jueves, 4 de junio de 2009

50 EPÍSTOLAS REGRESIVAS

EPÍSTOLA 46

Queridos todos:

Esta mañana he arribado al fin a un pequeño paradero a la vera del camino por el cual me dirijo a Más Allá, una vez que Lontananza no ha resultado lugar suficientemente lejano para despistar la huella del mal que me signa.

De nuevo ha pecado mi ánima, otra vez he caído en tentación: he deseado fundirme en la estirpe de mi amado… Sí, lo confieso, he visto su alma y la mía en penetración, como si de nuestros cuerpos se tratara, enlazados en caricias, desplazados de su centro por la anulación del tiempo, el instante de la entrega, la plenitud…

Tenéis razón, Acróbata del Anónimo Delirio, ningún caballero osaría atravesar por los intrincados pasillos de fuego intenso en filigrana rococó. Si yo misma me consumo en darles vida, si yo misma intento alejarme de mí, de mis abismos, del constante rugido de mi pecho en pos de sus urgencias. Y porque sé de la fragilidad, tampoco osaría yo enardecer los júbilos de mi amado amigo… Todo laberinto, querido Caballero DeLira, tiene su salida de emergencia, debidamente indicada, como explicita el manual de las buenas costumbres: me pide su libertad, la tiene, porque mía no es la libertad y menos la suya propia: es libre quien así lo desea, es libre de su propia libertad quien así lo desea. ¿Cómo podría yo perturbar los afanes melódicos con que mi amado caballero distorsiona el tiempo? Si tal es su oficio, si en dichosa faena lo descubrí.

He pecado, queridas, pues he deseado construir un hogar, mísera salamandra de tierra caliente, para dar calor a un hombre que tañe con signo de agua. Fuego y agua. Tierra y viento. Hombre y mujer. Día y noche. Nahuales y Ocelotes. Por eso me retraigo, venga a nos el reino de la claridad, la edad del sol.

¿Cómo podría yo invitar a nadie a transitar los infiernos? A mi amigo se lo dije al inicio: yo por mí, te llevaba a vivir conmigo a los infiernos; pero no lo haré, le dije, y cumplo mi dicho, no he de llevarlo conmigo.

Invisible Caballero del Delirio: ¡si hasta mi locura he empeñado en esta última jornada! Es de agua el signo de mi amante: voluble se desliza tomando la forma del terreno, o es furia que arrastra consigo el tiempo. Yo soy fuego, y consumo; no me adapto si no es consumiendo para existir…

La mujer llega hasta donde el hombre quiere, reza el adagio posmoderno, queridas mías, amadas brujas. Yo ya hubiera montado el espectáculo, ya estaría en la playa con él y estaría buscando los recursos para llevármelo a la India, o más allá, a Más Allá, y aún más lejos, trepidando en mi carroza de fuego puesta a disposición del mar de sus encantos que pocos no son. Y heme aquí, en silencio, apertrechada en esta mísera posada del camino, alejándome de esa terrible imagen que me persigue. No, no habría yo de llevarlo a mis infiernos de sustancias diluidas en el neón del escenario, en la seda de la alcoba ardiente. No habría de llevarlo a sudar por las arenas de mis anheladas playas, no habría de volcar el universo para beberme un café en París financiado apenas con un lazo de oración. ¿Qué clase de loco, orate maniaco habría de arrojar sus aguas al fuego, mi fuego a sus aguas, erupción de volcanes sobre el mar enfurecido, para formar nuevas islas del tesoro, nuevos continentes sin nombre, sin partitura?

Pero, querido amigo, si algún eco de mi entraña vibra entre las fisuras de tu fortaleza: nunca te he invitado a renunciar a tus universos, por el contrario, el aliento de tu boca me invitó a la posibilidad de compartirlos, tal fue la llama que encendieron tus impulsos en mi tiempo. ¿Cómo querría yo que renunciaras a las fantasías a las cuales he deseado pertenecer? ¿Cómo podría yo pedir que dejaras de ser la esencia que amo en ti? ¿Cómo podría cerrarte el paso del camino que también mi alma urge por transitar?

El agua es por sí, amigo, producto de sus moléculas de sí, es vapor y firmeza de hielo, es lluvia, lago y riachuelo, es tormenta y mar clamor; tan maleable, tan voluble, va llenando su camino de sí. El fuego depende del combustible, necesita ser con otro para arder, el fuego es producto de dos, sustancia de dos…

Al ritmo de vuestro paso me atengo, querido amor mío, que sois vos quien sabéis de entonación. Por ti renuncio a ti y por mí renuncio a mí, para renunciar a la imagen, para no acosar de instintos tu soledad.

Distinguidas damas de la Corte de lo Real, perdonad el silencio de mis días, que anda mi alma en busca de su penitencia; perdonad que no pueda aún contentarme con la mesura que dicen que es propia del amor. Dos noches parecen muy pocas para entregar la pasión, si con una vida no alcanza… Y al mismo tiempo, a mi amigo le asiste la razón en pleno: cada quien a sus faenas, en medio de alguna, nuestro afán quizá coincidirá.

Que la plenitud nos ilumine con su luna.

Entre Lontananza y Más Allá.

Señora C.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Querida tú que nos hablas a todos --y a esos todos también les escribo--:

Yo también lo sé, amiga, amigas del hechizo, que nuestras presencias etéreas desequilibran conciencias que se autodiagnostican como “racionales”, que cimbran las estructuras más íntimas de los sólidos edifícios que creen tocar el cielo cuando aún no han probado la humedad de la tierra, que huyen a veces como frente a una aparición por temor a mirarse en nuestros espejos y sentir el flujo de la vida que les reclama mareas, tormentas, acantilados.

No, no es fácil, lo he sabido siempre. Eso de salir a la calle y no poder simplemente mirar rostros –como todo el mundo--, sino leer corazones, sentir la sangre bullir, escuchar los murmullos del pensamiento mientras los demás permanecen sordos, impasibles. Eso de andar pasillos y encontrar sólo sombras de lo que pudo estar vivo y que, al ser acariciadas por nuestro perfume, apenas son capaces de levantar la pesada cabeza que pende moribunda porque una vez renunciaron a la posibilidad de la entrega. Eso de sentarse en una banca, los pies extendiendo raíces y el cabello enredando sueños, y todos voltean –no pueden hacer más—y no saben qué hacer con nosotras porque somos peces de la tierra, serpientes celestes, aves que nadan, ¿cómo nombrarnos? ¿cómo asirnos? ¿nos deberían asir?, entonces mejor pasan de largo y tratan de olvidarnos aunque nuestra figura se les haya tatuado como un tercer ojo que los observará cada noche de luna nueva. Eso de que por nuestras bocas salgan hilos de agua, lenguajes antiguos, palabras impronunciables, voces quiméricas que construyen universos vastos, rompecabezas multidimensión, nos ha costado la hoguera, el manicomio, la admiración –ah, la dichosa admiración que nos coloca en el pedestal de lo intocable, lo lejano, lo imposible--. Y nosotras que nada más queremos que nos amen, que nos enciendan los ojos, la sonrisa y la piel, porque somos seres que transitan entre los mundos del no-tiempo, de las historias eternas, de los hallazgos secretos, de los conjuros y los sortilegios. Somos las que ya no queremos ni una gota más de admiración ni de temor, y aunque también sabemos que nunca seremos de pavimento ni de estructuras polvorientas de metal, aunque reconocemos nuestra naturaleza exótica y atemporal, nos agrada vivir entre quienes no comprenden y aún así nos reciben en la plácida habitación de su incredulidad. Pero a su vez sabemos bien, amigas del embrujo –y esto no lo podemos guardar debajo de la almohada--, que toparnos con el olor de la vehemencia de un hombre dispuesto a la travesía, desboca nuestros ríos, hincha nuestros mares, explota en soles decididos a colonizar el universo, y entonces ¿cómo culparle de su huída? ¿cómo reclamarle su espanto? ¡Imposible! Por eso nos hemos convertido en Penélopes que tejen y destejen sendas marinas esperando que un día los ojos y el corazón de algún Odiseo perdido en la niebla, encuentren el regreso al fuego del hogar.


Ishtar-la-del-nombre-impronunciable

Ileana Cruz dijo...

Querida Señora C, después de largas jornadas contra la tormenta, el mensajero ha arribado a vuestras tierras con el mensaje http://www.fandino.net/ileana/epistolas-de-mujeres-fuego/

Allá os espero...
Lady I