domingo, 10 de agosto de 2008

EPÍSTOLAS DE AMOR A LA DISTANCIA XVII

Domingo 10, agosto

Monseñora Su

Su Excelencia dispense mi palabra egoísta, mas el impuso de mi sangre me llama a la esta segunda confesión sin velos: anoche se me ha aparecido el mismísimo Virgilio, Monseñora. Y es verdad que me ha llevado más profundo que en el sueño anterior, más abajo en la profundidad del abismo: no al fondo del mar sino debajo del mar.

Se me ha presentado Virgilio encarnado en un bellísimo efebo, con la comisión, me ha dicho, de mostrarme un reino aún más oscuro que aquel donde mis sueños me han conducido por intermediación de las sombras de Sor U y el padre Santos.

Monseñora: he entrado al laberinto, ya no hay vuelta; he llegado, anoche, al centro de la ficción más prístina; me ha sido dada esta gracia divina.

Primero, me ha llevado a las alturas y me ha hecho examen Virgilio; el moreno efebo me ha preguntado sobre mis pasiones favoritas y yo, Su Santidad, no he podido responder; no he sabido decir mis autores predilectos, no he podido nombrar una sola canción querida, una película admirada, un actor, una pintura, un poeta… Ha quedado muda mi alma frente a la inquisición por algún hombre amado… Ya he concluido y sé que mi alma está vacía, que nunca he aprendido ninguna disciplina: no soy una artista, Monseñora, no lo soy… Y he de comenzar por abrir un primer libro y aprender mis primeras letras, si cuando re-encarne en verdad deseo ser llamada a escena, he de comenzar a aprender ahora el signo de la humildad, pues sólo con la tinta de mi sangre disciplinada podré escribir al fin, por vez primera, un primerizo y único pero verdadero relato.

Y al darse cuenta el Virgilio efebo que soy Nadie y que Nada sé, me ha tomado de la mano y me ha hecho descender la escala hacia la plenitud de la muerte. No es nada lo que has visto, me ha dicho, sólo destellos de ilusión; pero ahora, de dicta, te voy a dar el don de la vista para que puedas ver el mundo real.

De la noche, me dice mientras me conduce por las calles de Tampico, se abren las fauces de la tierra y de las cloacas salimos nosotros: las quimeras, los bicéfalos monstruos, las serpientes y los murciélagos, de la noche emergemos los que somos hijos de la vida, me dice Iván.

El Richie, Monseñora, es un club: siempre los mismos comensales. Huele a orines y sudor, huele a humedad rancia y a cerveza. Las oriundas de Lesbos no mienten su naturaleza: se besan con amor junto a la rockola, y en ella canta Cher, luego Madona a dúo con Alejandro Fernández, enseguida Chayan, le hace coro la Sonora Dinamita, le hace segunda la voz de la Dalessio y nunca para de cantar el bullicio. Al ladito de ellas que se besan, baila un chico de cintura breve, le toca el hombro al panzón de negro, más macho que los machos y por eso es calado. Les sigue un hombre maduro, camisa blanca abierta al pecho, piel correosa, acento de faz más bien disonante; una chica de talla ajustada entra y el maduro disonante la abraza por la cintura, le acaricia las caderas y ella enciende un cigarro, su gesto de ella es molestia, pero él le habla le habla y la acaricia y ella al fin vuelve a la calle; el padrote se queda a conversar con las dos putas, entradas en carnes y en tiempo, que ríen mucho a su lado, pero no están trabajando: es hora del coctel de viernes por la noche y por eso ahora llegan las chicas de la oficina, trajecito sastre y medias en tacones altos. Alguien dormita en su banquillo, y nadie lo molesta, por el contrario: sigue encendido el tono del rumor para que descanse su arrullo al cobijo de lo ordinario. A diez pesos las cervezas, Monseñora: ¡A diez pesos! Cobra la matrona, grande y muy concisa, cada ronda, en son de paz, vive Dios: para que nunca haya desacuerdo en las cuentas claras y el aroma a cada segundo más espeso, conforme vamos llegando los que faltaban: Ahí viene ahora sí la fiesta, me dice Virgilio, y entra la Pita muy ufana en verdad: los brazos en alto, la peluca rubia, el trajecito negro de falda mínima, pegadita la ropa a su cuerpo regordete y sensual, entra la Pita con algarabía y todos nos volvemos para admirarle el donaire: ella hace el rol, sube la escalinata y ahí viene de vuelta, bajando como la gran diva que es, levanta la pierna, se contorsiona para mostrar los senos, agradece al respetable y se va para el rincón a saludar a las de Lesbos y al rato es la que más baila con los hombres del local. Al que no han dejado pasar es al muchacho de cabellos ensortijados: por puto, le rechiflan, y tiene que retirarse con su séquito a rastras. A cada rato pasan los que mercaderes: chicharrones con salsa, pan de pulque, un pay de queso para el postre, chicles, cigarros, rosas para las señoras… Y al fin llega un trol muy serio y me ofrece el amuleto: llévate el San Judas… O mejor a la Santísima, me dice, y me pone en la mano el llavero de la Santa Muerte… Yo vine a encontrarme con la muerte, le digo a Virgilio; y el mercader me la deja a quince. Yo vine a buscar la muerte, le digo a Virgilio, y él asiente sin hablar.

Es la una de la mañana. En el Richie levantan las sillas y prenden la luz. Nos tapamos la cara y los ojos, pues somos seres de la noche. Me derrito con la luz, digo en broma, pero en las mesas de al lado sueltan la sonrisa y afirman con gozo mi comentario. Salimos en desbandada, como aves nocturnas en busca de sangre. Y por ello se confirma la leyenda inscripta en el baño de damas, tatuada la madera como el enigma sobre la entrada del laberinto: “Mucha jota presumida, pero el ambiente está chido”.

Ahora por acá, me conduce Virgilio más abajo.

Sobre el Tropicana caemos la rapiña voraz. Los mismos de antes, y muchos nuevos. Virgilio le gana la mesa a las dos magníficas muñecas que se han distraído a la llegada de un grupito de gringos sonsos: qué after ni qué spring breaker, sentencia Virgilio, y sí, la promesa se cumple: los gringos se toman un tequila y la foto del recuerdo, rapidito el acto, y salen despavoridos sin atreverse a nada más… Luego, es vorágine la madrugada: enanos y panzones con vestido de lentejuela, mujeres que ofrecen cuerpo, parejitas de heteros haciendo la fiesta, entra una reina de la primavera con corona y todo, se la disputan las demás travestis; por allá una princesa de largo azul y acá muy cerca una mujer por los cincuenta, bajita y de cabello corto que trata de enfocar en mí su borroso deseo desde el balanceo de su borrachera (me abrazo a Virgilio, por supuesto); en la tarima baila una mujer aun paso de envejecer, más ebria no puede estar, danza con los brazos al aire, la mirada entrecerrada en un ensueño de cabaret; luego baja e intenta robar mi cerveza, pero Virgilio la detiene; yo, de todas formas se la doy porque me veo en sus ropas de adolescente, en su delirio de lo que nunca fue, y es profunda mi tristeza al imaginarla por la mañana en casa, solitario su recuerdo, tal vez los hijos en maltrato de frustración sin nombre, hace tanto embarcado el marino que no ha de volver; hace falta sólo un azar para haber sido ella… Pero se escucha el altavoz y todos regresamos al estrado: Tony y su show. La pasarela encarna y es casi una visión, pues son en verdad unas señoras las que bailan en play back: Mónica Naranjo y Edith Marquez son muy cantadas pero apenas aplaudidas; en cambio es la locura cuando la doble auténtica de Paquita nos dice inútiles a todos; pero es delirio cuando Tony aparece y yo veo una señora auténtica, más Lupita que la Dalessio. Con ella concluye el espectáculo.

Aquí, me dice Virgilio, los hombres quieren ser mujeres; y las mujeres, hombres. Aquí cada quien es como es, lo que quiere ser. Aquí no hay poses, me dice: aquí somos.

Y, entonces, comprendo por qué Virgilio me ha traído.

Aquí, los hombres quieren ser mujeres, las mujeres quieren ser hombres y yo quiero ser yo… Quiero ser yo. Quiero ser yo. Quiero ser… Virgilio me regresa al convento cuando la aurora está a un instante de reventar.

Monseñora, cuál ha de ser mi penitencia. Yo quiero ser yo. He visto la luz en esa oscuridad. Yo quiero ser yo. La muerte me ha seguido los pasos por esta noche de infiernos profundos. Yo quiero ser yo… Y para ello, Monseñora, perdóneme la paradoja, he de disfrazarme de mí misma, por una vez aunque sea: va mi resto: para sentir-me, para encontrar-me. He de abrir mi corazón al cielo y aprender con fervor el signo de mi soledad, que solitario es el oficio de escribir… y si, cuando re-encarne, en verdad la misión mía es ser llamada a escena, he de comenzar a aprender ahora, con fe y sin exigencia ninguna, pues sólo con la tinta de mi sangre podré disciplinar mi destino, y escribir, al fin como al inicio, por vez primera y por vez última, un primerizo y único pero verdadero relato…


Con el corazón pleno de vacío, desde la noche canicular del puerto de Tampico, su atenta servidora, de usted y de mi gente toda, a quienes amo, suya de verdad:

Carla Patricia Quintanar

PD: ¡¡¡Quiero unas fotos vestida de travesti!!! Y ya me hice mi chaqueta artística para el próximo año… Ileana: vamos a travestirnos con el Pirata Cojo de Sabina: ya te he contado ese sueño… Y sigo tejiendo mi mortaja de sábanas: gracias, gracias en reverencia a mis amigos y a mi familia querida!!!!

2 comentarios:

Ileana Cruz dijo...

Amiga, de pirata, de hada o de vampira, de ganster o de niña, de travesti o de hombrecillo de negocios (con mi estatura es difícil aspirar a más)... Sabes que somos cómplices y en esto y en muchas cosas más, si ese es nuestro sino, he de estar a tu lado, porque somos amigas.

Almas extrañas que nos acompañamos en nuestro transitar y estamos ahí, para ayudar a curar las heridas humanas del diario transitar, y para soñar, escribir y transformificar (como diría el sabio Kalvin a su tigre).

Sea, vistámosnos de travestis, al fin que para la maquillada nos ayudará Mar.

Besos y abrazos de caracola

Carla Patricia Quintanar dijo...

MI AMIGA SUSY ME MANDÓ ESTAS BELLAS PALABRAS POR CORREO, LAS QUIERO COMPARTIR CON USTEDES... GRACIAS SUSY!!!

Hola Carla!
Tu relato fue maravilloso, además de verte presente en la oscuridad en que vivimos,pero no tu,todos,es grandiosa tu claridad, Me estremece tu Don
No dejes de ser nuestro espejo recuerda somos uno, gracias por compartir tan profundas palabras y ayudarnos a crecer
Todo mi cariño en Presencia
Susana***