martes, 2 de septiembre de 2008

EPÍSTOLAS DE AMOR A LA DISTANCIA XXXVII

Sábado 30 de agosto

Apreciado señor B

Ninguna noticia suya he recibido desde hace treinta y siete días. Muy bien sé que las diligencias son lentas y que en el camino sufren asaltos, que los buques tardan meses en cruzar el océano con su cargamento precioso. Y ruego a las musas por que mis palabras hallen eco de bondad, pues mi extrañeza es por saber si se encuentra usted en bien; mi júbilo será conocer cuál es estado que guardan sus proyectos.

Por acá, el retiro ha sido del todo fructífero; muy contadas salvedades nublan el regocijo de mi alivio. La más, es la tristeza de que mi muy querida hermana se encuentra en disgusto conmigo y no se ha dignado responder las misivas que con fervor le he enviado. Tal situación sí resiente en extremo mi ánimo. No quiero pensar que tal sea el sacrificio por el bienestar del equilibrio que con minucia y paciencia construyo un segundo tras otro.

Por otro lado, el camino de mis letras se topa a cada instante con acantilados y murallas que cortan el flujo natural de mis pasiones inscriptas en tal oficio. Y en parte porque a propósito he vaciado mis referentes; pero también porque tropiezan con bandidos y malhechores que quieren darles uso indigno, y el toro de mi ética se desboca y ataca al perder la paciencia y olvidar por instantes mis votos de serenidad.

Con usted, no, querido señor B. pues a pesar del silencio es mucha mi admiración por las suculencias de las fantasías que usted elabora entre las blancas fojas del bosque místico que circunda a nuestro reino de Oz. Hermoso follaje el que usted evoca. Con usted no, pues esa misma distancia se impone como un dulce cobijo para arropar instintos y hacerlos dormir en paz.

Querido señor B, con gran serenidad le saludo, en oración por que las musas le regalen sus divinos bálsamos por siempre.

Señora C.

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