jueves, 11 de septiembre de 2008

EPÍSTOLAS DE AMOR A LA DISTANCIA XLVIII

Miércoles 10, septiembre

Señor B:

Cuando no le perturbe el oficio, reciba mi agradecimiento por vuestra hospitalidad; desearía haber demostrado mejor mi gusto por saludarlo; pero soy apenas una mujer del pueblo y desconozco el protocolo a seguir en Palacio Real; además de mi turbación por las horas de camino en diligencia y aún con la salinidad del puerto y el sueño del recorrido en equipaje póstumo.

Como siempre, mi Lady ha hecho una elección exquisita para la sesión de imágenes al proponer los jardines metálicos de vuestra potestad; mejor lugar para recibir el arribo de mis pasos no pudo existir.

El mensaje que le he hecho llegar con el lacayo electrónico ha tenido por fin atenuar mi falta de cortesía; espero no haber importunado vuestros quehaceres. Reconozco que ha sido modesto arrebato de mi toro blanco, pero observad que se trata de eso mi naturaleza, ningún afán conmina mis palabras que el aprecio por la amabilidad de sus comentarios al referir la obra del corazón que le he entregado; provenientes del ritmo preciosista de vuestra merced, resultan alentadores de las musas.

Mucho agradezco vuestro espejo. Ah, y un bienaventurado no-cumpleaños a usted ya que estamos en el reino de azogue de tan vulgar Alicia. Soy mujer de palabras: he ahí la medi aluna que brilla sobre mi frente, el filo más agudo de mis dagas, el toro blanco en pleno se quita el sombrero frente a vuestra figura: no el tocaría ni con la mirada, para que la visión de la belleza no se desvanezca entre la bruma.

Sé que usted sabe dispensar la furia de mi atrevimiento, porque a usted le crecen árboles en los brazos y a mí plantas en los pies: de seguir enraizando así, surge el bosque. Silencio: no hay que despertar a las musas: están soñando con nosotros.

Con absoluto respeto y admiración.

Señora C.

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