domingo, 10 de agosto de 2008

EPÍSTOLAS DE AMOR A LA DISTANCIA XVI

Sábado 9, agosto

Condesa de la Condesa

Esperaba que mi alma llegara a un buen puerto de serenidad para poder dedicarle palabras más coherentes que aquellas impresas en el escrito que le envié en ocasión anterior y para el cual, comprendo los motivos, no he recibido comentario suyo. Sé que recuperar la amistad ha sido un esfuerzo de voluntad de parte de las dos, pues reconozco, como le he dicho entonces, que vengo arrastrando mis huesos por un periodo de tremenda desolación y sinsentido.

Casi dos años he dejado de escribir, querida Condesa, y es ya un año y medio el tiempo en que me he hallado sumergida en la confusión, en el letargo de un vacío asfixiante donde nada podía dar sustancia a mi espíritu marchito. He estado habitando entre los muertos, querida; y es un reino al que no invitaría ni a mis más ensañados enemigos.

Entiendo bien, si me pongo de su lado, el enfado que le he causado en mi más reciente visita a su Condado. Sin embargo, amada Condesa, he debido pasar por ese trance que en mucho ha contribuido a que ahora yo me encuentre en este viaje donde en verdad intento, con mis últimas fuerzas, recuperar-me. Ha sido necesario aquel encuentro con el místico Xamán para deshacer la maldición que el Caballero Negro arrojó sobre mí al marcharse: Eso que tú quieres nadie te lo va dar, dijo… He debido romper este terrible mal-decir sobre mi persona, porque usted puede dar constancia de cuánto ha sido la pasión que en otra vida profesé por tan oscuro caballero, a quien los dioses tengan en gloria, a él y a su nueva amada, con quien sé por terceros que ha contraído nupcias, y en bien sean dichos esponsales para él y su doncella, lo digo con mi alma llena de verdad.

Sé que puede sonar estúpido y ser hecho incomprensible para usted lo que le digo, pero apelo a nuestros años de aventuras para solicitar benevolencia para esta mujer perdida: sé que el amor nuestro sobrepasará lo comprensible para alojarnos de nuevo en la aceptación de quienes somos: para amarnos a pesar y precisamente por lo que no entendemos la una en la otra.

Ha sido requerido por el itinerario de mi viaje en este mundo aquel encuentro con el místico Druida, querida Condesa: al desmitificarlo y mirarlo en carne propia, he podido desencarnarme de todo mi pasado. Ese momento ha sido punto de partida hacia este puerto donde ahora estoy terminando de morir. Lamento haberla herido. Lamento no haber sabido explicar lo que sigue sin tener explicación.

Esperaba contar ahora una historia más coherente, sin embargo no me es posible, amada Condesa… Eso que tú quieres nadie te lo va dar, lanzó su maldición sobre mí el Caballero Negro, y por cuanto lo amé, usted sabe cuánto, pudo su conjuro hacer el daño… Sin embargo, al fin lo he comprendido y por eso estoy aquí, buscando a Nadie, pues Nadie me espera en casa, Nadie ha de arribar a mi puerto, a Nadie sueño desnuda el alma, por Nadie dibujo mi grafía en el mar…. Nadie ha de venir por el rumbo de la niebla, por el mismo instante donde Scarlett ha perdido al mítico Rhett Butler, por ese mismo nicho del momento ha de llegar Nadie, a encontrarse conmigo, que Nadie he de ser igual, pues sólo así podré mirarle y escucharle sin espejos, sin escenografías y sin mitos recalentados. A Nadie amo, por Nadie aguardo junto al mar, tejiendo y destejiendo la trama de la sábana de oficio donde hemos de abrigar nuestra carne mortal.

He querido, añorada Condesa, escribirle cuando estuviera mi alma en tierra firme, cuando pudieran ser mis palabras cierta coherencia… Pero no me es posible: no termino aún de enloquecer, y antes de volver a la vida, lo sé bien, he de terminar mi recorrido por los círculos del infierno, pues mucho he pecado de tristeza y son estas epístolas la penitencia por la cual he de re-signarme.

Pero usted debe saber, Condesa, que la hermosura de su fuerza es uno de los misterios de este rosario que soy; usted debe estar cierta de mi amor y mi respeto por su empeño, por su energía sin límites, por su visión prístina y su dedicación de mujer, incólume su femenino en un mundo que fue concebido para los machos. Le admiro, y es egoísta mi admiración, pues de ella sostengo eslabón para el ancla con que al fin he de atar mi barca para descansar en paz mi ánimo aterido y tan lleno de miedos.

A su Condado he de volver, querida, para abrazarle y reinventar el tiempo que le debo, si usted así me lo permite, y lanzar juntas el grito de las amazonas: FIESTAAAAAAAA…

Desde la cima del acantilado por donde he de arrojar a mis muertos al mar.

Señora C.

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