martes, 2 de marzo de 2010

BITÁCORA DE VUELO Y NAVEGACIÓN RETROSPECTIVA




CORAZÓN EN FORMACIÓN

OBRA PLÁSTICA DE EDGAR VÁZQUEZ











17 de febrero de 2010

VOZ EN OFF (REWIND)
ANTIGUOS ECOS DEL LABERINTO

PASAJE PRIMERO

En realidad, quién sabe cuál será la extensión de este lugar. Un pasaje se conecta con el siguiente, como una frase enlaza la otra. Sin ton ni son. Ella recuerda palabras. Una frase. Recuerda sonidos y alguna frase aislada; luego ya no son palabras, sólo imágenes; a veces ni eso, apenas algo como un vapor o sopor. Humedad de la tierra húmeda.

Si está húmeda, la tierra, habrá agua muy cerca, piensa… No, no piensa; es más bien un latido el que se manifiesta. Una corazonada.

Camina despacio; se detiene y olfatea las viscosidades adheridas a las raíces de los árboles, ensortijadas piernas de árbol enlazadas entre el piso y las construcciones. Se detiene y se acuclilla para oler los escupitajos blancos; son apenas perceptibles a la vista, pero despiden un fuerte olor de tonalidades graves y toques de una dulce acidez. Es el semen de la bestia; sólo un gran animal macho puede proponer un aroma como éste. Ella no sabe eso; en ella, dentro, sólo es que revientan las moléculas donde el macho ha dejado el obsequio encapsulado, su empalagoso y agresivo bálsamo.

Se incorpora, ella. Se queda muy quieta, vuelta su cabeza emplumada hacia su derecha, por donde un prolongado pasillo pierde su extensión en la tenebrosa oscuridad de la distancia; por allá se ha ido el macho; por ahí percibe ella los hilos de azul fluorescente tejidos por los vapores olorosos de la bestia. El olfato de ella es tan poderoso que, literalmente, puede representarse la dichosa estela, con toda claridad; así que su olfato es capaz de observar el camino por donde el enorme animal se ha ido: un alucinante listón vaporoso, con ráfagas de azul metálico, vetas de brillantina tornasol, preciosas filigranas con brillos escarlata…

Pero ella, el ave de la noche profunda, tiene sed, y sabe que el camino de la humedad se encuentra detrás de ella; pero eso ella no sabe que lo sabe; es un cerebro más primitivo, al parecer, o eso le parecería a algunos, el que no-sabe, en ella, para dónde aumenta el tufo de la humedad; es una corazonada, y algo que es, por supuesto, un dolor, pero ella, eso, no lo sabe, y, además, carece de importancia; lo vital es el latido mismo, aunque resulte mortal la fuerza desgastada en el impulso.

Así que su olfato mira detenidamente las últimas burbujas iridiscentes de la estela del macho, tragadas por la carnosidad oscura de la distancia; mira por última vez, antes de volverse atrás, domesticando su instinto, o por influjo de ese instinto, quizá, no se sabe bien, con intensidad paciente, se vuelve atrás, y camina sus pasos cautos hacia el agua.

Todo puede esperar, hasta que ella encuentre el agua cristalina y pueda lavar su sed, y el cansancio, y las heridas de roca en sus rodillas y sus puños, en su lengua y su cabeza; las heridas de roca y acero en sus codos, y punzando, sobre todo, en su ala izquierda, ahí donde se guarda el matiz femenino de su alma en instinto.

Mira por última vez la estela, se da media vuelta y trepa por la enorme raíz, alcanza la escalera de piedra devastada, penetra por la boca de las ruinas, hacia las galerías superiores. Lleva en su memoria la imagen del rudo aroma; pero su memoria es nada más la del olfato: la estela vaporosa, llena de misterios y peligros. Pero primero, lo-sabe-no-lo-sabe, debe recuperar su fuerza vital, así que ahora se interna más en los intrincados pasillos, hacia un rumbo determinado, aún en la espesura del sinsentido: la gran ave tenebrosa se dirige hacia el agua, y el agua está tras el rastro de la humedad que ya invade los muros, enverdecidos ahora por una gruesa capa de musgo…

Detrás de su paso flexible va dejando, ella misma, el dulce rastro de su sangre, gota a gota desprendida la señal de su cuerpo de hembra, terrible y gigantesco animal de la noche plena, gota a gota su sangre en estela fervorosa, de las heridas que, lo ha olvidado hace mucho, aunque ocurrió no hace mucho, las heridas de su carne al cavar el agujero de gusano que la trajo aquí…

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ente exangüe, cómo explicarle que después de vivirle y sentirle a través de sus paisajes lovecraftnianos quisiese uno ser Él; Ulises y Nadie a la vez. Me estremezco al compaginarme al dolor expreso de su vacío sin saber si dicho sacudo se deba al frenesí de sus viajes o al miedo de su abatimiento. Ser emplumado, pirata (¿Y cojo?) o devoradora de efebos (mozalbetes exce(l)sos de carne): todos somos Ulises y Nadie a la vez; la constante de la espiral sinfín ¿Por qué desangrar al biforme ser para encontrar su barca – alma que la conduzca a su Ulises si todos somos Él? Después de leerle quisiese uno amalgamarse en Ellos (los Ulises) y suturar la gotera que lleva a rastras. Ente exangüe tome estás palabras como una cicatriz efímera a su herida, porque sólo usted, vacío ser, será capaz de encontrar la salida del agujero del gusano.

Su amigo de las dos caras.