nuestra capacidad para hacernos responsables de nuestros actos y de las consecuencias favorables o nefastas que ellos causen en nos o en los demás; libertad como responsabilidad por los caminos que por voluntad emprendemos; libertad, pensaba crédula, es el poder divino del albedrío que se nos ha concedido para decidir, que ya es mucho decir, que mucho hay que agradecer cuando la vida nos da el regalo de ofrecernos opciones para ejercer nuestra libertad de ser, de pensar y de actuar por nosotros mismos, bajo nuestra cuenta, riesgo y placer. Siempre creí que la libertad era un derecho propio, detentado por nosotros mismos en nuestro carácter de personas responsables de nuestro paso, del bienestar propio y de nuestra gente amada… Tal ha sido mi error fatal, haberme mantenido en la credulidad de que por la fuerza nadie va, a menos que la vida o la integridad se hallen bajo la amenaza de un arma o por el uso de la fuerza bruta o el poder de la coacción o la tortura; y eso, hasta donde sé, es reprochable e ilegal en todo sentido, es una violación profunda del espacio del cuerpo, la mente y el ánima… Y mi amigo, que siente claustrofobia al tener pareja, se mantuvo durante tanto tiempo encarcelado, sufriendo por mi mala causa… O algo como eso, que yo he debido ocasionar por un influjo maligno desconocido, con el cual dominé su mente para meterlo en una jaula, para hacerlo mi pareja aunque él tenga fobia al claustro que una relación así le provoca; porque tonto no es mi amigo, pero para nada, así que seguro no fue por la voluntad de su cinco sentidos que se metió en una situación tan indeseable, tan baja, tan agresiva, brutal y reprobable: nueve meses de claustrofobia conmigo en pareja… Seguro ha de ser un hechizo fortísimo el que pende sobre mi cabeza para haber logrado yo convencerlo de vivir conmigo una experiencia tan inhumana y asquerosa.

Nada defiendo y no tengo por costumbre aburrir-me con la explicación de mis actos, soy pirata y voy para machín. Yo ya entendí muy claro lo que mi amigo me dijo, una vez y otra, para que yo no tuviera más dudas sobre la fobia de claustro que provoco. Yo ya entendí que he sido torpe y no he sabido decir con claridad cómo es el dolor y cuál es el tiempo de recuperación para sanar cuando una ha resultado sometida a la invisibilidad... No me defiendo más. El maestro ha dejado a la escritora sin palabras. (Ve usted, Condesa L, cómo es que dejar al narrador sin dicho es cosa de lo más común; pura vulgaridad que somos los de letras, parece ser, qué desgracia la nuestra, bola de desgraciados).

Denme los santos óleos, por si acaso; y hago aquí la ofrenda de mi amor profundo, de mi respeto entregado (no puede ser de otro modo, no puede ser de otra manera: profundo y entregado), he aquí mi oración de confianza en él: Ejerzo mi libertad de abrirme el costado, para que con este acto simbólico se libere la voluntad de mi amigo, y de nuevo pueda hacer a su placer, que mi amigo quede libre de mi presencia carcelaria. Ejerzo mi libertad de amarlo y la libertad de atenerme a las consecuencias del desánimo, a las noches en plegaria de sexualidad anhelante, a la ausencia malvada de su risa encantadora; me responsabilizo de la ansiedad provocada por las batallas que se avecinan, en lucha contra las Arpías de la desorientación y el miedo. Ejerzo mi libertad de responsabilizarme por mantenerlo lejos de mi maldición de cárcel, ejerzo mi libertad de respetar su petición de liberarlo de mi presencia de pareja claustrofóbica. Ejerzo mi libertad de aceptar, en plenitud de mis facultades, que sobre mí recae el gravamen de poner en peligro a la tripulación, al no dejarles más salida que la de encaminarnos a la playa terrible, por su amor a mí, por su afán de salvarme, por la libertad que ejercí al tomar la decisión de abrirme mi carne para liberar a mi amigo, motivo por el cual me desangro, por lo cual se dirige nuestra embarcación hacia la tierra perversa de los Efebos, donde he de ver si puedo controlar mi nueva naturaleza de piraña enclaustradora, de voraz carcelera…

La mancha de sangre en mi levita es tan abundante que se ha vuelto negra mi vestimenta, la cual, por convocar a amigo, elegí siempre en rojo sangre, rojo fuego, rojo vino tinto, rojo lecho de rosas, rojo quemado por el incienso de la entrega a cada mínimo instante que gocé con su presencia, con saberlo mi confidente, mi confesor, mi pareja, mi compañero, mi Amigo del Alma. El rojo siempre me gustó para vestirlo con él; es el tono en el cual vi batir a mi corazón su ritmo inflamado de la confianza plena que tanto me gustó ofrecer y recibir de mi amigo, mi jade precioso, mi pluma de quetzal, el canto del cenzontle…

Lo imagino apacible, tumbado en su habitación; ligero, lleno de sí, liberado del claustro de tener pareja. Lo imagino escuchando el dictado inspirador de su piano; lo intuyo apasionado, un rato después, volcado su ser pleno en la creación de sus ritmos microscópicos. Lo imagino radiante, saludando aquí, conversando allá, contestando como siempre sus mensajes, sus llamadas que son campanillas de amistad y trabajo, haciendo reír a la chica del mostrador, animando al cuate en apuros. Lo veo en su amada soledad, tomando su café cargado o en su complicidad con el piano a quién él escucha quejarse con paciencia, hasta curarlo del achaque de sus afonías, hasta afilar de nuevo las puntas de su voz. Y me da mucha paz pensar que al fin se halla en recuperación su bella alma, malamente poseída por mis viejas presencias…

La nave nodriza se balancea estremecida, sorteando las rocas en punta; kilómetros de guardianas petrificadas, defendiendo el paso hacia la mortífera Isla de los Efebos; es muy noche ya, tengo frío, cierro los ojos…

En sangre, siempre de sí:
Señora C.

6 comentarios:

Ileana Cruz dijo...

No amiga, no. Aún en esquirlas repito que no. No has privado de su libertad a nadie, mira qué sencillo, endilgar sus decisiones, sus miedos a lo mala que eres, a un poder que nadie tiene... porque si estás justificando, en el fondo pareciera que él tiene razón, y no.

Ha sido su miedo, su incapacidad, las estrellas, la calentura instantánea o la simple y llana estupidez lo que le ha hecho desbaratar una relación que con nueve meses de esfuerzo has apuntalado, y con saña ahora reclama algo que no existe, la única prisión está en su cabeza, como lo está las prisiones de la inmensa mayoría.

Amaste y eso fue tu ganancia (como fue la mía), y tonto él que no lo supo equilatar. Leí el otro día un poema tentador y creo que también aplica para ser entragado en botella sellada a tu amigo querido:
“Al perderte yo a ti tú y yo hemos perdido:
yo porque tú eras lo que yo más amaba
y tú porque yo era el que te amaba más.
Pero de nosotros dos tú pierdes más que yo:
porque yo podré amar a otras como te amaba a ti
pero a ti no te amarán como te amaba yo”.
Ernesto Cardenal, Epigramas

Un abrazo desde las esquirlas que soy

Carla Patricia Quintanar dijo...

Querida Lady I; no, no me echo encima más que mis propios vuelos; mi amigo no e stonto ni incapaz, pues ha sido inteligente en el tiempo que lo conocí, ha sido muy capaz de apoyar en el lapso que nos fue concedido. Lo bendigo, bendigo el instante en que lo conocí y bendigo el tiempo en que estuvimos... Sí podrían amarlo igual o más que yo; pues por sus encantos caí, por sus encantos fui feliz; habrá quien sepa estar en invisibilidad, que yo no he sabido... Os agradezco vuestras apasionadas palabras, siempre intensas como intesa es vuestra entraña, vuestro vuelo de chispas doradas. Os amo. Vuestra. Señora C.

Anónimo dijo...

Querida Señora C.

Cuan hermosas y ciertas sus palabras. nueve meses deslumbrantes, su belleza es tal que hasta he olvidado quien soy o a donde me dirijo para fortuna mía; es como un embriago, como un desmayo que hurta la conciencia, y sí, es más de lo que he podido soportar no lo niego. No hay manera de describirlo, es belleza extrema, pasión narcotizante, es como un tenue rayo de luna fulminante, no tengo más palabras quizá solo sonidos, sonidos de cuerda tensada, ahí sí, ahí si me hallo, ahí estará Ud. siempre en mi.

Prosigo en búsqueda de mis afanes con el tesoro de sus bendiciones y bellas e inmerecidas palabras con que he sido obsequiado producto de su bondad. Reciba de igual forma mis bendiciones Señora mía de todo corazón, sepa bien que no hemos errado, que no hay reproche alguno, que no hemos cometido pecado alguno, que no nos hemos equivocado, solo hemos intentado ser quienes somos y quienes podemos ser.

Me refugio de nueva cuenta a dar la batalla en esa trinchera que Ud. tan atinada y elocuentemente llama mi amada soledad…

Con todo mi amor

Su orate profesor rural, el de las melodías distorsionadas.

p.d. y sí, como dice Ileana, el que sale perdiendo soy yo. Coincido.

Anónimo DeLlira dijo...

Señora C:

Pocos, poquitos trapos me quedan ya para absorber tanta sangre; ¿se ha dispuesto usted a vaciarse? Que no, que no, me repito... ¿què harè yo sòlo en una nave con campanitas, mètodos, animales exòticos, cantos de laudes y montones de histèricas por suelo en descontrolados gritos?

Ni se le ocurra dejar sus venas como hilos secando al sol, ni se le ocurra no llegar a la isla donde a toda costa la Infanta y yo intentaremos defenderla del ataque de los mortiferos Efebos.

[Confiemos en la Infanta..me digo, que yo, ya bien se ve que poca o nula defensa tengo contra los seres malignos de torso desnudo]

Mi querida señora, su herida en el costado duele por contagio.

Pero mirando por el caleidoscopio veo, veo, aunque aùn no sè què veo.

Este capitàn, que le saca vueltas al timonel.

A. DeLlira

........

p.d. me encontrè una botella de parte de Miaulina, que dice que no tiene vergûenza usted, que le pone adjetivos inmencionables acà, que se atreve a ser vulgar un momento para decirle que usted no tiene madre, que sus letras, que no màs por esas letras ella se vuelve estatua de sal. [ya sabemos que no, pero le gusta decir que sì. Pura ficciòn]

Miaulina FaMale dijo...

Siempre odiè ese texto del apellidado Cardenal. Màs que tentador me parece aburrido, simplista, ardido. Perdonarà Lady I que no coincidamos.
...

Mi señora, ya estàn listas las velas. A zarpar!!!!

Miaulina FaMale dijo...

p.d. no le haga caso al capitàn, ya bien sabemos que pierde la cabeza con facilidad. (Es muy sensible a la belleza)