martes, 9 de septiembre de 2008

EPÍSTOLAS DE AMOR A LA DISTANCIA XLV

Domingo 07, septiembre

Madre Superiora Eme

Es último domingo antes de abandonar la crisálida del convento para retornar a Palacio Real; por ello escribo a usted mis oraciones, en prenda y talismán por recordar las enseñanzas experimentadas en la dicha del resguardo en sus dominios.

Los demonios, Superiora, siempre están al acecho, igual que el monstruo que está afuera, siguiéndonos el rastro para devorarnos cualquier noche. Pero hemos de seguir guardando en santidad el corazón, tal como usted hace respecto de las faenas por conservar el inmueble de su apostolado.

Se me ha concedido conocer las maravillas del puerto, amada Superiora; y es gracias a los místicos recorridos y encuentro que usted a bien ha tenido organizar para deleitar mi estancia y reforzar mi espíritu que ha llegado aquí enfermo y que hoy ha sanado en mayoría.

He podido saborean la tradicional jaiba rellena, los mosquitos me han dejado sus marcas la cicatriz del trópico en las piernas, he visto los cocodrilos en plena calle, un marino ha desembarcado para traer nuevas del otro lado de la tierra y he visto de cerca las naves nodrizas de los extraterrestres que cuidan al puerto de la entrada de los huracanes. He visto las maravillas de su tierra, Superiora; pero sobre todo, he conocido los subterfugios de la noche y de las almas de amistades sensibles en el arte de oficio y vida.

Los reales que le he dejado a cambio de trazar sobre el lienzo la sacrosanta caligrafía de los hermanos herméticos, no compensan la dedicación de usted a tan noble tarea. No me despido, Superiora, pues le espero ya en la mágica tierra de Oz, a donde espero corresponder a la hospitalidad y el refugio de ánimos que usted me ha brindado.

Quede pues la palabra empeñada y el alma atenta a los murmullos del amor a la distancia, querida Superiora.

Beso a usted el hábito (de ser quien es, de su fortaleza y la pasión que entraña su voz)

De usted: señora C.

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