miércoles, 17 de febrero de 2010

BITÁCORA DE VUELO Y NAVEGACIÓN RETROSPECTIVA

FRENTE A LA FORTALEZA DE MINOS

Toda la isla es un laberinto, dicen, una fortaleza de roca, concreto y acero, una absurda casa, intrincada de pasajes, jardines y terrazas interiores, habitaciones conectadas, puertas y ventanas que abren a nuevos pasillos y combinaciones de escaleras bifurcadas en dos y en tres y muchas ramas, hacia otros niveles igualmente arbitrarios, abiertas hacia arriba y abajo; muros y más muros, estructuras metálicas, bóvedas, cámaras y cavernas, palacios y pantanos grises dentro de la enorme y absurda estructura. No se sabe si se trata en realidad de una isla, es quizá un continente, o un ínfimo rincón de otra realidad cósmica; no se sabe nada de este lugar, más que esto que vengo describiendo, esto que acabo de ver con estos ojos, cuyas imágenes han de ser tragadas por el olvido.

No sé si se trata, en realidad, de una isla; para donde se mire, todo frente a mí es un muro que se pierde a la derecha, hacia la izquierda; un muro gris que se pierde arriba, más allá de las nubes púrpura; se pierde hacia abajo, en la profundidad de fluorescencia oscura del mar, la extensión de sus sótanos y cimientos.

La mar cortada de tajo por un muro de concreto, inmensamente absurdo y grande.

Tres negras noches, con sus tres oscuros días, Nave Nodriza se ha deslizado junto a la muralla de roca sólida; y sigue perdiéndose de vista su extensión, la del muro.

No hay más. Algún día, dicen las crónicas de mis ancestros, la mujer que yo era llegó al fin de la tierra. Y ahora yo, el monstruo del presente que soy yo que soy ahora, escribo que he llegado al fin del mar; aquí se acaba todo, aquí se acaba el mundo, comienza otro…

Luego, arriesgué mis alas recientes y volé en vertical hacia las nubes; pero en tres noches con sus días, el muro se mantuvo siempre igual, siempre perdido su inicio, su posible principio o fin. O es que la pared se mueve junto conmigo, pensé mientras caía en picada, de regreso de las alturas impasibles, alturas absurdas como absurdos se tornan frente a ella mis pensamientos.

Así que esta noche brillante he vuelto del cielo, y me hallo cavilando en mi camarote solitario; fuera de mí, pero conmigo dentro, la solitaria Nodriza se acuna apacible, anclada frente al muro infinito.

No es posible volver. Detrás está el pasado, y ese reino es tan sólo un mito; detrás, entonces, sólo está la extensión profunda de un mar infinito. Detrás no hay nada, sólo el mar. Todo lo que pude haber vivido, ha desaparecido tras la estela de mi navegación.

Delante, el muro de Minos.
Debajo, el abismo de agua.
Después de la terrible fortaleza de Minos, la realidad de Lugar Común; y en ella, Ulises. Y Ulises, tal vez, podrá decirme qué significa haber cruzado el laberinto, que significa que atrás no haya quedado nada, quién es este monstruo de las tinieblas que soy. Él habrá de darme el cabo, y así podré desmenuzar la madeja para hilar mi nueva memoria, alguna tarde, frente a mis playas apacibles, recién conquistadas, recién invadidas por el amor…

Pero esta noche luminosa cavilan las vibraciones de mis entrañas, simple instinto del tacto, pues no hay recuerdo alguno para evocar el dolor, ni el miedo, mucho menos el amor; ni siquiera la imagen de Ulises, esperando por mí con el fuego encendido, los brazos abiertos en oración de entrega, para recibir mis pasos cansados, ni siquiera tan voluptuosa imagen de Ulises logra permanecer más allá de los segundos en que la nombro.

Me detengo esta noche y escucho la vibración de mis arterias, el rasgueo rítmico de mis nervios tensados, el tintineo de mi piel erizada. Me detengo y escucho el canto de mi cuerpo, muy quieto, resoplando en silencio, respirando en el intersticio de la arritmia; y mis funciones corporales son un concierto de temblores… Sí, es verdad, leo en mi diario que he dicho, no hace poco, pues ya no lo recuerdo sino en la lectura, he dicho que, por mi voluntad, me dirigí a este sitio sin salida, en busca de la bestia mortal del laberinto; que ella, dije, la bestia, dije, habría de indicarme el camino para encontrar a Ulises. Parece que ando buscando a un tal Ulises; lo leo, y sé que yo lo escribí así, lo sé porque está escrito, aunque no lo recuerde. Mi recuerdo existe sólo al leerme y leer a mis ancestros y los escritos de otros que parecen haber sido o ser tan monstruosos como yo; mi memoria es la suya, la de quienes antes hicieron este viaje fantástico. No tengo más memoria que estás palabras.

Pero yo no puedo sino sucumbir a mi instinto; y yo, ahora, soy apenas el depósito del olvido; soy un descuido que evolucionó en quimera… Así que me retracto, por un instante, me retracto y me detengo por un momento para olfatear el viento en busca de los signos remotísimos de la esperanza, olfateo en espera de la señal… ((¿Dónde estás, maestro; dónde tus palabras de aliento y tus brazos en complicidad con mis alas; dónde estás?)).

No puedo sentir miedo, porque no recuerda mi carne ningún sentimiento, sólo puedo imaginarlo cuando leo las crónicas del miedo inscriptas por los otros y por mí, en el pasado.

Oscurísima noche clara, donde mi vista nocturna se pierde, igual que el muro, en el vacío absoluto. He salido a cubierta para contemplar la negrura de esta noche, la más brillante oscuridad de todas las oscuridades nunca antes nombradas por un ser vivo. Nunca podré describir el brillo profundo de la oscuridad absoluta; así que enseguida olvidaré esta sensación de vacío; y enseguida de enseguida comenzaré a cavar un hueco en el muro, para entrar.

En Nave Nodriza sólo hay libros y cuadernos de diario; y tales utensilio son herramientas de la memoria, pero resultan inútiles, escuchadlo bien, resultan inútiles como herramientas para el mundo, y aun más inútiles, por lo tanto absurdas, como posibilidades contra el muro de la imaginación, ese “otro” material de concreto, arena, rocas y acero; ese otro mundo…

No hay puerta para penetrar al nuevo mundo; uno mismo debe cavarla en el muro.

Utilizo mis garras y el filo de mis colmillos; utilizo mis puños y mi cabecita hueca; golpeo con el filo de mis codos y mis rodillas; arranco pedazos completos de roca; saltan sus vísceras de polvo y astillas. Los fragmentos de piedra destrozada se mezclan impúdicos con los jirones de piel y sangre desprendidos de mi cuerpo al embestir contra la carne del muro., también es mi piel la que salta al desgarrar la roca. Y esto es el dolor por seguir adelante, por seguir buscando un sueño. Este ardor y la náusea, este mareo y la punzada; esto es el dolor. Pero lo olvido enseguida. Y sigo adelante, ciega de instinto, sin saber por qué, sólo sigo adelante porque así lo dicta la voz de mi sangre al fluir.

Al fin, al alba de la cuarta noche, mis garras arrancan la última roca, y se abre frente a mi olfato una intensa bocanada de vapor putrefacto…

Hace rato que dejé de escuchar el mar; hace tiempo, en medio de la furia por descuajar la roca, que olvidé extrañar la tibia zona de confort de Nave Nodriza. Ya no soy mujer. Ya no soy pirata. Ya no soy marino. No recuerdo haberlo sido. Y lo peor: he debido dejar atrás la memoria inscripta en los documentos, mi única memoria.

Ya no soy marino; ahora mismo, mientras cavo, soy minero; luego seré un caminante de lo improbable.

Escribo esto con lodo podrido, del otro lado del muro, junto al hueco abierto en la roca; la herida del muro comienza a suturar; el vapor fétido se condensa y cicatriza las paredes mancilladas, el intenso vapor fétido se pega al hueco, literalmente se concentra sobre el vacío, y forma una costra en el interior del túnel; la costra volcánica se petrifica. Y ahora esta última frase queda encima de un muro liso, donde antes estuvo el agujero de gusano, un muro intacto, sin entrada ni salida ((y fuera del muro, abandonada, quedó anclada nuestra Nave; adentro la memoria de quien fui)).

A punto de dar el primer paso dentro de la fortaleza del tiempo.

Y ya no recuerdo quién soy...

¿Por qué estoy aquí??))

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