lunes, 4 de agosto de 2008

EPÍSTOLAS DE AMOR A LA DISTANCIA VIII

Agosto 1, viernes.

Apreciadísima Miss N

Muy poco he podido informarle de viva voz la urgencia de mi partida, pero intuyo que usted sabe, pues en fechas anteriores y mucho antes hemos conversado acerca de los rasgos del vacío.

En nada puede parecerse mi martirio al destino que a usted le ha tocado encarnar, pues mientras mi sufrimiento es de distancia, el suyo es ausencias irreparables. Así que no he de contar mucho más sobre aquello que ha sido y ya nunca podrá ser (y por más de alguno, y tal vez por todos, a Dios en misericordia, por nuestra quietud, no sean nunca más nuestros ojos testigos dellos).

Pues bien, amada Miss N, he llegado anoche a puerto, en bien acompañada por mi querido amigo, el joven Duque de F, de quien espero pronto conozca usted su poesía en elevación. Y ha por iniciativa del Duque y de la Madre Superiora M, anfitriona mía en el Sanatorio de las Blanquísimas Fraternidades del Silencio, que antes de darme aun aposento, he sido conducida a la orilla misma del mundo.

Y así ha tenido lugar el primero de los rituales y he visto la negrura profunda del mar. Ahí en oración, escoltada por la Hermana Superiora M y el Duque de F, es que he puesto mi pie descalzo en el último extremo al que mi terrenalidad puede acceder: más allá es imposible sin instrumentos o naves: al fin he llegado al fin.

Y es frente a esa boca oscura, reverente envuelta en hábitos de humedad ardiente y madrugada, que he comulgado con el vacío. No he terminado ni he dado inicio. Arribo, querida Miss N, al lugar en que me vuelvo palabra y mortaja: usted sabe que ha parir-me y a morir-me he venido hasta el lugar de mi último paso. Ya estoy de lleno en el sitio donde nada existo, nunca he estado, nadie me ha visto, pues soy mi propio caos antes de la creación. Nirvana es el lecho para el cual he de confeccionar los textiles de la voz: tejo redes y miro al mar: por ahí he de volver.

Querida: hay que guardar silencio, aguantar la respiración casi, guardar incluso el pensamiento, para que el mal no sospeche de nuestra fragilidad: también usted está en pecado, casi el mismo es nuestro. Por lo indecible de mi expresión para usted, en bien de amor y por la compañía de su ausencia: ruego a quien nos ha enviado a reunirnos en esta distancia porque en mi silencio usted descifre su palabra.

Un trozo de mar le envío en el abrazo del punto final.

En deuda con usted, por siempre estoy: porque no comprendo su dolor es que entiendo la voracidad de tal magnitud, y en tan poco pago al cariño suyo le digo: nadie se ha ido: sólo yo no vuelvo, y es mínimo y muy módico sacrificio por el cual le presto mi carne para echar al mar su ruego, para enviar una botella con sus versos y llegue la plegaria a la Isla del Tesoro donde jugaré con él: y ahí sé que usted también está, querida N y por ello, dispénseme el atrevimiento, es que vamos usted y yo a sonreír aquí: mientras lloramos de amor.

Por lo que están y los que siempre están volviendo: nuestros hijos y su amistad.
Suya: señora C.

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