martes, 9 de septiembre de 2008

EPÍSTOLAS DE AMOR A LA DISTANCIA XLIV

Sábado 06, septiembre

Mi Lady:

Un barco ha llegado a puerto; y con él, un marino. Las vísperas del viaje que ha de volverme a nuestra mágica tierra de Oz, ha tocado tierra. Pero no se trata del joven Capitán X, como era de suponerse, sino de un pirata en la máxima extensión de la imagen, ex General Brigadier de la Real Fuerza Naval de la Madre Patria, ilustre salvaje quien cuenta en sus años diez exactos más que yo. ¿No le parece ello un signo de cábala antigua?

Él ha cruzado los océanos del cosmos, entre golfos de misteriosas constelaciones; él ha combatido múltiples y tormentosas vidas para acudir puntual a la cita, en el momento justo y en el lugar correcto, bajo un cielo en preludio de tormenta y mi ánima en vaporosa concentración de mí.

Él ha viajado desde universos inmemoriales con la misión de traerme un mensaje proveniente del otro lado del tiempo. Desde las tierras inaccesibles de lontananza, el marino ha venido a decirme que estoy en el rumbo correcto, quién sabe a dónde ni hacia quién, pero en bienaventurada dirección de rumbo el viento.

El marino ha deleitado la tertulia del encuentro refiriendo breves estampas de su paso por las regiones subterráneas de la oscuridad, donde ha debido atravesar, y luego vencer, los cantos malignos de las sustancias alucinantes. Ha llegado luego a la isla de las brujas, donde ha conocido la magia verídica, en la tierra donde la vida no vale nada, en esta tierra nuestra que por dicha virtud ha tomado en patria para vivir su destino de marino errante, y desembarcar en puerto sólo para hablarme, durante unas pocas horas, de mi juventud y mi belleza… Y yo he visto en sus arrugas mis tientos y en sus ojos llenos de fantasmas mis alucinaciones y he comprendido que pocos años habrán de durarme los dones de la piel.

Es así, infanta, que he visto mi reflejo en los años. Hacia el pasado por el salvoconducto de lucidez que me ha hecho saber mi propensión a los placeres de la carne, y es a ello gracia el conocimiento que no me ha permitido trasgredir un cierto límite, y he pasado por las tierras inhóspitas de la oscuridad con pequeña linterna y sin penetrar por mucho tiempo. Hacia el futuro, porque he mirado el tiempo de preludio otoñal en pleno, y el paso incesante de nuestra marcha ha de ser la brisa que corrugue el tamiz de la cubierta.

Ha sido apenas un roce el que ha tocado el marino salvaje, redimido en el acto de absolver a otros de las sustancias tan deseadas y a las cuales hay que resistir; ha sido breve el tacto y breve la palabra; y yo he agradecido mucho la presencia… Pero usted sabe que no me es posible una entrega, pues no está mi corazón en el mar, sino tierra adentro, en el caliginoso semidesierto de mi natalidad. Qué le vamos a hacer, sino guardar respetuoso silencio.

Un beso. Señora C.

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