jueves, 7 de agosto de 2008

EPÍSTOLAS DE AMOR A LA DISTANCIA XIV

Agosto 7, jueves

Apreciable Madame K

De buena fuente he sabido que se encuentra usted en segura fortaleza, al centro de la Ciudad Imposible, ciudad que en mi ánimo se instala en eterna contradicción. Usted sabe, amiga, que es allá donde algún pasado me ha convocado en afrenta por saber de las letras cierta compostura, entre aquellos palacios se ha tejido mi gusto y mi suplicio por la palabra, y muy alto ha sido el precio que entonces he debido pagar por aquellos cinco años de aprendizaje. Pero ahora es un tiempo irrelevante. Ya somos palabra y es lo cuenta, lo que cuenta estas ficciones donde es posible recomponer el tiempo y hacerlo más nítido en la mentira piadosa de inventarnos la trama.

El Convento de las Prístinas Hermanas del Silencio mucho ha conservado mi luto por la propia muerte, querida, bien cierta es la afirmación. Como certero es que en esta distancia amorosa he logrado, por vez primera, hallar un rescoldo de serenidad, domeñar la potencia de mis instintos salvajes, aplacar la furia con que se lanza mi sangre bravía tras el vuelo enrojecido de la espada mortal… Tantas veces ha quedado mi cuerpo herido, desgarrado, tasajeado por la diversión vana de los ignorantes, y no han sabido ellos tener ni una miga de tiento para, aun en la muerte, abrir mi pecho y mirar que ahí reposa un corazón tan pleno de sí, plano de ofrecimiento y luces y pactos de honestidad. Es cierto que en mi retiro me encuentro, a mí, por mí, en este vacío del que ya no reniego y, por el contrario, aquí me instalo con fe, incluso a sabiendas de que pueda yo perder el logro por dejar a la distancia hacer su voluntad.

He pedido consejo a nuestra amada Lady I, también a la Duquesa D y a la tierna Infanta, sólo de mi Lady he recibido palabras de aliento para esta nueva afrenta de mis espejismos, pero no he logrado calmar mi delirio y temo por la seguridad de mi psique, Madame.

Más de trece días han acontecido, sé que es poco, sé que es nada, sé que ningún derecho me es dado reclamar… Si algo sé es esto, sí, Madame, pero no lo sabe así mi instinto que duerme, pero es justo en ese sueño donde resurge sin tregua para mi pobre mente extraviada.

La factura de mi delirio ha cambiado, querida, y ahora sueño con sacrificios rituales, por Dios, qué significa… Veo corazones sangrantes por doquier, como en un espectáculo maligno, mujeres y hombres vestidos de rojo alrededor de una mesa de roca sólida, ávidos ellos por lamer la carne de sus heridas y ofrecerlas a un desconocido dios oscuro… Y, como es mi sueño, seguro por eso, estoy yo al centro, abierto el pecho, las vísceras expuestas, un hombre o sacerdote o bestia mítica se acerca, enrojecida su mirada, se acerca con intención de ofrendarme o terminar de tajo por mi garganta con su daga, el sacerdote acerca su boca de humareda a mi nariz, siento su cuerpo de flama ardiendo en mi vientre… Y, entonces, despierto, Madame; y no es de canícula la humedad que reconozco entre mis piernas…

Algún espíritu de posesión me ha tomado. Madame: ayuda, por favor, os lo imploro, usted que conoce del ardor: qué mágica oración gramatical me ha de volver a la inocencia onírica, por qué me asaltan estas pesadillas y, lo peor, por qué las disfruto tanto…

En vuelo sobre la hoguera

Señora C.

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