domingo, 17 de agosto de 2008

EPÍSTOLAS DE AMOR A LA DISTANCIA XXII

Viernes 15, agosto

Añorada Infanta U

Con placer indecible he recibido vuestra carta, la cual he leído con meditación por la profundidad de sus expresiones.

En efecto, el alma recibe sus impresiones del entorno, pero es, sobre todo, el dialecto interno quien dicta la sentencia respecto de lo que ha de ser juzgado en bien o en mal. Y es bien cierto que arduo, y en mayoría infructífero, es desear a capricho controlar los fenómenos de la naturaleza y aun aquellos que atañen al artificio del ser humano. No es dado a una mortal simple e ignorante, como yo, augurar la certeza, y no debiera, pues, ser de mi congoja el acontecimiento ni su resultado; apenas me es dado, con mucho esfuerzo de concentración, vivir en plenitud la experiencia del instante, guardar las energías de luminosidad blanca para atravesar la noche oscura de mis delirios.

En mucho aprecio vuestros consejos respecto de la moderación en el beber y el comer, y en otros excesos que el cuerpo débil ha merced requerir, pues sabemos que en mucho afecta nuestra psique aquello que ingerimos, pero también aquello que pensamos…

Extraño muchísimo la hora del té en vuestros jardines de flores y animales exóticos, la hora de la encomienda catártica donde es posible recrear el pasado para darle una forma y una explicación, pues por más que nuestras elucubraciones resulten fantásticas en ocasiones, son siempre punto de enlace, ritual con el cual hacer amanecer de nuevo en bienestar de acompañamiento.

Estos días en el Convento de las Purísimas Hermanas del Silencio han sido de gran provecho, querida Infanta; mi alma se fortalece y prepara para reanudar el cotidiano, y guardo esperanzas de hacer perdurar mi equilibrio entre los temblores que siempre aguardan tras la vuelta de cualquier instante. Es ahora todo lo que pido: guardar mi compostura, pues no me es posible exigir nada a nadie, pues no me es posible juzgar de los otros sus emociones.

Bien entiendo vuestra congoja por la precaria economía que priva las arcas reales, en mí circunda también un temor gemelo al vuestro. He de volver a nuestra entrañable tierra de Oz con los bolsillos vacíos y sin perspectiva cierta de mantener el oficio; mucho hemos hablado de que no es privativa nuestra tal situación, querida, y que ella afecta en cantidad las relaciones entre las personas… Hay miedo en el mundo, dulce Infanta, un miedo terrible que es de todos la posesión en común; pero, por ello, hemos de saber navegar en tempestad, con el timón de la fe bien asido, es tal nuestra labor.

No sé ahora cómo consolar vuestra incertidumbre, pero en algo ha de ayudar saber que resta aún fuerza en nuestros cuerpos para desbrozar de nuevo la tierra y echar simiente. Algo hemos de cosechar bajo la benevolencia de nuestro ímpetu de mujer, querida; es todo cuanto nos queda... Y, seamos honestas: ¿No es nuestro espíritu de animal salvaje quien nos pone en tal situación? ¿No es cierto que mucho hemos desdeñado la jaula y la prisión de las formas comunes?

Con mucho amor para usted

Señora C.

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