martes, 9 de septiembre de 2008

EPÍSTOLAS DE AMOR A LA DISTANCIA XLVII

Martes 09, septiembre

A quien corresponda:

Los enseres están casi dispuestos. Anoche cayó el diluvio que habría de limpiar la atmósfera para abrir camino al regreso. Muchas son las valijas, pero regreso sin nada. El demonio nunca se va, pero llevamos un mejor trato a partir de ahora. No le vendo el alma, no me la pide. Nos contemplamos como la imagen contempla su cuerpo desde el azogue.

La luz divina da frente al laberinto y ya no es cloaca la voz. El loto en capullo aguarda plácido el momento de abrir sus pétalos al llamado del sol. Quizá no habré de hallar lo buscado, pero ya guardo en mi pecho lo encontrado, y es grande y puro. No sé si mis cavidades serán suficientes para darle abrigo y conservarlo en latencia interna, pero tal es la misión de resguardo que se me encomienda.

He debido echar al mar mis pocas partencias y ya no pertenezco ni me pertenece nada, muchos menos nadie. Soy. Ahora mi mano desabotona las vestiduras, desplaza el calzado de mis pies, las joyas y los adornos caen en tierra y es viento de arena el que hunde las antiguas prendas en el misterio del futuro. Nada he de llevarme, ni el nombre. Ahora mi planta se desenraíza y doy el primer paso, el que me pone sobre la colina desde donde admiro el valle oscuro; en lontananza se abre el toque muy apenas de un lienzo morado. El primer indicio de que me encuentro ya en el reino del fuego, en este mismo sustantivo inicia la Edad del Sol.

Atrás de mí escucho el aullido de las bestias del infierno, me llaman con sus quejidos sinuosos, quieren que me devuelva hacia las furias de sus matanzas, a devorar con ellos las entrañas putrefactas de la inocencia. Eres de las nuestras, murmuran. Te seguiremos, amenazan. Tras de mí siento el aliento espeso, un hilo de baba en rabia cae sobre mi hombro, entre los cabellos de mi nuca siento el filo de su pezuña fría y húmeda: Mi amor, me dice al oído su pestilencia, Sólo yo te amo sin condición y en lo eterno, susurra; No has de hallar a nadie en la ceguera de la luz, estarás muy sola, me dice… Pero no me vuelvo. Arranco mi otra planta de la tierra. Comienzo el descenso al valle.

Desnuda en la madrugada. Señora C.

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