miércoles, 3 de septiembre de 2008

EPÍSTOLAS DE AMOR A LA DISTANCIA XL

Martes 02, septiembre

Sólo usted comprende:

Cuarentena. Las fiebres han cedido a base de fomentos de ausencia y silencio. Respiro presencia, pues el tiempo se cumple sin aspavientos. Es verdad: no hay bochornoso ni maligno deseo por la imagen del hombre, queda la tenue gasa de la carne y el hueso suyos. Hombre concreto, sin pretensión de amar, pues el amor es propio y se dispensa sin esperar los frutos; sólo la sencilla satisfacción de mantener intacto el canto de las musas al bajar por el rizo de la creación.

Cuarentena. He sabido guardar para usted el calor de mi entraña: tibieza en la piel y lava al rojo en las cavidades luminosas de mi entrega, intensidad maleable la que aguarda por su herrero. Es lujuria contenida y harto contenta la que avienta sus lenguas de flama entre los conductos laberínticos de mis sueños más primarios, el mismo acto salvaje que soñaron mis ancestros, en aquella primera conciencia del llamado aroma de sus manos como bestias en celo.

Nada más poner el cuerpo en la cama y es bufar de toro en sangre al blanco vivo. Herrero de las grecas de hierro en rococó: si tienes oídos, escucha: soy gemido en postración de ti; si tienes ojos, mira: soy pliegue a punto de reventar el continente de sus aguas en pos de ti. Nada más tocar el lecho (el lecho literario de mis sábanas en voz) y es mi cuerpo la sinuosa oración por que se haga la comunión. Amen. Sea. Pues ya mi loto aguarda el llamado de sus perfumes. Ya mi ignorancia busca su maestro. Ya la inocencia del nuevo tiempo anda olfateando el nicho de su perversión.

Visto la túnica del rito vaporoso; sacerdotisa en linterna por las profundidades del deseo, a luz plena de luna en acuario, que de agua también es signo el toro. Cuarentena del alma. Cuarentena del cuerpo. Embiste el impulso de mis metales al blanco vivo. Maleable sustancia de convocatoria. Ábrete Sésamo. Filtros de amor por el tamiz de mis ojos en los tuyos reflejo del divino intento. Herrero de las churriguerescas volutas: aguardo en sabia serenidad, hasta donde topa mi paciencia con el límite de la piel. Herrero de la espada mística de la fe: forja la materia de mis brillos, que son tus manos el filo para abrir el tiempo en cruzada por el santo grial de nuestros cuerpos en alma unidos.

Transcurro en serenidad el tiempo.

Suya: señora C.

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