lunes, 4 de agosto de 2008

EPÍSTOLAS DE AMOR A LA DISTANCIA VII

Julio 31, jueves.

Señora alférez Iv:

Querida, muy mía, señora hermana en mi corazón: he partido con alegría profunda por la noticia de su feliz estado, aunque una parte importante de quien siente en mí, se entristece por privarme de compartir con usted los días de ir sabiendo en la prevención si ha de llegar quien usted ahora espera, y yo en usted espero también en alma propia. Sin embargo, la distancia es el menester obligado que hoy debo inaugurar.

Le escribo esta nota desde el parador donde el joven Duque de F y yo nos hemos detenido un momento a departir un ligero alimento con el cual reemprender el paso del camino. Justo es decir de la gratitud que endeuda mi alma para con el joven Duque de F, pues él ha puesto su compasión en mi destino y su carruaje a mi disposición, ofreciéndose él mismo para acompañar mi viaje, a modo que yo llegue, sin más sobresalto que el de mi corazón marchito, al Buen Puerto del Fin del Mundo, donde he de internarme en el convento de la Inmaculadas Hermanas de la Hermética.

El joven Duque ha tenido delicadas atenciones para mí, una vez puesto en conocimiento de mi viaje y la circunstancia oscura por la cual lo emprendo. Es así que a tempana hora ha instruido a sus lacayos para acudir a la morada que usted ha imaginado para mí e instalarme con mucha comodidad en el vehículo; y así, durante el trayecto él ha podido en algo distraerme de la ingenuidad de mis delirios a través de su estudiada y fina conversación.

Ha de saber usted, hermana de mi ser, hermosa mía, que el joven Duque de F es amante de las letras y es por tal que, en la marcha, me ha instruido en la poética de los antiguos que más son de su cercanía; en particular, me ha deleitado con exquisita selección de versos de Mallarmé, que de su memoria me ha ofrecido en la lengua del romance, y mucho me he entretenido conociendo el decir en aventura de los distinguidos poetas de nuestro terruño de Oz.

Y qué maravilloso es Dios al concederme un marco digno de tan grata compañía y mayor sentida amistad que hoy profeso hacia el joven Duque de F, pues es debido a las lluvias, preciso tesoro usted en mí, que puedo decir que el paisaje y el clima en el trayecto han sido benevolentes conmigo: los diferentes estados enverdecidos de la naturaleza han resultado gratificantes para mi alma enferma. De ya supongo más cercano asegurar que no ha sido error este viaje.

Usted sabe, hermana de mi más profunda sangre, sabe porque me conoce en la intimidad familiar, de la fragilidad que de siempre ha infectado mi percepción del mundo. Usted conoce la facilidad con que mi espíritu se desgaja en lágrimas… Y tal ha sido motivo de su inquietud conmigo, tal ha provocado sus consejos y, más de una vez, yo he sentido su disgusto o alguna desesperación porque no soy fuerte ni certera al grado suyo (motivo, la arquitectura sólida de su alma, de mis más grande admiración por mujer alguna en mi cercanía).

Usted sabe, señora mía, dueña de mi hermandad por siempre, cuán desolados pueden ser mis arrebatos. Y en mucho es gracias a su palabra y a la contundencia de su ejemplo que yo he recapacitado en estos días, justo cuando más mi cuerpo y el sueño en que lo velo resienten la tristeza. Es en justo grado su imagen la que también me alienta ahora al emprendimiento de mi viaje en busca de la última orilla del tiempo, donde espero hallar un gramo de tranquilidad.

Porque reviso mi historia y observo que mi sinsentido arraiga en mí desde mi más tierna conciencia… Y ha sido desde siempre que me he sentido como si mi alma no perteneciera a mi carne, ni ésta a la tierra. Y es por dicha apreciación que no he logrado estar… Como si estuviera eternizada en la confusión de nacer, como si continuara, apenas, siempre, naciendo y es dolor de llegar y no hacerlo en verdad el que conmociona mi espíritu renegado… Nacer. Y es confuso el mundo en cada vista de la luz, y es confuso el movimiento de mi cuerpo fuera del líquido de aquella inocencia que parece que pierdo en cada paso.

Por eso mis letras, señora, por eso este viaje donde he de terminar de parirme de una buena vez, para al fin estar en el mundo de los vivos, y así también pueda algún día volver en santísima paz al agua vital de la totalidad.

Hermana, señora, la más preciada sangre de mi sangre: ahora he retomar el camino, el joven Duque de F ya apresta el carruaje, él ha de entregarme en persona en el convento, y ahí ha de dejarme un tiempo, para que yo medite y vuelva otra, vuelva nacida a la realidad de la tierra.

Señora, entéreme de su estado y no deje de cumplir el reposo que el médico le ha ordenado. Usted es mujer disciplinada como ninguna, usted es un cimiento y la estructura entera, la más bella edificación de integridad y profesión de belleza. Rezo a cada paso por su buena salud y la de aquel que ha de llegar si es su tiempo. La amo.

Por siempre su más fiel admiradora y amantísima hermana.

Señora C.

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